XXIII
Del
Pasado al Presente
“…
Se garantiza la seguridad y el traslado de todos los soldados Karanavi enviados
a tomar el reino de Yúan, así como del principal líder rebelde: Elemir Ilek
Truen.
Se
informa de Letifan Vernatk Krien: el instigador ha aceptado toda culpabilidad
en los cargos imputados (se anexa la declaratoria tomada por Jesce Rirail,
matriarca de los ojos-gema en Ciudad Dual), de acuerdo al protocolo de Hierro y
fuego, de manera que garantizamos su supervivencia, así como la de todos los seguidores,
cómplices y principales implicados, durante el cumplimiento de la condena. Sin
embargo, el reino de Zheng, Yúan y Lanatar, negamos su autoridad como maestre y
solicitamos a Kyranvie el renombramiento de un nuevo Gran maestre para la santa
iglesia; así mismo, a manera de reformar la fe corrupta en todos los reinos, y
estrechar lazos de paz, solicitamos el recibimiento, al Convento Central,
Kyranvie, de un grupo de escribas conformados por la alianza oriental y
encabezados por Jesce Rirail.
Expresamos
total desagrado a los títulos de Vernatk Krien y exigimos que sea despojado de
todo título de nobleza o autoridad, y estos pasen a manos del rey Irin Lang
Zheng, sexto en la línea sucesoria de la familia real Zheng y Protector de
Oriente, o en consecuencia en alguien confiable para todos los reinos. Nunca
más debemos estar enemistados.
Si
aceptan estos términos, daremos por concluido el conflicto entre reinos y el
asedio a Yúan.
Firman
los reyes: Irin Lang Zhen, Tristan Leng Yúan y Balzhae Atel Lanatar. Aliados en
busca de la verdad…”
Terminó
de leer Erilal, dirigiéndose a todos los presentes en la sala del trono. En
ella se encontraba el joven rey Rashún, junto a toda su corte y concejales, las
consortes capturadas del difunto rey Galinor y el maestre provisional Alisian
Zhao Fu, acompañada de su escolta: un hombre muy alto que vestía cota de malla
y una gruesa túnica blanca, aferrada al abdomen con una cinta negruzca, y una
muchacha que apenas alcanzaba los hombros del anterior, con la misma indumentaria.
«Vaya
día», pensó Erilal, recordando como su escriba personal, quien ahora era
capitana del puerto, había llegado a toda prisa para presentar la noticia
acerca de Irin Lang Zheng queriendo negociar. Aquel mismo día, Erilal hizo
reunir a todas las cortes aliadas y miembros importantes de la fe.
—¿Qué
piensas, Zhao? –pregunto Erilal, traqueteando con sus anillos sobre la piedra
del trono. Desde la muerte de Galinor ese sonido repiqueteante se había
convertido en un símbolo de autoridad–. Creo que es hora de que ostentes los
títulos que te corresponden, no se lo otorgaremos a Zheng.
—Con
gusto aceptaré el puesto como Gran maestre, majestad –empezó a responder la
alta muchacha, haciendo una ligera reverencia–. Bajo mis condiciones y demandas
–añadió, sosteniendo la mirada a Erilal.
—Tu
posición es fuerte, al igual que tu determinación –respondió Erilal asintiendo,
y dirigiendo una mirada a todos los presentes, continuó—: Te escuchamos, pide y
te daremos en la medida de lo posible.
—La
primera de mis condiciones: la fe queda a disposición de la fe, ni un solo
reino puede disponer de ella, ni dar opinión acerca de nuestras decisiones
–Zhao hablaba con tono despótico, y era genial, Erilal jamás había tenido a una
amiga que le hablará de esa manera.
»La
segunda: los ejércitos de la fe responderán a mi mando, no al de nadie más. La
tercera: San’mídeila Rashún será adoptada por la fe, al igual que una de las
viudas del difunto rey Galinor. Por tanto, perderán su título de nobleza y
serán acogidos por el santo manto. Estas son mis condiciones.
Dandeíla,
de treinta años, la primera y mayor de las ocho hijas adoptivas del rey Açebe,
dio un paso al frente con aires de hostilidad, el gesto endurecido.
—¿Piensa
tomar rehenes a la antigua usanza? –preguntó, en efecto, estaba furiosa, pero
mantenía un claro respeto. El joven rey la había educado de buena manera–. San’
es una niña.
—Mi
hermana era una niña cuando le arrancaron los ojos, mi señora –respondió Zhao
con mucha más calma. Una calma que retenía la furia en su cuerpo, que curiosa–.
Disculpe, pero, el día en que el rey Irin atacó mi hogar perdí a muchos de mis
amigos. Recorrí medio mundo en busca de un lugar seguro y durante el camino
perdí a otros tantos. No tengo intensiones de que el resto de ojos-gema vivan
lo mismo.
—¿Pero
sí quiere que lo viva una niña y una viuda? –preguntó Dandeíla con insistencia.
Su padre adoptivo no añadía nada a la conversación como de costumbre. En
cambio, se mantenía al margen de la hija mayor y la estudiaba con las manos
entrelazadas.
—Sí –respondió
Zhao–. Dos vidas a cambio de paz y seguridad para miles de devotos.
Erilal
interrumpió la conversación, mas para comprobar la determinación de su amiga
que para generar conflicto.
—Viven
en mis tierras –dijo, cruzando las piernas–. Kyranvie forma parte de mi reino.
—Y
podríamos tomarlas si nos lo proponemos –respondió Alisian en el mismo tono con
el que le había hablado–. El convento es tan grande como una ciudad-estado, así
que podemos defenderla y expandirnos. Sin embargo, no es eso lo que buscamos,
estamos cansados de conflictos, guerras y de tanta muerte. Solo queremos paz.
Erilal
asintió, Zhao no hablaba solo por hablar. En los últimos meses el número de
ojos-gema capaces de luchar había aumentado exponencialmente gracias a sus
reformas militares y los informes daban fe de que sus efectivos, hombres
normales, aumentaban día con día con el bautismo a mercenarios y soldados
desertores. Y, si se tenía en cuenta de que pronto regresarían los que
navegaron a Yúan, bueno, serían una organización descomunal.
—Acepto –sonrió–. Mi reino deslinda a La
Divina Dualidad de sus posturas políticas y como defensora del reino Galinor,
doy fue de que ellos lo aceptan de la misma manera –añadió, mirando a las
viudas que lloraban al no saber quién de ellas sería tomada por el convento.
—Rashún
acepta no objetar en las decisiones de la fe –respondió el joven Açebe, su hija
mayor lo miró con el gesto desconcertado, pero no objetó, ¿cómo podía tener tal
autoridad cuando la mujer claramente le doblaba la edad? Vaya familia más
rara–. San’mídeila acepta ser adoptada por la fe, y como habíamos acordado, sus
efectivos le acompañarán hasta el fin del mundo –al decir lo último, Dandeíla
ceso su hostilidad, con los parpados bien firmes, y la joven chiquilla de ocho
años asintió, no con ojos llorosos, sino con aire regio.
—Prometemos
su seguridad, serán acogidos con amor –respondió Zhao con una reverencia a los
reyes y la familia real de cada uno, aunque la de Erilal solo consistía de ella
y su madre. Les dedicó una larga mirada, esperando algo.
—No
tengo un pupilo que ofrecerte, Gran maestre –añadió Erilal.
—Lo sé,
sin embargo, creo que el que vivamos en sus tierras es amenaza suficiente
–sonrió.
Erilal
soltó una carcajada compartida por el rey Rashún, y al poco tiempo se reincorporó.
—No te
dejaré con las manos vacías –dijo, con una sonrisa y estudiando a sus guardias
de confianza–. Ihik’Hesal, él será enviado como pupilo.
—¿Un
hombre que no forma parte de la familia real? –preguntó Zhao.
—Ha
jurado lealtad con sangre –respondió Erilal, recordando la carnicería que Hesal
había llevado a cabo. En Karanavi no quedaba ni un solo soldado de Galinor–. Le
entregaré la lanza que alguna vez fue de mi padre, como un símbolo de su
relación con el reino, y lo enviaré a Kyranvie para honrar a los Karanavi y su
alta fe.
Zhao
asintió, mirando a sus escoltas que compartían amplias sonrisas en los rostros
satisfechos. La dama era la más curiosa de todas, no asemejaba nada a un
soldado, vestía un faldón de placas de acero, visible bajo la gruesa túnica
blanca. Apenas tenía cicatrices o callos en los dedos, como si nunca hubiese
empuñado un arma. El joven sí que era más representativo a un noble caballero,
los cabellos largos y dorados y esa enorme espada ancha al cinto
—Asunto
arreglado, las condiciones están cumplidas –dijo Erilal–. Quiero escuchar sus
opiniones respecto al resto del documento –añadió, dando un golpecito al texto
enviado por Zheng.
El
primero en hablar fue el joven rey de Rashún.
—Deberíamos
renegociar los términos –como siempre, el joven hablaba con un tono de los más
elocuente y encantador, gracias a su edad–. Cederíamos demasiada autoridad al
rey Irin.
—Mi rama
es la de erudición, majestad –añadió Zhao–. Concuerdo con el rey Açebe, estos
términos son demasiado arrogantes.
—¿Sugerencias?
—Los
fervientes son de la fe –dijo Zhao, con una autoridad que era impropia de
ella–. Todos los residentes en los conventos de Yúan deben ser trasladados a
Kyranvie para su protección.
—Los
barcos varados en la costa norteña corresponden a una importante flotilla,
Karanavi –añadió Rashún con sus encantadores ojos–. Hay que recuperar los pocos
que sobrevivieron al ataque.
Erilal
asintió, embelesada, ambos, Zhao y Açebe, tenían un aire de grandeza de lo más
increíble. Parecían mejores reyes, a diferencia de ella.
—Respecto
al antiguo maestre Krien –siguió diciendo Zhao, luego de confabular con su
escolta por un largo periodo en el que Erilal y Açebe compartieron miradas–,
será despojado de todo título de nobleza, estos pasarán a mi nombre.
—¿Dices
que bien se puede morir en una celda? –dijo uno de los concejales del rey
Rashún, esos hombres, más que aportar soluciones, estaban presentes para
recordar la Dualidad en cada persona.
—No ponga
palabras en mis labios, concejal –respondió Alisian con brusquedad–. Krien y su
discípulo, el santo Elemir, podrían suponer un problema en consecuencia a mi
nombramiento. Muchos de los devotos aún muestran su aprecio a los antiguos
preceptos. Cuando los despoje de sus títulos, a ambos –recalcó–, la Santa
Autoridad será únicamente la mía. Y los preceptos, los míos.
Los
concejales asintieron ante su respuesta, al parecer justamente esperaban algo
de tal magnitud, solamente los escoltas de la misma Zhao se vieron reacios a
aceptar, sin embargo, poco podían opinar.
—Asunto
arreglado –dijo Açebe, dando un aplauso y con la voz galante–. Oh cierto,
también está ese asunto de dejar entrar a los escribas a tierra santa.
En
opinión de Erilal, negar la entrada a esos escribas era lo más sensato. No
quería que se enterarán de como invocar los milagros y mucho menos de dónde
provenía esa Sangre de Axies… Precisamente lo último no debía conocerse o
aquellas acusaciones no harían más que avivar la llama de la discordia.
—Y…
—¿Algo
más, rey Açebe? –preguntó Erilal enarcando la ceja poblada.
—Sí,
Karanavi: la guerra civil en Galinor.
—Sähak –maldijo Erilal, deseando que las
noticias dejarán de llegar. Justamente había olvidado a esos príncipes de
Galinor llamando a las armas a sus banderizos.
—Lo
primero: esos escribas, maestre, ¿qué harás? –preguntó a Alisian.
—Buscan
información, majestad –respondió Zhao–. Es claro que les interesa aprender el
arte de los milagros, sin embargo, tengo mis condiciones: información básica y
general, no tienen autorización para divagar por todo el convento. Eso obtendrán
de mí.
«Buena
chica», sonrió Erilal, sintiéndose orgullosa por alguna razón.
—Entonces,
¿estamos de acuerdo en aceptar este maldito tratado que bien podría terminar en
cualquier momento y provocar otra fugaz guerra? –dijo el joven rey con una sonrisa.
Erilal lo fulminó con la suya, pero no pudo evitar sonreír.
Todos
los importantes compartieron asentimiento, excepto las consortes del difunto
Galinor.
—Queda
dicho entonces –concluyó Erilal–. Escriba, redacta mis palabras y transmítelas
a todo Akxesh de la misma forma que hizo el rey Zheng:
Irin Lang Zheng, sexto en la línea sucesoria
Oriental, rey del reino Zheng y todas las tierras hacia dónde se extiende
vuestra sangre, protector de Yúan.
Aceptaremos el tratado de no agresión, siempre y
cuando se cumplan las siguientes condiciones:
—Los navíos usados para el traslado de los hombres
en Yúan, serán únicamente procedentes de mares Karanavi y Rashún.
—Se exige el rescate de toda persona que desee
marchar de tierras norteñas, sean devotos, soldados o civiles natales.
—Se solicita que los navíos varados en mares Yúan
regresen a sus legítimas costas.
—Letifan Vernatk Krien y su discípulo, Elemir Ilek
Truen, a partir de este momento, han sido excomulgados de La Divina Dualidad y
sus títulos de nobleza retirados. Todos, sin excepción, serán concedidos a
Alisian Zhao Fu, Zhengyin pura sangre de Ciudad Dual. Nadie más confiable que
una mujer capitalina de Zheng para comandar la santa iglesia. Por tanto, se
informa que, a partir de este momento y a perpetuidad, Alisian Zhao Fu y toda
su casta, tienen Santa Autoridad. Se exige que esta sea respetada de acuerdo a
su rango: Gran guía, Gran maestre de La Divina Dualidad, Protectora de la fe y
Gran maestre de la Guardia Dual, así como de todos los ejércitos de los que
disponga la fe.
—Respecto a la solicitud que concierne a la visita
por parte de los escribas: La maestre Zhao, acepta la entrada del grupo,
siempre y cuando se mantengan las siguientes reglas:
·
Ella y solo ella, responde en nombre
de la fe y dará la información que considere pertinente.
·
Las entrevistas a ojos-gema,
devotos, trabajadores y soldados, quedan estrictamente prohibidas.
·
No se permite la entrada de ni un
tipo de ejército u hombres armados. La fe será la única escolta para garantizar
la seguridad de los enviados.
·
La maestre guiará a los escribas por
un recorrido establecido, por lo tanto, no pueden desplazarse por el convento a
menos que ella lo permita.
·
Pinturas, estatuas y recuerdos de
algún tipo, únicamente se otorgarán siguiendo el proceso adecuado.
Sean estas nuestras condiciones, esperamos pronta
respuesta y deseamos Longevidad a vuestros reinos.
Firman:
Erilal Imya Karanavi,
emperatriz del Oeste y todas las tierras por las que corra la antigua sangre de
los héroes Karanavi y protectora de Galinor.
Açebe Rashún, quinto en
la regencia por gloria de combate, rey de Rashún y protector de Galinor.
Alisian Zhao Fu, Gran
guía de los ojos-gema, Gran maestre de La Divina Dualidad, protectora de la fe
y Gran maestre de los santos ejércitos.
—Transmisión
exitosa, majestad imperial –informó la escriba, la mujer vestía un uniforme de
lo mas estilizado y un enorme cordón blanco, atado desde los hombros a la
cintura, distintivo de la regencia en los puertos, y el puñal que Erilal le
había regalado.
Luego
de una larga media hora de espera y silencio, llegó una sola respuesta:
“Aceptamos. El rey Lanatar III, la reina Yúan V y el rey Zheng VI, reconocemos
el nombramiento de Alisian Zhao Fu como Gran maestre de La Divina Dualidad y
aceptamos las condiciones impuestas para el resto de peticiones. Longevidad a
la paz. Longevidad a Akxesh”.
—Queda
hecho –suspiró Erilal con clara satisfacción al quitarse un peso de encima–.
Longevidad a Akxesh –rezó y todos repitieron la misma frase.
»¡Oh
cierto! –añadió Erilal, recordando uno de sus principales quisquilleos–.
Escriba, informa a Zheng nuestros deseos por firmar el tratado en la capital de
Yúan. Alisian Zhao Fu será mi representante, ahora mismo le cedo autoridad para
firmar en mi nombre –dijo, con una sonrisa burlona, quería verla estallar.
—¿Majestad?
–respondió la muchacha con los ojos esmeraldas bien abiertos–. No formó parte
de la política, lo he dejado bien claro. Siendo ese el caso, es mejor que Ăgoht
firme en nombre de su majestad.
—Mi
madre es pura sangre Karanavi, como yo, no le daré las herramientas que me
pongan en peligro –respondió Erilal, su madre bufó, pero asintió. Así habían
sido siempre los Karanavi, muchas veces no cedían el trono por edad o herencia,
sino por combate como en las tierras de Rashún. Aunque otros, como Erilal,
asesinaban a sus reyes cuando estos estaban distraídos.
—¿Yo no
represento un peligro? Tengo tropas, espías en todas las cortes…
—No
considero peligroso al que derrama lágrimas –respondió Erilal–. Firma en mi
nombre, como un símbolo de amistad entre el reino y la fe, luego puedes hacer
lo que gustes, Alisian.
Alisian
suspiró, entendió que no tenía sentido discutir con Erilal, ambas eran tercas,
pero Erilal lo era más. Sonrió, y poniéndose en pie preguntó.
—Maestre
del puerto, joven rey Açebe, ¿están listos los navíos para zarpar a Galinor?
—Mis
barcos equipados, mis hombres sedientos de gloria –afirmó el rey de Rashún.
—Lo
Karanavi están listos a su orden, majestad –respondió la escriba–. Pensaba que
el conflicto había terminado –dijo, confundida.
—Y lo
hizo, pero en Galinor al parecer los príncipes han llamado a las armas y
pretenden atacar Rashún para luego navegar a Karanavi –explicó–. Zhao, te
proporcionaré de una buena flota con la que dirigirte a Yúan. Viudas –añadió,
dirigiéndose a las mujeres de Galinor–, ustedes me ayudarán a calmar a sus
hijos.
Las
mujeres asintieron, mas por sentirse amenazadas que por lealtad.
—Me
reuniré contigo en la capital de Galinor, Karanavi. Es sabio que dirijas tus
tropas a las costas orientales y asaltes desde el sureste –sugirió el joven
rey, asintiendo y despidiéndose sin esperar respuesta.
La
emperatriz asintió, dando por concluida la asamblea y dejando como responsable
del reino a su amiga Alisian, depositando toda la confianza en ella.
Los
siguientes años marcarían el rumbo de una reformada iglesia y de conflictos que
nunca terminarían.
La
oscuridad que devastaba el corazón de Adelí, se había intensificado con los
últimos días, al enterarse de su linaje con el rey Zheng. Su corazón
resquebrajado en miles de partes, renegando de su ascendencia, de sus padres y
de su hermano. Renegaba de todo cuando pudiera, incluso de la vida misma.
Sus
días recluida en la enorme habitación, evitando todo contacto con sus hermanas
y amigos, proliferaban esa angustia creciente en su corazón. Sin embargo, no
quería verles, no quería ver a nadie.
—Sufres,
¿por qué? –preguntó Seixa con la apariencia de una mujer adulta. La misma con
la que la había conocido.
—Destruyo
mi hogar, mi vida, a Ushi –respondió Adelí en un murmullo.
La
chica estaba más delgada que de costumbre. Perdía músculo con el pasar de las
semanas y sus cabellos eran una maraña sin forma estilizada.
—Buscándote
–respondió Seixa, intentando… ¿animarla? ¿Hacía cuanto que no sentía esa
necesidad?
No lo
recordaba, no recordaba el día en que fuera… humana.
—¿Por
qué no lo dijiste? –preguntó Adelí, rehuyendo de los brazos de Seixa, esta se
ofendió, y escondiéndose entre las cortinas de las ventanas. Desde ese lugar
pudo ver a los ojos-gema preparándose para marchar a Galinor en pos de apoyar a
la emperatriz en su empresa. Seixa no los veía como el resto, los sentía como
tamborileos en la tierra–. ¿Por qué no me dijiste que éramos hermanos? –volvió
a preguntar, entre sollozos.
—Susurré
pistas: hija de reyes, descendiente de conquistadores. Hija de gloria –intentó
explicarse. Era difícil. Cada aspecto que adoptaba tenía su propia mente, ¿o
era ella misma que había perdido la cordura con el pasar de los eones? Era
diosa y no lo comprendía. Era y no lo comprendía.
—Quiero
morir, Seixa –susurró Adelí, mirándola con el rostro cubierto en lágrimas.
Últimamente lloraba demasiado.
Últimamente
lo pedía demasiado.
—Y lo
harás, cuando llegue el momento –le consoló–. Vas a vivir hasta el día en que
cumplas tu parte del pacto.
Adelí
se apretujó los parpados con los puños, golpeándose la cabeza al instante. Eso
era furia, ¿no?
»Alisian
se marchará a Yúan –siguió diciendo, informando a Adelí quien se abrazó a las
rodillas–. Dos años para ti, un parpadeo para mí –por eso Seixa no parpadeaba,
el miedo a perder otro eón de existencia le escocía.
Adelí
se hizo un ovillo. Quizás pensará que se quedaría sola. Pero, tenía la gloria
de acabar con la existencia de Letifan, ¿por qué estaba tan triste? Seixa no
comprendía. Quizá si le diera una tarea más importante, quizá si le diera las
herramientas para acabar con su dolor…
—Hazte
con el control de la iglesia, Adelí –le susurró con manipulación, acurrucándose
junto a ella–. Asume el poder y tendrás la autoridad para marchar a Zheng.
Tendrás…
—¿La
muerte de más ojos-gema? –respondió, hostil. Secándose las lágrimas–. ¿Tendré
la autoridad para arrebatarle la paz a más personas? ¿Para dar más muerte a los
Akxashanos?
«AkxeshAkxeshAkxeshAkxeshAkxesh»,
pensó aterrada, sin demostrarlo, al ver los gestos de Adelí y su porte digno.
—No…
–intentó responder.
—¿¡Entonces
de qué demonios hablas!?
—Tu
tormento es el precio… Tu… –no podía decir más palabra, estaba aterrada de
Akxesh, de ese Akxesh que miraba en Adelí. De esa presencia sin forma que se
aupaba a su alrededor. No era quien fue, pero era quien sería. Adelí era como
una tormenta y si no se le encadenaba…
—¡Márchate!
–espetó la chiquilla con mando, Seixa sintió su presencia rehuirse–. ¡Márchate
y solo déjame morir! ¡Basta de curarme las heridas, basta de detener mis
intentos! ¡Basta, basta, basta!
«NO.
NO. NO. NO. NO. NO. NO.»
—Me iré
–asintió Seixa, desapareciendo para evitar mostrar sus expresiones de pánico.
Nuevamente le susurró, esta vez con horror en la voz—: Recuerda, Adelí. Yo soy. Vas a cumplir o te arrebataré
todo lo que te dé una sonrisa. Me llevaré tus emociones, tus amores, y te
atormentaré en todas las vidas en las que oses renacer –con voz más cauta y
dolida, dijo—: Te lo advertí. Espero que
esto sea buen castigo.
Seixa
tentó a las sombras con su toque muerto y los gritos no cesaron hasta que Adelí
aceptó las órdenes. Cuatro días de absoluta agonía.
Adelí
solicitó hacerse con la responsabilidad en la toma de decisiones para La Divina
Dualidad, en ausencia de la Gran maestre. Su hermana, luego de un incesante
debate con los guías de alto rango, informó de que aceptaban reconocer a Adeli
como maestre provisional, mas por Alisian imponiendo su voluntad. Dos años más
tarde, quien fuera Gran maestre, partió a la ciudad capital de Yúan dónde se firmaría
el tratado de paz.
Alisian
encontró, en Yúan, a los devotos y soldados en un estado peor que lamentable y,
aun así, honorable. Elemir había tomado decisiones que otros no, asegurando la
supervivencia de casi todas las personas a base de trigo y carne seca durante
los primeros meses. La cantidad de personas refugiadas en los conventos fue el
mayor de los problemas. Solamente en la capital portuaria, la cifra ascendía
sobre los cinco mil refugiados, entre ellos una cuarta parte eran guerreros de
la fe, otra parte, soldados de Karanavi y el resto, devotos exiliados de las
ciudades cercanas. Estos últimos correspondían la mayor cantidad, sus propias
familias, o amigos cercanos, los expulsaban de las comunidades al enterarse de
sus devociones.
Cuando
la comida escaseó, Elemir Truen destinó a los hombres la caza de ratas como un
medio de alimento, recolectar raíces bajo los muros y el agua en los días de
lluvia. Meses más tarde, todo alimento mermó y la época de sequias les asoló.
Su
siguiente mandato fue: “todos los ojos-gema, incluido niños y ancianos,
destinarían sus raciones a aquellos incapaces de usar milagros. Dando prioridad
a las mujeres, ancianos e infantes, normales. Gracias a la información revelada
por Elemir, acerca del milagro de la restauración, sobrevivió la gran mayoría
de ojos-gema, a duras penas; cuando sus estómagos se comían a sí mismos, ellos
se curaban. Cerca de mil quinientos ojos-gema murieron, otra tanda quedó ciega
y más tarde la psicosis cayó sobre ellos.
La
reina Tristan fue la segunda en alcanzar las tierras norteñas, llegó con
goletas repletas de alimento y cargamentos para el beneficio de los sitiados, y
su propio pueblo. Dos meses más tarde, el rey Zheng y Latanar hicieron
presencia con una enorme flota. Fue entonces, que, luego de un largo año, por
fin se firmó el tratado de no agresión, mismo que sería conocido como Pacto de
Esperanza
Alisian
permaneció en Yúan durante seis meses, hasta su regreso, asegurándose de que
los hombres estaban listos para una larga travesía por mar abierto. Uno de sus
más grandes logros fue el de pactar con el rey Zheng para proporcionar
traslado, a Karanavi, a aquellos presos que hubiesen aceptado culpabilidad en
las antiguas acusaciones. Evitando así, el exilio de muchos feligreses. Entre
esos se encontraba Limin Wei, el joven se había declarado culpable luego de ser
pasado por Hierro y fuego durante tres años consecutivos. Muchos afirmaban que
la locura se había apoderado de él, pues repetía, constantemente, ser el
Guerrero Longevo de Axies y que debía dar muerte a una corroída Adelí.
Limin
Wei fue puesto bajo arresto al intentar asesinar a Adelí, el mismo día en que
llego a las tierras de Kyranvie. Fue condenado a pasar el resto de sus días en
las mazmorras del convento.
Durante
los primeros años en que Alisian estuvo fuera, Adelí, haciendo uso de su
creciente autoridad, ordenó militarizar a La Divina Dualidad con el pretexto de
que Letifan Krien había pacificado tanto la iglesia que había provocado aquella
cruzada de muerte y desprestigio. Lo culpó de tanto como fue posible, haciendo
caer aún más la reputación del antiguo maestre.
En los
casi cuatro años de mandato, Adelí ordenó a cada guía estudiar a fondo los
milagros y hacer entrenar en su empleo, día con día, a todo ojos-gema, desde
niños hasta adultos. Como fruto del esfuerzo consiguió redescubrir el milagro
destinado a la dotación visual, el sentido del entorno y los susurros de
Akxesh, aunque estos dos últimos nunca fueron comprendidos del todo.
La
aportación militar de Adelí fue incluso más lejos de lo que los guías
aceptaban, pues su tecnoprogresismo iba en contra de todo precepto. Rediseñó la
arcaica estructura de los cañones navales hasta el punto de hacerlos
portátiles, de manera que minimizaba el cuerpo del arma. Haciéndola tan delgada
como el brazo de una dama, pero sin perder la potencia de fuego. Los llamó
“mosquetes”. Mortales armas a distancia de cuerpo alargado, una gran culata, un
cargador de tres alargados proyectiles y una hoja por delante para luchas de
corto alcance.
En todo
Akxesh, muchos conflictos auspiciados por los conventos surgieron en contra de
la mujer que negaba los mandamientos de Axies y se concentraba en diseñar
armas, avanzar a pasos agigantados el estudio de los milagros y fabricar los
motores a combustión que mejoraron las rutas comerciales entre reinos. Su fama
creció a tal punto que los reyes ansiaban sus diseños y bocetos como si fuesen
oro. Usando esto a favor, Adelí recuperó los fondos que La Divina Dualidad
había perdido en la cruzada, haciendo que las arcas crecieran tanto como las
del reino de Lanatar, su principal cliente. Pronto, Adelí, de apellidos
desconocidos para el resto de Akxesh, extendió la influencia de la iglesia a
las tierras de Yúan, Zheng y Lanatar, lugares en dónde esta se había
desprestigiado años atrás.
A los
cuatro años cumplidos, La Divina Dualidad fue testigo del nacimiento de una
institución eclesiástica militarizada que permitía la entrada a cualquier
persona que quisiese luchar por la fe. Fue nombrada, por Adelí, como la Orden
de blanco y negro. La Orden llegó a tener cerca de veinticinco mil efectos,
entre los que se contaban tantísimos jóvenes ojos-gema de cientos de conventos
–muchos más de los que había tenido el ejército de Krien durante la batalla
fronteriza– y más de quince mil soldados de todos los reinos en busca de gloría
y títulos de nobleza. En esos mismos tiempos,
gracias a su desempeño como soldados, Ushi Him Sōngshù y Alegár Xue Lushen fueron nombrados
Capitanes Generales de sus respectivas legiones.
Como
podría esperarse, el creciente aumento en las filas de la Orden, provocó el
descontento de algunos regentes menores y grandes reyes, incluido Zheng, quien
extendía sus dominios hasta Yúan, gracias a su matrimonio con la reina norteña.
Para remediar esta situación la Orden se puso a disposición de quien pudiese
pagar sus servicios, empezando con la emperatriz Karanavi quien solicitó su
apoyo para sofocar la enorme guerra civil que se cernía en Galinor.
El
regreso de la Gran maestre Alisian a Kyranvie supuso una de las mayores
tensiones que se conocieron en el siglo de oro, al punto que se sufrieron
pequeños enfrentamientos entre la Orden y la Iglesia. Pues al intento de
asesinato de Adelí a manos del consorte de la maestre, se sumó que un gran de
sector de los devotos preferían el liderazgo de Adelí como Gran maestre de la
santa iglesia.
Aquel
conflicto no llegó a una guerra civil en Kyranvie solo porque, un mes más
tarde, Adelí cortó la relación entre la Orden y los conventos y se autonombro
Gran maestre de la Orden. Alisian Fu aceptó reacia el nombramiento, afirmando
que era lo conveniente para garantizar la paz en Akxesh, sin embargo, Adelí fue
excomulgada de la fe.
Recuperado
el reino de Yúan y entregado a su respectiva soberana, se oficializo el
compromiso de unión entre los reyes de ojos rojizos. Fue precisamente el rey
Irin quien luego de su interferencia como protector de la reina, pidió su mano
en santo matrimonio. La boda fue auspiciada por la maestre Zhao –durante la
firma del tratado–, dando su sagrada bendición, y tan desbordante, como lo era
Tristan Yúan. Se celebró durante tres semanas enteras mientras el Juicio de
Tristan viajaba por todos los mares orientales y septentrionales.
Tiempo
después nació el heredero de las tierras Zheng, con el cabello tan bello como
el sol de la medianoche: oscuro y rojizo, amarillento con motas anaranjadas.
Sorprendentemente, ojos-gema. Sus iris eran dos brillantes citrinos con miles y
miles de facetas, tan pequeñas que la vista de un hombre no era capaz de ver si
no hacía uso de mecanismos para los ojos. Fue la Orden de blanco y negro quien
se opuso firmemente a que La Divina Dualidad lo arrebatará de sus padres,
consiguiendo así que fuera el primer ojos-gema próximo a ser rey de vastas
tierras.
A los
cinco años, Yían Yúan Zheng mostraba tener un carácter incluso peor que el de
su padre y la picardía fulgurante de la madre, gracias a ello fue rápidamente
aceptado por sus hermanos Elenea y Kalá.
La
unificación de los reinos, junto a la propagación de armamento de la mujer
Adelí, sirvió para que la militarización de Zhen y Yúan fuese devastadora e
intimidante, trayendo consigo el temor de otros reinos. Aunque se ha negado con
los años que la Gran maestre de la Orden vendiese sus conceptos a los reyes. A
pesar de la alianza forjada hacía años atrás, el rey de Lanatar no se unió a
ellos, sin embargo, menos corto lazos de amistad.
Letifan
Vernatk Krien fue el único hombre al que el mundo y su dios abandonaron. El
pacto de Alisian y Zheng especificaba que Krien permanecería recluso en las
tierras orientales hasta cubrir una condena de diez años, con el fin de
demostrar su arrepentimiento a todo crimen cometido.
El anciano
pasó demasiado tiempo en la humedad de una mazmorra, acosado por los incesantes
susurros de una niña, que con los años endurecía la voz, culpándole de todos
los males del mundo. Recordándole las consecuencias de su soberbia. Por primera
vez en muchos años, la edad era lo que Krien más odiaba: apenas tenía fuerza en
los brazos, su regio cuerpo se había esfumado y la ceguera no hacía más que
avanzar mientras los años transcurrían. Cada noche lloraba llevado a la locura
por esa maldita voz en su mente.
Compartió
celda con dos grandes aliados que lo mantuvieron cuerdo: Frederick Long y Ruli
Shey Hong. Aquel apoyo era un clavo más en su cuerpo, pues la devoción de esos
dos hombres al no declararse culpables, aun sufriendo el Hierro y fuego durante
años, le mostraba lo que él había perdido hacía tanto tiempo cuando Zheng lo
marcó.
Lo
habían despojado de todo título junto al pobre Elemir. No tenía más en el
mundo, había perdido todo y se encontraba abatido en brazos de la desilusión
para conseguir su libertad. Ya no ansiaba recuperar su honor, solo quería ser
libre de toda vida.
Tras
seis años en reclusión, su único consuelo fue recordar. No aquellos días
nutriéndose con la formación de Axies, sino los días vividos con Seixa. Nada se
comparaba a ella, nada se comparaba a la dicha de ser amado por el mismo odio y
protegido por la muerte encarnada.
Recordaba,
cuando siendo apenas un niño, Seixa lo acunó en los paliduchos brazos para
calmar sus sollozos, con la delicadeza que solo ella tenía. Recordó el primer
beso, el primer abrazo, la primera noche.
Recordaba
y recordaba, pues haciéndolo se mantenía lejos del suicidio. Sin embargo,
trágico fue el día en que soñó con su traición: había engañado a Seixa diciendo
que debajo de la antigua Karanavi erigían un monumento a su magnificencia. En
ese mismo lugar había dado muerte a su amada –o, mejor dicho, la había
sellado–. Un arma divina, forjada con los ojos de Leteralgalevan, atravesaba su
corazón y la mantenía en un letargo eterno.
«mi
amada –mi amada–, mi vida y mi prometida», se lamentó. Acunándose entre
sollozos.
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