XXXI
“Indiferentes de la Vida, los
Ojos-gema serán la Muerte…”
El ascenso hacia el convento fue menos trabajoso
que en épocas pasadas. El rey Irin había mandado a destrozar los tranvías
eléctricos y en su lugar desplazaban a las comitivas usando anchos y altos
vehículos impulsados por combustión interna en los que cabían una veintena de
personas.
A las puertas les esperaba una escolta más
pequeña conformada enteramente por ojos-gema y uno que otro ojos de mineral.
Como bien decían las historias e informes, la
comunidad de ojos-gema se encontraba poblando el convento que antaño fuera el
hogar de Adelí. Donde antes hubiese un simple muro de granito blanco, ahora se
ceñían los colores de los reyes Zheng y Yúan en franjas diagonales y
horizontales, intrincándose entre sí mismas. En las torres vigías se alzaban
estandartes de la Leona del Mar y el emblema de los Zheng.
Cientos de arbotantes coronaban los techos de
las bóvedas cruceras, pináculos de alturas inmensas se alzaban más allá de lo
que la vista alcanzaba a vislumbrar y esos contrafuertes… Oh Altísimo Padre,
los claristorios eran lo más hermoso que Adelí jamás había visto en su vida.
El convento, que antaño fuera tan simplón, se
había convertido en algo que Adelí siempre había añorado y soñado. Una mezcla
para nada Dualizada, comprendida por un bastión militar y la naturaleza poblada
en los cuatro niveles de almenas.
—Rirail insistió en realzar aún más los dotes
del convento –explicaba el rey Irin, mostrando a Adelí los jardines
reconstruidos y los otros nuevos de las almenas, así como los patios donde todo
tipo de ojos-gema entrenaban sus dotaciones con diversas máquinas extrañas.
Ojos de cuarzo, ojos de carbón, de mineral,
gemas… y otros tantos a los que se les miraba iris pedruscas o mullidas, había
incluso quienes parecían tener corteza en las vistas.
—Una sabía elección el hacerle caso –respondió
Adelí, andando con las manos a la espalda sin perder autoridad, pero deseando
poder corretear por aquel lugar como una chiquilla de quince años.
Dedicó una mirada a sus Caballeros de Lo
Blanco que se encontraban rodeados por chiquillos ojos-gema, casi todos de esos
niños parecían sorprendidos por Isia y sus traslucidas gemas oculares de
diamante que permitían vislumbrar cierta carne interna de su cráneo. ¿No había
muchos ojos de diamante en Zheng?, ¿por qué se miraban tan desconcertados?
Apartado del resto, Dar estudiaba la
arquitectura del convento capital y, de vez en cuando, a las tácticas militares
del convento. Pobre chiquillo, se debía sentir ofuscado de ser uno de los pocos
normales en aquel lugar.
—He de reconocer que el convento es incluso
mejor que antaño, los ojos-gema se miran a gusto en su legítimo hogar –siguió
diciendo.
—¿Ha visitado Ciudad Dual en algún momento de
su campaña, maestre? –preguntó Irin, puntualizando el tiempo en que Adelí había
hablado. Con el mentón señaló en la distancia para mostrar los reconstruidos
hogares para las familias ojos-gema y normales. Incluso los establos habían
sido reformados y adaptados a las nuevas tecnologías, aunque en Zheng ya casi
nadie montara a caballo, estos eran destinados a carrozas de lujo para
transportar a la clase alta de Camino Real.
—Crecí rodeada por estos muros, majestad
–respondió Adelí, esbozando una sonrisa de añoranza, fascinada por el canto del
agua cayendo de las fuentes flotantes empotradas a los muros de granito–. El
convento fue mi hogar.
El rostro de Irin se volvió una pintura
sorprendida e incluso se mostró algo incómodo. Los escribas que les acompañaban
empezaron a tomar notas, quizá para dar noticia y chismorreos como solía
suceder en esos tiempos modernos.
—Mis más sinceras disculpas –dijo, sin más.
—No hace falta, majestad –respondió Adelí,
dando un golpecito a su hermano con el costado del puño. La armadura se ablandó
a su pensamiento para evitar hacerle daño. Controlar la armadura divina era
medianamente sencillo, bastaba con darle una orden clara y visualizarla para
hacerla funcionar, era casi como comunicarse con las sombras que vestía–. Han
pasado más de siete años, las disculpas quedaron sepultadas bajo las ruinas del
antiguo convento… junto a mi rencor –sonrió.
Su hermano asintió, aun así, testarudo al
igual que ella, hizo ademán de dar una reverencia a modo de disculpa. Vaya
Irin, podía ser de lo más raro. Algunas veces se mostraba impasible e
imponente, y otras, arrepentido y sentimental.
—Supondré que usted pertenecía a uno de los
grupos que huyeron durante el asalto –añadió, guiando el descenso al patio de
entrenamientos por una escalinata bien pronunciada–. Es increíble lo mucho que
ha trabajado para llegar a dónde está ahora mismo. Sus apellidos hacen temblar
a los norteños –bromeó, sin una sola sonrisa, pero bromeo.
En el ala sur del patio, detrás de la zona por
dónde se encontraban los Caballeros de Lo Blanco, se hallaron con ojos-gema
formados en hileras y disparando con mosquetes a blancos de paja y madera.
Otros entrenaban la dotación de la visión, lanzándose bolsas de pintura entre
sí mismos o entablando combate singular con espadas de madera. Había incluso
quienes meditaban, rodeados por los jardines principales del convento, Irin
había dicho que esos entrenaban con la dotación enfocada al sentido del entorno
y los Susurros de Akxesh, sin embargo, no tenían más progreso que los propios
ojos-gema de la Orden.
Aquella dotación del sentido del entorno era
tan extraña como los Him. En tres años de estudio no habían conseguido aprender
nada de él.
—Supone bien –dijo Adelí, corrigiendo la
postura de un joven con ojos de plata para evitar que se rasgara los tendones
al momento de que sus músculos se extremaran a causa de la dotación de la
fuerza–. Frederick Long escoltó a mi grupo, todo el camino hasta las fronteras
de Galinor y Lanatar.
—Frederick Long fue puesto bajo arresto
durante la batalla por las fronteras –añadió el rey.
—Exactamente, aquel día nos separamos de él.
He oído que aún vive.
—Comparte condena con Letifan Krien –dijo
Irin, luego envió a uno de sus escribas a buscar a Jesce, ¿se estaba cansando
de hablar con ella? Que mal educado–. Si pide el perdón real, podrá volver a
verle.
—Lo hará, tiene a alguien por quien vivir.
—Todos lo tenemos –murmuró Irin para sí mismo.
Su hermano pareció dar un suspiro resignado y
no dijo más, se mantuvo mostrando las zonas más embellecidas del convento hasta
que llegó Jesce a romper el incómodo silencio.
La muchacha, tan mayor como Alisian, vestía un
uniforme militar al igual que todos los guardias de Zheng, aunque más
llamativo, con franjas oscuras y doradas y en los hombros cintas de comandante.
Adelí nunca la había conocido más que en su última visita a Irin hacía años y
las pinturas que Alisian les mostraba de Hua y su hermanita, pero era sincero
que Jesce se miraba extraña con ese gorro militar.
—Gran maestre –saludó, con una sonrisa de
oreja a oreja y muchas inclinaciones al estilo de Ziyen. Incluso intentó un
saludo similar al de los miembros de la Orden, fue vago, pero curioso–. Es un
honor tenerla caminando por los corredores del convento. Las muchachas ansían
conocerla y los jóvenes esperan sus enseñanzas.
—El honor es reciproco, señorita Rirail
–respondió Adelí, manteniendo el decoro–. Su uniforme, ¿es usted militar?
–señaló.
—Un pobre intento –dijo Jesce con una sonrisa
cohibida–, jamás he estado en campaña, pero preparo a estos muchachos como si
fuera el último día de sus vidas. Aquí seguimos el ejemplo de la Orden, aunque
no osemos en nombrar caballeros.
—Quizá es vuestra acertada intuición –bromeó
Adelí, sintiéndose cómoda con Jesce. A pesar de sus acosos inintencionados, era
como estar de nuevo con su hermana Alisian.
—¿Le han tratado bien en Cheí Fuha? –preguntó,
guiando al sequito a través de múltiples corredores que los conducían a la sala
de audiencias en donde, según Irin, encontrarían a los ojos-gema más jóvenes.
—Lo han hecho, incluso más –sonrió, para
mostrar veracidad en sus palabras, Jesce era mayor que ella y aun así le
mostraba un respeto que sus hombres más leales envidiarían–. Una enfermera me
ha hecho llegar una copia de vuestra antología, he puesto a mi segundo al mando
a estudiarla. Pero, me gustaría escuchar de primera mano cómo descubrió la
existencia de más ojos-gema.
Jesce sonrió, una vez más, de oreja a oreja.
—Todo empezó cuando… –empezó a decir con ímpetu,
luego se detuvo y omitió ese fragmento–, bueno, irrelevantemente. Me di cuenta
el día en que una niña del Barrio de Las Lágrimas manifestó un milagro curativo
de primer orden.
—¿Abruptamente? Los ojos-gema tardamos años de
estudio en poder llevar a cabo un milagro –añadió Adelí, confusa.
—Abruptamente –señaló Jesce sin dejar de
sonreír–. Luego de un par de estudios, llegamos a la conclusión de que esa niña
era una especie de ojos-gema con gemas oculares de granito –los movimientos de
sus manos se volvieron caóticos y frenéticos–. Así que reclutamos a todos los
muchachos, niños y adultos que tuvieran una textura distinta en los iris. Luego
de un tiempo surgió esto –dijo, abriendo las puertas de la sala.
La impresión se hizo presente en el rostro de
Adelí cuando vio a los muchachos. Decenas, cientos de ojos-gema que llenaban
más de las cinco estancias que componían la sala de audiencias. Ciertamente en
los patios había una buena cantidad de ojos-gema mayores, pero los de aquel
lugar, aunque menores en edad, les superaban con creces.
—“Hijos de Akxesh” –dijo Jesce, mirando con
emoción a los muchachos que daban susurros embarazosos.
—Imposible… –se halló diciendo Adelí,
sorprendida. Muy sorprendida. Alegár y Ushi tendrían que ver aquello, esa
cantidad de ojos-gema menores era más que cuando ellos vivían en el convento. No
todos tenían gemas oculares, en el sentido estricto de la palabra, pero sí que
tenían vistas de todo tipo.
—Ascendencia selectiva –respondió Jesce, con
toda la fugaz tranquilidad del mundo.
—Endogamia e incesto –siseó Adelí, recordando
que, durante la época de Sangre Inocente, a los conventos se les había acusado
de promover el incesto y otras tantas falacias sexuales, que en cierta medida
podrían ser ciertas, pero aquella “ascendencia selectiva” no era tan diferente.
—Ascendencia selectiva –repitió Jesce,
corrigiéndola. El ceño se le había vuelto más serio y sus iris habían cambiado
el orden de sus facetas. Impresionantemente increíble, si existía tal énfasis–.
Los padres son ojos-gema con más pureza Dual en la sangre: ojos opacos, ojos de
cuarzo, de carbón y obsidiana. Colores y tonos improbables como la
blanquinegrez o incluso el hierro negro de algunos ojos de mineral, a estos
últimos sugerimos tener tres descendientes para propagar la pureza en el linaje.
Esto ha llevado al nacimiento de los Hijos de Akxesh, y al redescubrimiento de
ojos-gema como los ojos de mineral.
—Ha dado resultado –añadió Irin, mirándola
desde el hombro–. Nacen ocho por cada diez ojos-gema, e incluso en Zheng se han
descubierto ojos-gema que no pertenecían a ni un convento, que vivían alejados
de la sociedad.
«Como Halya», pensó, rememorando la historia
que Alegár le había contado acerca de cada miembro de los Caballeros de Lo
Blanco.
—La mayoría tiende a nacer con gemas oculares,
cierto, sin embargo, durante el crecimiento empiezan a surgir factores que
determinaran su clasificación: la opacidad, las facetas, la expansión del iris
–Jesce hablaba con tanta elocuencia y felicidad, mientras la presentaba a
algunas niñas que ansiaban saber de Adelí como maestre de la Orden.
—Nunca pudimos lograr esto…, durante mi adolescencia
empezaron a nacer muchos menos ojos-gema –susurró, acariciando los cabellos de
las chiquillas. Eran enteramente una mezcla de razas y predominaban los rasgos
orientales y occidentales; los cabellos largos y negros, y ojos rasgados de
Zheng, así como las frentes amplias y quijadas firmes de Karanavi.
—Y son fieles al Todo –añadió Jesce,
estudiando el gesto que Adelí mostró: absoluta sorpresa–. Muchos ojos-gema
adultos, que me ayudaron a forjar la comunidad, pidieron que cesara la doctrina
de Axies –explicó–. El Todo proliferó como religión aquí y ahí dónde usted
caminó alguna vez, he escuchado que incluso al norte de Lanatar se fundó una
capilla en adoración al Espejo, como símbolo.
Imposible, los ojos-gema estaban atados a los
mandamientos de Axies por genética. Nadie, salvo los ojos de cuarzo, podían ir
en contra de su sacro linaje. Seixa lo había dicho. Aunque ciertamente, durante
todo el recorrido por el convento, no había visto ni una sola pintura ni
estatua de los dioses de la Dualidad.
—Quisiera un informe –se halló diciendo–.
¿Puedes preparar un marco histórico? He estado demasiado tiempo alejada de las
noticias del mundo.
—Claro, duquesa –respondió Jesce, feliz hasta
decir basta–, lo enviaré directamente a vuestras escribas en Galinor.
Adelí asintió satisfecha, emocionada mas bien.
No había estado en campaña más de casi tres años, así qué, ¿cómo era posible
que en Oriente las cosas hubiesen cambiado tan estrepitosamente? Jesce hablaba
de que incluso los Him habían empezado a emerger de sus comunas subterráneas,
para adentrarse en la sociedad moderna, y con ellos muchas veces llevaban ojos
de mineral en sus brazos.
Irin se despidió luego de un largo rato de
charla, cuando el atardecer comenzaba a irrumpir ahí donde se encontraban las
tierras de Karanavi, para reunirse con sus damas y vestirse de manera adecuada
al perdón real que se celebraría en unas horas próximas. Adelí, en cambio,
paseó un par de horas más por todo el convento, conviviendo con Jesce y el
resto de ojos-gema. Todo el tiempo se mantuvo pensando cómo estaría Erilal y
Ushi, ¿habrían llegado a salvo a Karanavi?, ¿estaría Imya ahora con el rey
Açebe…?
Aquello último le hizo sentirse irritada,
alejó los pensamientos lo suficiente hasta que los guardias del convento le
informaron de la llegada de Alegár quien iba acompañado de una pequeña escolta.
—Gran maestre –saludó Alegár con una
dedicación militarizada que dejó impresionada a Jesce, el rostro descubierto y
el yelmo bajo el brazo–. ¿Es esto…?
—Ojos-gema, tantos cómo tus gemas oculares son
capaces de ver –respondió Adelí.
—Imposible. Estarán llevando algún instrumento
divinizado –Alegár dedicó miradas a cada sitio donde se pudiese llevar alguna
sortija o pendiente, no encontró nada similar.
—Son ojos-gema puros, como nunca antes vimos,
Alé –dijo Adelí, la sonrisa cubriéndole hasta las mejillas sonrosadas–. Incluso
en la Orden fue difícil atraer a tantos, ¡y fueron de todos los rincones del
mundo! –en voz más baja, añadió–. Hay de tantos tipos que desconocemos, Alé.
Incluso las piedras son de Dios.
Alegár ahogó una respuesta y mantuvo firme los
labios para intentar sofocar una vivida sonrisa.
—Maestre, algunos están dispuestos a unirse a
la Orden –informó Halya, acercándose al trote con el resto de Caballeros de Lo
Blanco. La voz del muchacho fue como un relámpago en la noche y sus iris de oro
centellaron al reflejarse el sol en ellos.
—¿Qué piensa, maestre? –preguntó Rirail al
posarse a su lado con las manos a la espalda, intentando imitar a Alegár–.
¿Aceptará a esos muchachos en sus filas?
Adelí intercambio miradas con Alegár y luego
con sus Caballeros de Lo Blanco, precisamente con Dar que parecía mirarse incómodo.
Casi lo comprendía, de un momento a otro las cosas se tornaban tan distintas
que parecían de otra era. Alegár asintió.
—Mi responsabilidad está en las tierras de
Galinor y los tiempos están cambiando, si estos muchachos no tienen problemas
en aprender etiqueta y el uso de las armas de fuego, entonces mis caballeros
estarán encantados de entrenar a los mayores –dijo, con una sonrisa afectuosa–.
Para los menores no contamos con un ambiente apto, sin embargo, puedo alojarlos
en la capital e instruirlos en el arte de la ciencia y la medicina. El combate
no es lo único en lo que destacamos los miembros de la Orden.
Sham se removió en su interior, como un gato
al ronronear. Minal atronó.
—Está hecho –respondió Jesce, emocionada, y
tendió la mano para sellar el trato, aunque luego habría de necesitar un
documento legal–. Una vez dé fin el perdón, organizaré sus actas natales, así
como sus pruebas de conocimiento y combate.
—Envíalo a mis escribas –le convino Adelí–.
Igualmente me gustaría invitarte a Galinor, tus conocimientos en reforma nos
vendrían bien.
—Es un honor que pienso cumplir –concluyó
Jesce.
Adelí dirigió una mirada de asentimiento a
Alegár y ambos se marcharon, junto a Rirail y el resto de caballeros que
formaron en una comitiva de veinte hombres. Detrás de ellos los ojos-gema
vitorearon el nombre del rey, el apellido de Jesce, los de Adelí y los
juramentos de la Orden.
Montaron uno de los tantos vehículos de
combustión, esta vez uno pequeño con capacidad para cinco personas, y partieron
a una buena velocidad en dirección a la explanada del Barrio de Las Lágrimas.
Rirail cerró la ventanilla del conductor, al
parecer no quería oídos indiscretos.
—Vuestra historia es fascinante, señorita
Dalian –dijo, irguiéndose en el asiento–. La biografía Karanavi no le hace
honor. Se cuenta que fue ciega en algún momento de su vida, pero ahora es
extraordinario… Blanco sobre fondo negro –añadió, mirando sus gemas oculares de
cuarzo.
Alegár carraspeó.
—La bendición del maestre Krien –respondió
Adelí, mintiendo.
—Es más que eso, ¿no es así? –preguntó Rirail,
los parpados rasgados cada vez más ensanchados–, Adelí Zhahs Lin.
El puño de Alegár fue a parar directamente a
la guarnición de su puñal. Adelí no mostró tanta agresividad, entendía que Jesce
lo sabía desde hacía años, después de todo ella misma lo había revelado a Irin.
Pero, ¿qué pretendía con ello?
—Oh, no me mal entienda, busco todo menos
problemas –sonrió–, “su majestad”.
—Ten cuidado en qué lugares mencionas tales
palabras, Rirail –dijo, taimada.
Adelí le fulminó con la mirada y luego dedicó
un largo fruncir de labios para Alegár. La expresión para que su caballero
guardara silencio.
—¿Hace cuánto que lo sabes? –preguntó, esta
vez sí que hizo ademan de sonar amenazadora para tantearle.
—Hace poco más de seis años. Fue una ventaja
de servir a su majestad Zheng y al mismo tiempo tener autoridad sobre los
ojos-gema del convento –la expresión de Rirail se había vuelto distante a las
anteriores que mostrara, era una de victoria y soberbia–. Tuve acceso a
documentos importantes.
—No se debe enterar. Nunca se debe enterar
–señaló Adelí.
Alegár la miraba con el rostro perplejo, quizá
su mente ya hubiera enlazado hilos. Jamás había contado a nadie de su linaje,
ni siquiera a Imya con quien había compartido momentos de inmensa intimidad.
—No debe tener motivos para preocuparse, mi
señora –siguió diciendo Rirail, serena como si lo dicho no implicará algún tipo
de inconveniente–. Sirvo a los Zheng, a los verdaderos, no a los tíos o
sobrinos de los grandes señores, ni a los matrimonios políticos.
—Yo…
—Y mi hermana dio la vida por usted –le
interrumpió Rirail–. Hua siempre fue distante, difícil a su manera. Antes de
que nos separáramos vi lo mismo que en usted: blanco sobre fondo negro. ¿Sabe
qué sucedió con mi hermana?
—Está muerta, murió luego de entregarme al
convento –respondió Adelí.
—Eso es sabido por todos, majestad. Lo qué
quiero decir, ¿sabe usted porqué mi hermana contaba con dos gemas oculares
distintas?, ¿sabe por qué los Hijos de la Fugaz la dejaron vivir? ¿Por qué ambas
comparten esas extrañas gemas de cuarzo?, ¿dónde consiguieron ese don?
Prudencia.
Atronó Minal desde su interior. Esta respuesta fue una de tus condenas, no debo interferir, ni decirte
que responder. Sé prudente, sé.
Adelí dio una bocanada de aire, nerviosa, al
notar las emociones de Minal. Era como si el Oyente estuviese asustado y
emocionado a la vez, esperanzado por una respuesta errónea.
—Lo desconozco –mintió, Minal se retiró
satisfecho al fondo de su mente.
La mirada de Rirail se volvió desconsolada, melancólica.
No añadió más durante el trayecto hacia la explanada. Era razonable, su hermana
había muerto sin que nadie supiera porque contaba con dos gemas oculares
distintas. Según Alisian, el convento de Ciudad Dual había ocultado a Kyranvie
el hecho de que la muchacha tuviera una gema ocular de cuarzo, quizá para
evitarse problemas más grandes.
Jesce solo quería una explicación que Adelí no
le proporcionaría.
Cuando por fin llegaron a la explanada,
abarrotada por cientos y cientos de personas, Rirail volvió a dirigirles la
palabra.
—Nos separamos aquí –dijo, al abrir la puerta,
Adelí notó los tantos vehículos que fungían a modo de cerca. Incluso la guardia
de la ciudad había optado por abandonar las formaciones clásicas para desplazar
pequeñas comitivas con mucha más rapidez–. El día que desee recuperar su lugar
en la corte, cuenta conmigo y todos los ojos-gema de Oriente –añadió, tentando
un apretón de mano.
—Espero que volvamos a vernos, Jesce, en
Galinor –respondió Adelí, aceptando el gesto de amabilidad.
Rirail asintió con una sonrisa solemne y
reanudo su andar cuando una empresa de la guardia Zhengyin la rodeaba a modo de
escolta.
—¿Qué ha sido todo eso? –preguntó Alegár,
tomándola por el brazo.
—Lo que has comprendido.
Alegár apretó los labios con firmeza y Adelí
lo fulminó con la mirada una vez más.
—Eres mi amigo, ¿no es así? –preguntó, tomándolo
igualmente por el brazo–. Eres mi caballero, ¿no es así?
—Hasta el último de mis días.
—Entonces confía en mí y guarda este secreto,
hasta el último de tus días. Sé la gran persona que eres Alegár y comprendo tu
dolor mejor que nadie, yo misma he padecido el mayor de los horrores, así que,
por favor, mantenlo en secreto de todos. Evitemos problemas más grandes.
Alegár dio un poderos aliento y se tragó el
aire para controlar sus ansias. Luego de unos segundos asintió, se colocó el
yelmo y marchó a su lado sin decir una sola palabra más.
Dos horas transcurrieron hasta que los voceros
dieron aviso para iniciar el lance.
La noche estaba estrellada, la luna y las
lámparas eléctricas eran la única luz que alumbraría Ciudad Dual esa noche. En
el palco real se encontraba la reina Tristan y sus tres hijos de sangre, Yían
al costado derecho de su padre. El chico se miraba tan parecido a Adelí que
daba miedo, su quijada fina y la frente ancha, los ojos delineados por
naturaleza y el porte de la insolencia.
El resto de los asientos alrededor del palco
fueron ocupados por la corte de los reyes, personajes de renombre como Gacilia
Mín Yúan, Veril Lia Lanatar o Ci Fua Zheng. La directora Xia Ili Han,
envejecida y maltrecha, escoltada por el rey de Lanatar, tenía su propio
asiento de honor a la izquierda de la reina de Yúan, ambas parecían tener una
relación de lo más extraña, pues la reina le gastaba bromas que Han
correspondía con una sonrisa.
Rirail tomó lugar en el atril, vestida en
conjunto por cuatro largas túnicas distintas, cada una de colores negros y
blancos en complemento. Un pequeño cetro con el Espejo adornaba sus largos
dedos, y un gorro santo, su coronilla.
El pueblo del Barrio de las Lágrimas esbozó un
alarido cuando la vieron, las voces de orgullo y festejo poblaron todo el
ambiente.
—Guardad silencio en honor a su majestad la
reina Tristan Leng Yúan y el rey de Zheng, Irin Lang Zheng –dijo, con una voz
poderosa que no hubiese mostrado hacía unas horas de su encuentro–. ¡Hace siete
años, este mismo lugar, Letifan Vernatk Krien y sus adeptos, se declararon
culpables dentro y fuera de los interrogatorios bajo el protocolo de Hierro y
fuego! Los cargos fueron: sacrilegio, herejía, idolatría, secuestro y homicidio
de menores, y otros tantos que repugnan en mi voz.
El pueblo correspondió con gritos de resentimiento
y despecho, algunos gritaban que los condenados eran inocentes, otros, que eran
culpables. Una buena Dualidad.
»Este día, durante el aniversario del príncipe
Yían Yúan Zheng, futuro rey de Zheng y Yúan, el trino de reyes ha permitido
otorgar un indulto para los enjuiciados –la gente refulgió entre vítores, unos
en maldiciones y otros tantos en alabanza–. ¡Por la gracia de los reyes,
volverán a ser hombres libres!
Con lo dicho, los apresados fueron emergiendo
al termino del aviso, de los miles que en su momento habían encarcelado apenas
quedaban unos cientos. A la cabeza de ellos iba Letifan Vernatk Krien,
flanqueado por sir Frederick y Ruli, dejando estelas hombres que se mostraban
en paz y determinados, envalentonados por el príncipe segundo de Galinor. Si aquel
último hombre no moría, se podría convertir en un problema más adelante.
Aquellos hombres no parecían haber perdido la
esperanza de vida, todo lo contrario, se miraban intimidatorios y fuertes de constitución.
Ni uno solo se miraba derrotado.
—El honor les hizo aceptar su culpa, y son
congratulados por ello –empezó a decir Rirail, nerviosa, culpable–. Este día
podrían ser liberados si de igual forma mantienen el honor que una vez
mostraron.
Los hombres, comandados por Krien al frente,
no respondieron.
»No hay más que decir. Declaraos culpables y
aceptar el favor del trino de reyes –ordenó Rirail.
Para Adelí, esos minutos de espera fueron los
más largos de toda su vida. Ni siquiera durante los castigos de Seixa sintió el
pesar del tiempo como en aquel día.
La multitud se agolpó en silencio y únicamente
el silbido del aire rompía el sepulcro sinuoso. Una eternidad en segundos.
Fue entonces cuando Adelí se fijó en la mirada
de Krien quien, después de escuchar atentamente a Rirail, dedicó una vista a
los ojos de cada persona que encontró en la explanada. A la propia Adelí le
sostuvo la mirada durante unos momentos, reconociéndola como la sombra que
tantos años lo había acosado en la oscuridad de aquella horrorosa mazmorra. Por
último, Krien miró directamente a Irin.
La espalda del anciano se irguió, recuperando
el antiguo e imponente porte de un Gran maestre, los harapos que vestía se le
ajustaron a los músculos envejecidos y con su poderosa voz, gritó:
—¡Inocentes!
Fin de la tercera parte
Primer día, primer
mes, segunda década después de Seixa.
Con esta mi última carta, pretendo esclarecer lo que
quizás ahora te acongoje. La muerte de Irel y la futura Irinel, no es más que
un presagio de lo poco que puedo atisbar, la caída de Karanavi y el ascenso de Vavă’ilao,
todo, no es más que eso, una simple hebra del “podría”.
Mi visión es como encontrar una aguja al fondo de
un estanque de agua clara: a primera vista puede ser fácil, pero, mientras más
te adentras, puedes darte cuenta de lo complejo que es presagiar el mañana.
Los resentimientos no nos salvarán de un posible
fin, así que abandónalos en el mismo cajón donde mantienes el filo que lo
asesinó. Yo misma comprendo tu dolor, yo misma tomé la misma decisión.
Con esto recibirás las respuestas del Akxesh.
— Zíxúe comprende el día en que
morirá, él entiende cuál es su fin en Akxesh. Permítale campar a sus anchas,
con la protección del rey de Zheng.
— Permite la entrada a la flota de
Verhem. Él forma una cuarta parte de la poca oportunidad que Akxesh tiene para
afrontar el fin, sin embargo, sé precavido con ciertos escamados.
— Pon a trabajar a todo el que
fuera necesario para forjar las armas a partir de los bocetos añadidos a las
cartas. Todos han de pelear, todo hombre, mujer, niño y anciano, deben defender
sus tierras.
— No confíes en Adel, es probable
que su mente se halle más rota que la última vez que nos vimos. Es probable que
Seixa por fin haya destruido su espíritu completamente.
Una
cosa más que he mantenido hasta el final, por no hacer caer los ánimos. Estoy
muerta, las cartas que tienes en tus manos las escribí hacía años. No obstante,
fui asesinada este mismo día, en el momento en que usted y Verhem reciben mis previsiones.
Que mi
hijo sepa que luché con honor hasta el final, y que los Caballeros de Lo Blanco
son un mal necesario en Akxesh.
Que la suerte del cosmos sonría a las
tierras dónde nació el hombre que lo fue todo y nada a la vez.
Ushi Him Sōngshù
de la verdadera sangre Him y la gloria de los Sōngshù.
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