Historias cortas: Menón

 

Menón

 

 

¿Qué me queda, sino morir?

Aún siento recordar en mis vistas el desánimoso recuerdo de la sonrisa ofrendada en un solo momento de sinceridad; un rostro fino y cincelado, cejas gruesas como gruesos eran los cauces de Tigris. De acertar a salvarme desconfío, me fuerza la justicia del amor y el solo recuerdo de una sonrisa, fingida, tal vez. “Y aunque me abrase el eterno y ardiente fuego”, no he de retractar, “Belleza, belleza, y nada más”.

Aún siento recordar el olor de los tintes, la voz suave que, de tus labios, Semíramis, otorgaste dos sentimientos, lo perdido en tiempos de Adán y lo recuperado en tu ascensión, dentales como perlas a la luna. Seas, Semíramis, la culpable, y, sin embargo, te quiero.

Aún siento recordar el tacto en este miserable lazo y me dé con muerte un justo pago. Largos dedos que alguna vez acariciaron el fino arte que solo tal doncella podría obtener; muñecas largas y huesudas, uñas perladas, una sinfonía de espesura. De antes y ahora, una sola respuesta a este declaro: y, sin embargo, te quiero. Cansada y triste vida, y nada más, dónde pura miseria se aupó y a la que solo Semíramis embelesó. Sea, pues, este mi último día, último sollozo, sea este día, Semíramis, tu despose ansiado que buscaste en pos de Nino sin amor o pasión, solo ambición, pues, a muy duro pesar, no conoces el poder del amor.

Pero en vano son las fuerzas del amor, cuando a pies de la muerte observas la vaga profundidad del corazón, cuando solapando a la muerte doy nudo al lazo que pondrá fin a devenires sinuosos, pues, seas, Semíramis, la vivida traición del alma en pos de poder e inmortalidad. Leyendas alabaran tu gloria, pero, ¿quién recordará la tragedia de este malamanecido día?, ¿quién recordará que Menón, destrozado en mente, alma y corazón, fin a sí mismo se dio? Y todo por una culpa que jamás recriminó, pues, ¿cómo culpar a quien tanto he amado? ¿Qué me queda, sino morir? Semíramis, dime, querida, solo dime, ¿has podido ver al que os adora, al que es sin vos un cuerpo muerto que eternamente gime, pena y llora? Pues a mis ojos nunca se ha presenciado, y aún siento recordar el fino y temple del acero, dime, Semíramis querida, solo dime, ¿has logrado ver a un dios sacrificando al amor?

Me dé este lazo justamente lo que nunca jamás pudiste y cierto es que jamás arrepentido estuve, pues no hay hombre en vida capaz de enjuiciar a su amada por el capricho desolado del enojo aun fiero y traicionado, el amor es siempre eterno, aunque, Semíramis querida, está claro que no comprendes a lo que me refiero.

Ahora que siento en el cuello el tacto entrelazado, ordenó a este diáfano corazón, no opongas resistencia y no me impidas el fin y mucho menos me persigas más, basta ya de tormentos y permite la entrada a una dulce muerte que me libere, pues, de mis lamentos, el amor no te lo lleves, no le perturbes en sus aposentos, pues de Semíramis es. ¿Y por qué? Sí tanto es que me dolía la traición y tanto me perturbaba reconocer la culpa de su culpa, de Semíramis querida, sin embargo, ¿cómo podría condenar a quien tanto he amado? Fuera pues, inhumano, fuera pues, hipócrita y desamparado. Fuera pues, mentiroso, pues, alguna vez de Semíramis fui amado… y desposado. De ahí este lazo y mi último canto; seas, pues, Semíramis gloria mía y reina asiria, con tan grande amor ruego y digo: “Llévame, Semíramis, contigo”, mas nunca arrepentido.

Sin vos, cabellos de cobre; sin vos ojos de arcilla y venerada mi señora; sin tu faz en los siete cielos y la sonrisa que ilumina todo Oriente, y, al fin, sin ti, amada mi señora, que eres de mí cien vidas, alma y alma mía, no puedo sino morir, no puedo yo vivir. Esta es mi hora, cuando el sol asciende por sus aposentos, ahora con Nino compartidos, dé la muerte querida que gloriosa dé ella misma me libere de este mi atormentado pesar. Tengas entonces mano poderosa, Semíramis; y tú, lazo, recibe este cuello, alma de pena y amor, pues, bien harto de regencia causes mi muerte y a Semíramis esta logre guiar a los cielos y os juro en viva voz, pronto desfallecida, que, si alguno de vosotros osáis usurpar su sagrado trono, los siete cielos sobre vuestra lamentable faz caerán. Sea entonces esa mi maldición, como una última bendición, para con mi amada Semíramis, alma de traicionera ambición, a quien nada menos nada le importó el poder del amor, porque es lo que daría por amor yo, Menón

Y tú, dulce Semíramis, si a ti llegase el pronto recuerdo de nuestros añorados días pasados, si de aquel gozo y gloria, y si de tu firme convicción a la ambición, recordases el constante y puro amor de quien fuiste primer amor, con lágrimas siquiera celebra mi fin, pues no me queda, sino morir. No lo harás, lo sé, y dolido estaré de recordar que, Semíramis querida mía, huiste de mi vida para con tu gloria a la luciente esfera que llamases gloria, a solo vuestro cielo soberano, y nunca más des consuelo… y, sin embargo, te quiero, pues mi amor siempre eterno será, como eterna será tu gloria, y, sin embargo, te quiero.

Era tal el dolor de tu ausente vuelta, que mi gozo y gloria no tenía más motivo de ser, acrecentaba mi pena y la locura impropia que el desconocido mismo podría hacer forjar en mi corazón. Una pena que en altos picos se alzó y grandes crestas orquestó; de mi memoria, que tuviera ya un pronto liberar a causa del dolor insufrible, y que de mis ojos no quedará más recuerdo de tu promesa sin letras, que no quedará más de tu belleza, fuera pues, afortunado, fuera pues, todo olvidado, de mi muerte, sino esperara verme en esos ojos que convierten en gloria mis sollozos. Fragilidad, esperanza, del bravo reencuentro temeroso o del dictar sin voz que fuéramos incapaces de dar por pena y amor, tal vez tristeza, y si no fuera fin que las proezas ofrezcan, ni prósperos y grandezas, ni ver que mi apellido y nombre florezca con la vida de un recién nacido, ni ver que la fortuna me enriquezca con sus mayores bienes y riquezas, nada más daría contento a esta alma sin grandeza que no fuera recordar tu belleza, y, sin embargo, traicionado y tragediado y, sin embargo, te quiero.

“Fuera pues, esa verdad que lo que digo siento, bien lo podéis juzgar por lo que hago, como son las conformes voluntades que tienen abrazadas nuestras vidas”, y no para firmes y eternas amistades y amores y amistades, sino de ambiciones y traiciones y gloria y perdiciones, pues, siempre el amor, el sol con tristes rayos lo mostraba, siempre así y siempre brava. ¿Dejarás entonces de mostrar sentimiento o irradiarás vida como nunca antes yo Menón te pude dar?

Halla entonces nueva vida junto al valor que has demostrado, de ese divino espíritu que anima esa belleza única en el mundo, “tengo vuestro amor en mí y por eso no temo”, seas, pues, Semíramis, la traición hecha cuerpo y, sin embargo, siempre te quiero, Semíramis

Llega, pues, mi hora y de mí no hay más que decir lo que no comprendo, de tu alta gloria que los asirios conozcan más allá del mar; con el favor de mi fatal destino, seas siempre, dulce Semíramis, mi nunca amor perdido.

 

Con último canto, el peso del cuerpo de Menón se deja caer con el único apoyo de un lazo al cuello. El aire se va perdiendo con el paso del tiempo y los espasmos de su desesperación no hacen más que ensombrecer la escena pasada del canto a Semíramis; el tiempo y la historia nunca le recordarán, ni escritos de él se harán, pues, todo dijo antes de morir, “que su vida misma sea de su Semíramis, que su historia sea de su Semíramis, que su Semíramis sea siempre Semíramis”.

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