Mis idus de marzo
Despierto, tañes un instrumento que en ningún tiempo
aprendiste a tocar, dibujas con la espuma de una hoguera desolada que nadie
jamás volvió a avivar.
Despierto y encuentro gritos de hado y vida, bramidos de
desesperanza y soledad que nunca amordazaron mis propios resquemores, mi propia
pesadumbre.
La muerte debe demorarse, la vida sosegar sus lamentos; un
sendero palpitante que se adjudica tanta arena de tus parpados, el fin
indeterminado de encontrar tus mementos, recuerdos engañosos y
tranquilizadores, recuerdos de un soto solemne y sosegado, recuerdos que me
rememoran la espesura de tus mechones.
Los pasos se dan con temor, manotazos al aire en busca de
grilletes para los cuales sostenerse, y el declaro… mis voces sin encuentro.
Que es en noches así cuando te debo presencia, que es en noches así cuando
resquebrajo cántaros dónde antaño escondí tus retratos. Y es que en noches así
te pienso más, cuando la luna se posa en tu faz occidental y las estrellas
refulgen tus vistas de Oriente; arquea tus cejas para una sola mirada de
esperanza dedicada a los planetas Venus y Saturno, cada cual con su encanto, ni
uno comparable al tuyo.
Templa el filo de tu lengua, pule el cobre de tus labios y
tiñe de orquídeas tus mejillas como hacía siglos que no te miraba. Entonces por
fin estilaré, entonces por fin silabaré, entonces seré. Ahora discúlpame Luna
–que llamó mía–, mi corazón arde y clama por tus ojos, mis dedos mesar tus
cabellos. De ahí mis recuerdos y tormentos, melancolías que inundan mis noches
con tu voz soberbia y una sola palabra: Duerme.
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