XI
Vida
y muerte
«Por la
fugacidad, contrólate…»
Habían
transcurrido solamente unas horas desde que entraran a Bosque Vida, el soto que
descendía a Río Arcoíris, una patrulla de exploradores los tenía acorralados,
les daban caza como si se tratarán de meros animales.
Dispersarse
había sido la mejor opción, se sentía agradecida de no estar cerca para cuando
sir capitán blandiese su mandoble.
«Lucha
como si supiera cómo matarme», pensó Ushi, recordando los movimientos del
hombre y los ataques que le profirió cuando intentó tomar postura para una
dotación. El calor de la sangre corriendo por el rostro le recordó que tenía
una profunda herida que descendía desde por encima del parpado hasta el lóbulo
de la oreja, había tenido suerte de no perder su gema ocular, pero fugacidad
ardía como el infierno cuando el sudor caía sobre la llaga.
«Contrólate
mujer –se repitió para sí misma–. Sir capitán me enseñó de esto, me enseñó a
contener las lágrimas y el miedo…, me…», las lágrimas escurrieron por sus mejillas
mientras aferraba una mano a los labios para contener un grito ahogado. Cerca
de ella se escuchaba el andar de una montura militar.
—¡Chiquilla!
¡Hagamos esto fácil para ambas partes, no sabes luchar! –gritaba el hombre.
El
acento y las ropas eran propios de los norteños Yúanes, ¿los habían enviado
para apoyar al rey de Lanatar?, ¡Pero si ese hombre ya tenía un enorme
ejército!
«Axies,
por favor cuídanos», sollozaba en silencio, rezando plegarías para sus
adentros.
Tal vez
podría acabar con aquel hombre, iba a caballo así que, de un salto y un tajo en
arco, el dao lo degollaría incluso si no apuntaba bien, pero ¿matar a un
hombre?, ¿realmente podía hacerlo? ¡Fugacidad, ni siquiera había matado gallinas
para hacerse un cocido!
«Solo…
solo toma postura y lánzate, puedes manejarlo, Ushi», se daba ánimos con
nerviosismo y tanto miedo como altura tenía, y con razón, si no controlaba el
milagro de la velocidad terminaría con el cráneo resquebrajado por estrellarse
contra uno de esos fugaces árboles del bosque.
Es
tu vida o la de él, no pienses más, susurró su interior. El instinto le decía que esperase, que
contuviera las ansias, el bosque daría la oportunidad para salir con vida de
tal tenebroso lugar.
Crack, crujieron un par de ramas
detrás del soldado que pegaba voces, su montura relinchó asustada e incluso el
hombre dio un tajo al aire pensando que le atacaban. Cuando contuvo su montura,
viró para encaminarse hacia el sonido.
Ahora, se obligó a reaccionar.
Poniéndose
en pie flexionó una de sus cortas piernas y tensó la otra al frente,
tranquilizó su ser e inmediatamente dejó de sentir el peso de su existencia.
Fue uno con todo. Miró en la distancia al hombre, con las pupilas dilatadas,
intentando vislumbrar los obstáculos que debía sortear cuando se lanzará sobre
su cuello.
Tensos los
músculos y dio un poderoso salto que la situó por encima del corcel, justo
detrás del pobre hombre. Cómo planeó, solo hizo un tajo al aire.
Se
detuvo cuando un pino se encontró con ella justo en la misma dirección en que
era despedida; el golpe consiguió dislocarle el hombro con un intensó calor y
dolor, se contuvo para no gritar, no era el lugar ni el momento. Rápidamente se
esforzó por ponerse en pie, armonizando la paz en su ser y dejando entrar la
presencia de Axies para trabajar en sus heridas. Así fue, el corte del rostro
cerró y el cuerpo crujió al soldar la clavícula en el lugar correcto donde
debería estar, su mirar se ensombreció ligeramente por los costados.
Pasó la
mano por sus cabellos intentando calmarse, ¿canas? Bueno, después de todo había
pasado demasiado estrés desde hacía días. De la misma forma había sangre en sus
dedos, en la otra mano, la dao lloraba con la sangre del hombre al que acababa
de arrebatarle el derecho a vivir.
Se dejó
caer de rodillas, temblando, incapaz de comprender cómo una persona podía morir
tan fácilmente. Hacía unos minutos aquel soldado se había visto tan fuerte y
galante sobre la montura, se miraba tan imbatible y aun así… había muerto tan
rápido.
Otras
ramas crujieron en la cercanía, en ese momento aceptó su muerte, era su pago;
una vida por otra vida.
—Perdón
–murmuró con ojos llorosos.
—Ponte
en pie, imbécil –respondió Alegár en voz baja–. Oh mierda… –dijo al ver el
cadáver a medio decapitar, la cabeza del hombre colgaba por un solo trozo de su
piel.
—Oh Axies
bendito, gracias –suspiró Ushi al momento que dejaba caer los hombros al suelo.
Agradeció que fuera Alegár con quien se topará, el chico la hacía estar en
calma–. ¿Tienes Sangre de Axies? Me cuesta ver un poco –añadió.
Los
pies aún le temblaban, pero consiguió mantenerse con ayuda de Alegár, apenas
podía sostener el dado por lo que tuvo que envainarlo olvidándose de limpiarlo.
La
montura del soldado daba vueltas alrededor de su amo, luego se posó en el suelo
junto a él. ¿Aquellos animales entendían la muerte?
—¿Mataste?
–preguntó, intentando buscar consuelo en el muchacho; le sostuvo por la
camisola y dejó que le aplicará el líquido incoloro, algunas gotas no cayeron
directamente sobre sus gemas oculares.
—No
pude, lo dejé desangrarse –respondió, no lo había notado hasta ese momento,
pero Alegár igualmente temblaba demasiado.
—Está
bien –suspiró Ushi y divertida añadió—: Al menos no te dislocaste algo.
—El
brazo entero… –murmuró con la cabeza gacha mientras guardaba el frasco en su
cinto–. La espada que me dio el capitán tiene el fino romo, así que use la
dotación de fuerza para golpear y hacer daño, en ese momento me disloque el
brazo.
Ushi
soltó una risita mientras le sostenía las manos con fuerza para calmarlo.
—Como
sea –añadió, encaminándose hacia la montura del hombre que seguía posada en sobre
el verde.
La
yegua los miraba con tal ojos puros y profundos que sintió pena por haber
matado a su jinete.
—Hay
que irnos –dijo Alegár–, el capitán dice que vendrán más cuando noten que estos
exploradores tardan en volver.
«Solo
un mes… Un mes y eres un poco más alto que yo», pensaba mientras atravesaban la
espesura del bosque, no lo parecía, pero se habían alejado demasiado del grupo.
—¿Qué
sucede? ¿Te golpeaste la cabeza? –preguntó Alegár al ver la sonrisa que
mostraba sin quererlo, se veía… nervioso.
—Amortigüé
el golpe con el hombro –respondió Ushi con una sonrisa más ensanchada,
intentando provocarlo más.
«¿Axies
nos aceptaría, aunque no fuéramos duales?», Alegár era irrespetuoso muchas
veces, como ella, pero no porque no les apreciara, sino que esa era su forma de
demostrar cariño.
«Somos como
dos gotas de agua, de sangre.»
Mucho
rondaba por su mente; la muerte de aquel soldado, la psicosis de su hermana,
tanto del mundo le negaba la oportunidad de hacerse con Alegár. Sin embargo,
algo era claro: tenía sentimientos por aquel muchacho de cabellos dorados.
Cuando lo veía caminar sosteniendo las riendas de la montura no podía simplemente
evitar sentirse fascinada, era como ver a un rey Lanatano, con el largo y
dorado cabello sostenido únicamente por una coleta, de hombros anchos y gruesos
brazos.
«Si
tuviera corona nadie pensaría que creció en un orfanato»
—Aún
queda un tramo hasta llegar dónde los demás –dijo, deteniendo la montura–. Será
mejor que la montes, estarás cansada.
Lo miró
sorprendida, a ella solo se refería con tonos irrespetuosos u ofensas. Bueno,
Alegár podía tener detalles así algunas veces; le tomó la palabra, no vendría
mal descansar un poco después de... de eso.
Eras
tú o él. Vida o muerte.
—Por
cierto, deberías limpiarla –añadió el muchacho, alejándole esos pensamientos
destructivos, dando un golpecito a la funda del dao con gesto desdeñoso–, gotea
sangre.
—¡Fugacidad!
–maldijo Ushi después de montar y notar que la funda ciertamente estaba
apestando demasiado a hierro. Desenvainó y envolvió la funda con telas que
pasaban por debajo de la silla de montar–. Le daré una lavada en Río Arcoíris
–añadió, mostrando los dientes.
—Intenta
que no gotee, podrían seguirnos.
—Te
preocupas demasiado, niño –respondió con una sonrisa mientras se arrancaba un
trozo del pantaloncillo y empezaba a limpiar el arma.
Se
sorprendió de la docilidad de la yegua; andaba con paso calmado a pesar de
llevar un desconocido a lomos y otro que la guiaba.
—Te
protegeré si nos alcanzan –bromeó.
—¡Ja!
Soy un ojo-gema, Ushi –se burló. «Es la primera vez que me llama por mi
nombre», pensó con una muy ligera sonrisa, no como las de antes que eran
pullas, esta vez sonreía de felicidad–. No importa cuantos vengan, los- ¡Buah!
–gritó cuando la yegua le dio un coletazo y un poco de orina cayó de sí, al
parecer estaba en su estro.
—¡Sintió
tus ansias de mujer! –rio Ushi, dando unos golpes con los tobillos para que la
montura apurase el paso. Alegár tuvo que seguirla casi corriendo, ¿igualmente
sonreía?
Sir
capitán fue al primero que avistaron en la lejanía, el hombre no pasaba
desapercibido con ese mandoble y tales ropas raídas. Los saludó con un amplió
arco.
—Los imaginaba
muertos, ¿tanto les costó acabar con meros exploradores? –bromeó Frederick
intentando calmar los ánimos.
—No fue
más que un paseo por Monte Negro –rio Ushi mientras desmontaba.
El
hombretón asintió orgulloso. Axies bendito, todos estaban bien; sus hermanas,
Ruli, Limin y Henshi, los últimos tres tenían un par de rasgas en la ropa, pero
ni una sola herida. Longeva restauración, era de lo más conveniente.
—¡Ushi!
–gritó Adelí con una sonrisa y encaminándose hacia ella. Sorteaba como podía
los troncos caídos–. ¿Estás bien? ¿Cómo fue luchar? –preguntaba ansiosa con improvistos
temblores de sus brazos o labios, a veces parecía otra persona.
—¡Casi
me mato yo misma! –bromeó para satisfacerla.
Rieron
y hablaron, sobre el combate, junto con Alisian y aun así no se sentía más
calmada, los gestos de Adelí cuando miraba a otros sitios la ponían de los
nervios. Henshi decía que era normal –otro síntoma de psicosis–, siempre
repetía lo mismo el fugaz hombre, lo único rescatable eran los ánimos contentos
de su hermana.
—¿Eh?
–murmuró Adelí, cambiando por completo su actitud–. La yegua… –susurró
nuevamente, luego gritó—: ¡Hay que irnos!
Hasta
ese momento, Ushi, cayó en la cuenta de seguir pensando como una maldita niña
de ciudad: la yegua estaba en estro, los exploradores usarían sus propias
monturas para rastrear el olor de la hembra.
Un
periodo de silencio; escucharon a lo lejos el crujir de las ramas bajo las
pezuñas de los caballos y hombres gritando que los habían encontrado.
—¡Cuña!
–gritó sir capitán a la carrera, todos reaccionaron al instante, no podían
huir, nuevamente era matar o morir.
Lo
haces bien.
Formaron
tan bien como pudieron; sir capitán ocupó el frente en dirección a los hombres
que se acercaban a toda velocidad, Limin y Ruli se posaron en las diagonales
con el objetivo de abatir lo más pronto a los jinetes. Alegár y Ushi, detrás de
su respectivo compañero de línea, protegerían a las hermanas que no podían
luchar. Henshi cubriría la retaguardia tanto como pudiera.
Los
hombres, que vestían ropas de Lanatar y Zheng, cayeron sobre ellos como una
tormenta, sorprendentemente, los tres primeros en la formación contuvieron el
ataque como si de un poderoso muro se tratase. Frederick blandía el mandoble en
amplios arcos, cercenando las piernas y brazos de los jinetes; Ruli y Limin
detenían a otro par, adoptando posturas tan rápido como el cuerpo les permitía,
haciendo crujir los huesos en los pechos de las monturas.
«Podemos
aguantar», pensó, dejando salir una sonrisa nerviosa que se convirtió en una
expresión de terror cuando una bestia de cuatro patas le saltó encima. La
mandíbula del canino se aferró al brazo que ella interpuso entre su cuello y los
colmillos del animal, dolía como el infierno. Los colmillos habían llegado casi
al hueso así que era imposible quitárselo de encima solo empujándolo.
«¡Fugacidadfugacidadfugacidad!»,
maldecía para sus adentros, intentando zafarse inútilmente de la presa. El dao
había resbalado de sus dedos, Henshi tenía sus propios problemas con un par más
de perros de caza y un escudero, incluso Alegár estaba enzarzado con un par de
lanceros.
Estaba
sola.
Oscuro
presagio, oscuro destino. Nuevamente esa insoportable voz de su cabeza.
Chilló,
aferrándose al éxtasis de la batalla.
He
visto lo que fue y lo que será. Te vi nacer y te vi morir.
—Soy
una ojos-gema –susurró, repitiendo las palabras de Alegár, apretujando sus
dientes.
Forzó
la dotación.
La
fuerza brotó en ella incluso sin haber adoptado la postura del dragón; sus
músculos se hincharon lo suficiente como para que la mandíbula del animal se
abriese y sujetó el hocico por encima de la nariz tirando con toda la fuerza
que tenía destrozando en dos mitades el rostro del sabueso.
«Luego
me disculparé con Axies por tu muerte», se dijo intentando ponerse en pie para sujetar
su arma por la empuñadura, todo el cuerpo le escocía demasiado y sus gemas
oculares, sobre todo, estaban de lo más irritadas aun así se dejó arropar por
la dotación de restauración.
Axies
entró por su cuerpo a trabajar tan rápido como podía, al instante se detuvo y
la abandonó con tanta rapidez que fue casi ofensivo.
—…, te
ofrezco mis ojos –terminó de decir Alisian mientras la sostenía con sus largas
manos. El dolor dejó su cuerpo y Alisian soltó un alarido–. No uses la dotación
de la fuerza, te pondrás en peligro. Yo curaré tus heridas –añadió, mientras
los cortes del cuerpo, ahora en ella, empezaban a coserse, al momento se dejó
caer gotas de Sangre de Axies en cada pupila.
Asintió.
Alisian tenía razón, no podía luchar con la dotación del dragón, solo
conseguiría dañarse el cuerpo en media batalla.
—¡Por los
costados! –chilló Adelí.
Ushi
solo pudo reaccionar lanzando a Alisian al centro de la formación, en sus ojos
nuevamente vio el horror de un combate.
—Mierda
–alcanzó a murmurar.
Una
lanza atravesaba su dorso por debajo del pecho derecho, levantándola tan alto
para después empalarla al suelo. Durante los segundos que caía, soltó un tajo esperanzador
que logró conectar, longevo dao, incluso si no apuntaba bien era casi seguro
que acertaría. El ataque cortó por el centro las mejillas, dejando al
descubierto una asquerosa lengua cubierta de sangre; el hombre gritó de manera
repugnante y cayó al suelo intentando sostenerse la quijada.
Ushi
por su parte, sintió cómo el cuerpo de la lanza se partía por el peso de su ser
cayendo al suelo, provocando una grave hemorragia que empezaba a llenar de
sangre sus pulmones.
No
lo puedes esquivar, todo tiene un fin. Sé libre del yugo longevo.
«No te
cures aún», se repitió una y mil veces mientras otro soldado apuntaba para
rematarle. Otra dao danzó justo por encima de su rostro y rajó el cuello del
Zhengyín, empapando de sangre a Ushi.
«Cierto,
Henshi estaba en mi diagonal», recordó. Desconocía la cantidad de enemigos que
había cerca, pero no le dio importancia, hizo acopio de fuerzas y retiro parte
de la lanza que aún seguía en su cuerpo. Cerró los ojos para relajarse y dejar
que la dotación de la restauración hiciera su trabajo expulsando la sangre de
sus pulmones; el sonido de la lucha era inquietante, Alisian y Adelí no dejaban
de gritar y los hombres de rugir, los caballos relinchaban al morir y los
perros gemían con tanto lamento. Fugacidad, que asquerosa era la guerra.
—Aún
pelean… Ese hombre es como Akxesh, cuando era Akxashano –escuchó decir a
una mujer a su lado, maldita ceguera-psicótica era de lo más molesta con sus
alucinaciones, llegaban luego de usar las dotaciones en exceso.
Era una
voz adulta, de alguien que había visto demasiado, tenía un tono tan indiferente
que helaba incluso escucharla.
—Te
niegas a morir este día. Míralo entonces, lucha por ti –habló una vez más.
Efectivamente,
cuando entre abrió los ojos nublosos pudo ver frente a ella a una figura de cabellos
dorados blandir su arma sin preocuparse por los múltiples cortes que recorrían su
torso. Alegár defendía ambos flancos, haciendo mella en las armaduras de los
hombres con su arma sin filo, en algún momento le superarían.
—Te
niegas a morir, bien, lo permito, en cambio envíame esas almas como un
intercambio –ordenó la voz en su mente.
Por fin
cayó en la cuenta de que no tenía tiempo para tomar un descanso sobre la
comodidad del fango, se puso en pie mientras rodaba esquivando una lanza y
gritó a Henshi por un frasco de sangre. Le quedaba solo un paso para la ceguera,
pero la Sangre de Axies lo arreglaría.
—¡Mantenlos
a raya, Alegár! –dijo al muchacho mientras se rehidrataba las vistas.
«Y yo
pensaba que lo mío era difícil», pensó al mirar como sir capitán y los demás frenaban
a tantos soldados como hojas había por el soto. Fugacidad, ¿cuántos hombres
habían muerto?
—No
parece haber más –escuchó susurrar a Adelí, quien sujetaba por el hábito a
Alisian.
—¿Cómo
lo sabes? –preguntó en voz alta para hacerse oír entre los gritos de las armas.
Apretó los parpados para sentir el frescor de la sangre inundando sus ojos,
cuando los abrió el mundo era tan claro y vivo.
—Solo
lo sé, son todos los que había cerca –respondió Adelí con el rostro en su
dirección.
Como
sea, no era el momento para plantearse preguntas. Empuñó el sable y se posó
detrás de Alegár, avisando de antemano para evitar que le asestara un tajo.
Con el
arma detuvo a un lancero que se acercaba desde el este, esquivó y cortó los
tendones de sus tobillos, llevándolo al suelo. Henshi, que blandía con majestuosa
habilidad, lo remató y siguió bailando con su fino sable mientras abatía a más
y más hombres. Detrás, Alegár destrozaba los huesos de un hombre que intentaba
empalarlo.
—¿¡Cuantos
más!? –gritó con una sonrisa, agitado y dejándose caer al suelo con un claro
cansancio. Su camisola estaba desgarrada por tantos sitios, las heridas se
miraban cerrándose de manera muy –muy– asquerosa, no lo había notado hasta ese
momento, pero el milagro de la restauración era de lo más mórbido–. ¡Soy un
ojos-gema! ¡Fugaces! –volvió a rugir.
—Sí, sí
que lo eres –convino Ushi, acuclillándose a su lado y rehidratando sus nubladas
vistas.
Sir
capitán y el resto se reintegraron cubiertos de tanta sangre que no era de ellos,
apestaban demasiado terrible. Ruli y Limin empezaban a curarse, pero Frederick
no, él tenía un profundo corte en todo el antebrazo y otro más superficial a lo
largo del pecho. Fue Henshi quien actuó para curarle usando la misma técnica
que Alisian, él absorbería las heridas y luego se restauraría.
—Hay
que irnos. Esta avanzadilla no regresará a su campamento y entonces tendremos
un problema aun mayor –dijo Frederick, tomando una de las espadas de los jinetes
y lanzándosela a Alegár–. Ten, hijo, lo hiciste excelente –felicitó.
Alegár
sonrió de oreja a oreja mientras blandía la espada ancha un par de veces al
aire. Agradeció dos veces más y robó una funda y una cota de malla de los
cadáveres, por orden de sir capitán.
—Capitán
–habló Ushi, luego de una prolongada caminata por el espeso bosque de Lanatar. Los
pies le picaban tanto, hacía semanas de haber perdido sus protectores y las
andadas no hacían más que seguir provocándole callos y llagas–. Debo lavar la
funda de mi arma, sigue manchada por dentro.
Sir
Frederick asintió dando el permiso. Habían caminado durante horas en zigzag,
tomando rutas y variándolas rápidamente, de manera que pudiesen ocultar
cualquier rastro así que podían permitirse un breve descanso. El cauce de Río Arcoíris
empezaba a ser visible y sería un buen lugar para lo pretendido. Le acompañaron
sus hermanas y Henshi quién haría de guarda.
Río Arcoíris
era majestuoso y a la vez tenebroso, los adultos lo usaban a modo de cuentos
para dormir a ojos-gema revoltosos.
«Si te
portas mal, los desdichados de blanco te arrebatarán el don y lo lanzarán a Río
Arcoíris», recordó la voz de su nana repitiendo aquella historia cada noche.
Parecía real, en el río se habían formado, con el paso de los años, piedras que
destellaban en colores cuando el sol les refulgía. Blancas, rojizas,
tricolores, había tantas que era difícil contarlas.
Sumergió
la funda del arma hasta dejarla completamente cubierta por el agua cristalina,
talló y repitió el proceso un par de veces hasta quedar satisfecha con el
resultado, al terminar se concentró en ella usando el río a modo de espejo.
«¿Esta
soy yo?», se preguntó. El cabello caía adusto por las mejillas hasta la altura
del cuello, asomaban unas poquísimas canas y de alguna manera sus mechones
brunos estaban moteados de sangre marrón.
Has
matado, se
recordó. Hundió las palmas hasta el fondo, palpando las piedras de las que no
sintió ni un solo atisbo de Divinidad, «Solo eran cuentos», se dijo antes de
humedecerse el cabello hecho jirones. Era tan negro como el carbón usado para
las hogueras, tan bello… ¿Eso del fondo eran cabellos igual? Era como una
especie de espuma, luego como un rostro, varios rostros de hecho, los hombres y
el animal al que había matado.
—Estuviste
cerca –dijeron con la voz femenina de sus alucinaciones. Los rostros pálidos
cambiaban constantemente y unos largos brazos, con la misma tez, la sujetaron
con fuerza por las muñecas, acercando los ojos invertidos tanto como se podía–.
Te he dicho que morirás y así será. Yo misma iré por ti.
Con un
grito cayó de espaldas provocando que Henshi desenvainara e hiciera un llamado
de apoyo al resto del grupo. Temblorosa, se miró las muñecas dónde antes
hubiese tenido un par de manos frías y anémicas, no encontró nada ahí, no había
marcas, aunque había sentido la furia de la presa.
«Debería
evitar quedar al borde de la ceguera, la psicosis no es algo que me siente bien
experimentar», se dijo cuando todos la rodearon, a duras penas pudo explicar lo
que había visto.
—¡Axies
así lo manda! ¡Luchad, derramad vuestra sangre por su gloria! –gritaba uno de
los generales del ejército de la fe. Los hombres formaban en hilera, esa misma
mañana partirían a las fronteras de Rashún y Galinor para unirse a la batalla
contra Lanatar y defenderse contra ataques de Oriente.
Los
devotos rugieron con más emoción al ver a su maestre y a la emperatriz.
—¡Vivimos
y morimos! ¡Divina Dualidad! –vociferaron.
Letifan
asintió con gesto regio y siguió su andar con Erilal.
—Más de
cinco mil hombres, una poderosa fuerza, maestre –decía la muchacha con un gesto
de arrogancia–. Mi madre afirma que los ojos-gema podrían tomar el frente ellos
mismos.
—Poco
más de tres mil de esos devotos son ojos-gema, mi señora –respondió Letifan con
las manos a la espalda.
—Poco
más de tres mil semidioses –corrigió Erilal con una sonrisa en el rostro. Pobre
chiquilla, sobrevaloraba demasiado el don de los ojos-gema.
Letifan
no respondió.
Franquearon
el paso que usarían los devotos para viajar, ellos encabezarían la marcha
militar. Todo estaba listo para partir en cuanto se diera la orden, pronto,
Letifan volvería a ver cómo miles de devotos morían por una sinrazón. No
ganarían la batalla, eso estaba claro, en Yúan habían exterminado a casi toda
la flota Karanavi y Erilal estaba reuniendo a todas sus tropas en caso de tener
que defender sus costas, no contaba con un buen apoyo por su parte. En Lanatar,
tenían a los conventos asediados, los ojos-gema discriminados por ser quienes
eran; el discurso de Elemir se había filtrado por todo el Akxesh y muchos,
obviamente, temían por el poder con el que los hijos de Axies habían nacido.
De
Ciudad Dual no se sabía nada, solo que Jesce había sido descubierta y muy
probablemente estaría muerta.
La fe
se desmoronaba poco a poco y Letifan no podía hacer más que marchar contra un
hombre más arrastrado a la cruzada.
—¿En qué
piensa, maestre? –preguntó Erilal, observando como Letifan miraba a las gentes Karanavi
quienes tenían expresiones de miedo–. ¿Teme que mi pueblo ataque a los hijos de
Axies?
—Me
preocupa Akxesh, majestad –respondió Letifan, recordando. Nunca, en ni una de
sus anteriores vidas, había estado en tal situación. Nunca se había expuesto la
naturaleza de los ojos-gema–. Esto destruirá el equilibrio de la Dualidad.
—Pienso
que es justamente lo que Axies querría –añadió Erilal, mirándolo con una media
sonrisa, los dientes amarillentos por la sangre Karanavi–. Los guerreros santos
contra la Fugacidad, maestre, así era el cuento, ¿no?
—Aún
recuerda sus lecciones –contestó Letifan, asintiendo.
«Fugacidad,
¿qué estaría pensando ella de mí?, ¿me odia?», pensaba. Pero no, la lucha no
sería como en los cuentos, los ojos-gema y los normales no debían luchar entre
sí, debían coexistir.
—Prométame
algo, señorita Erilal.
—¿El
qué, maestre? –preguntó Erilal con el paso en dirección a sus propias tropas
formadas. La emperatriz solo proporcionaría cinco mil efectivos para la
batalla, Karanavis fieros nacidos para guerrear.
En las
fronteras los números aumentarían a once mil guerreros, de ellos solo la mitad
serían hijos de Axies; respecto a los reyes Rashún y Galinor, esperaba recibir
tres mil y cuatro mil soldados respectivamente. Juntos apenas sumaban
veinticuatro mil contra una fuerza de más de la mitad.
—El rey
Zheng es joven; los ojos-gema somos una infantería fuerte y lo sabe bien por su
batalla contra el convento de Ciudad Dual –«Irin es bien parecido a sus
primeros ancestros», antaño los Zhimt habían sido grandes compatriota de la fe,
pero Ella… Como sea–. Si mi juicio es correcto, querrá parlamentar antes de la
batalla para evitar miles de muertes en ambos bandos.
—Y
usted no quiere que yo interfiera –terminó de decir Erilal dando media vuelta y
quedando frente a él. Alta y bien parecida, con los ojos y la quijada de su trastatarabuela,
una mirada musgosa y profunda como las de los lobos norteños de Occidente.
Letifan
asintió.
—Evitar
muertes es lo mejor para nuestra nación. A usted la verían con valentía, una
mujer que no se arrodilla ante nadie, pero que también prefiere la vida sobre
la muerte.
Erilal
suspiró y siguió su camino por el campo. Al final acabó asintiendo, aún era una
niña susceptible a las palabras adornadas.
De
pronto una jaqueca le invadió, el sonido de Akxesh desapareció y su lugar fue
ocupado por una voz rasposa y gutural.
«Leteralgalevan,
lo sabes, la única forma de arreglarlo es dominando», dijo la voz en su cabeza,
hacía años que no lo escuchaba. En las primeras vidas de Letifan habían sido
amigos, ahora se querían destruir.
«Que la
gloría de Axies se interponga ante la inevitable verdad», respondió Letifan,
concentrando su don en el hemisferio norte de su cerebro. Se volvió más sensible
al mundo, sintió cómo la vida surgía del todo y cómo la muerte era incapaz de
enviar las almas al más allá. Sintió cada hebra del cuero de sus botas, el roce
de la túnica sobre su piel y los colores mucho más vividos, el rojizo ardía, el
añil helaba; lo sintió más allá de los miles de kilómetros cósmicos que los
separaban y unió su mente a la de aquel ser.
«No soy
como tú, Verhem», espetó, expulsándolo de su mente.
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