Un
poema rápido y trémulo como las manos que alguna vez escribieron dos cartas.
Una de ellas dirigida a la vida, la otra a la muerte.
¿Quién es capaz de resolver las
cuestiones del alma?, pregunté.
“Vida y muerte”, escuché, en firme
respuesta proferida por labios de carmín.
¿Qué es lo único valioso?,
pregunté.
“Vida y muerte”, oí una vez más, esta
ocasión, en labios de rubí.
Ambas, respuestas de su autoría.
Ambas, nuestras, pero incontrolables.
Cada palabra con tanto significado
del que pocos comprendiesen
Vida enfocada al alma imperiosa,
radiante y juiciosa; vida de gloria.
Muerte, por tanto, lóbrega, caprichosa
y celosa.
Preciosa y seductora, con piel áspera
lastimosa.
Muerte, codiciada por cientos y
tan pocos,
muerte del amor, fin de la pasión.
“Venid a mí”, dirá Vida con los
brazos abiertos de par en par
la sonrisa tan sincera, sin más.
Vida habla con mentiras,
afirma no traer consigo el pesar. No
le enjuicies,
no lo hace en mal, simplemente
teme por tu faz.
Muerte, sin embargo, hablará con
la verdad
teme al igual que Vida,
definitivamente, pero ella ofrece
fin al sufrimiento, hacerse cargo
del dolor, afirma que se lo llevará,
con una sola condición: “Nunca te
arrepientas de tu decisión”.
¿Elegí entonces? De las dos, algo
es cierto que robé.
Lo que en mi alma no poseía, el
amor.
Entonces un trato forje: “Todo por
Vida. Y
Muerte, me has de esperar,
sé que algún día vendrás”.
Mis respuestas tuve por fin. Vida
un simple tiempo suspirante y
envidioso, pues
Muerte tan eterna y amante con
lamento silencioso.
Por tanto, Vida y Muerte, una de
ellas, la que me volvió loco.
Comentarios
Publicar un comentario