La Divina Dualidad. VII

 

VII

Demonio blanco


 

—¡Presentes lanzas! –rugió sir Frederick.

Ambos soldados obedecieron asumiendo una postura de presentación para duelos formales.

»Tendrán un combate de entrenamiento con reglas simples:  quien se rinda pierde, quien toque el suelo tres veces pierde, quien no tenga más espíritu para luchar pierde –recitaba con una seriedad antes no mostrada–. Si ni uno ha caído luego de diez minutos, entonces el combate habrá terminado. A mi señal comenzarán. ¡Postura de combate, ya!

Como era usual, Ruli adoptó la del dragón, una mano al frente con la palma extendida mientras que con el otro brazo desplazaba el arma por detrás de su cuerpo, la punta roma del arma apuntando a Limin. Pretendía ir con todo desde el inicio.

Limin dejó que el lince guiará sus movimientos, una postura exigente de elasticidad. Se preparó posando una pierna tensada al frente y flexionando la otra por detrás, la culata del arma posada a un costado por debajo de las costillas mientras que el cuerpo y la punta se posaban sobre la muñeca del brazo contrario a donde se situara la guarnición.  No sintió el llegar de los milagros, a pesar de que sus ojos eran de un tenue topacio en señal de su sangre divinizada, no podía acceder a ellos.

Ruli atacó con una sucesión de puntadas rápidas que a Limin, tensó pro la impresión del ataque, le fue dificultoso esquivar. El sobresalto aún hacía mella en su cuerpo; recibió el primero de los golpes a la altura del hombro, desbaratando su postura y durante unos momentos fue esponja para los ataques de Ruli. Cayó al suelo de espaldas, maldiciendo entre diente por el dolor infernal de cada impacto. Rodó para evitar la siguiente ronda de ataques; entonces la vida nació a partir de la flauta de Adeli. Esta vez tocaba un compás distinto con una aguda y alargada nota a modo de introducción.

Contraatacó desde el suelo con un pobre barrido que Ruli no tuvo dificultades en evadir. Por fin pudo ponerse en pie ignorando inútilmente el dolor que aún escocía en su cuerpo, frente así nuevamente un ataque en descarga, el puñetazo de Ruli pasó a pocos centímetros de su rostro, sintiendo el soplo del aire ocasionado por la fuerza con la que el hombre atacaba.

Notas graves. Notas agudas. Un ritmo cambiante.

Limin se sentía guiado, sabía en qué momento esquivar, dónde golpear y en que postura posarse. Nuevamente adoptó la del lince, esta vez él acorralaría al enemigo. Atacó en arco, acertando todo el cuerpo de la lanza en el abdomen de Ruli, este reaccionó soportando el dolor y la falta de aire, envolviendo con su brazo el arma mientras que con la propia atacaba al pecho de Limin. Fue un error entablar combarte cercano contra aquel hombre ascendente. Era un guerrero curtido y bien entrenado, así que Limin no pudo hacer más que asumir una incompleta postura del toro y recibir todos los impactos de Ruli. No podía esquivar, solo aguantar.

El canto de la flauta lo ayudó a disipar cada pensamiento de dolor. Confió. El cuerpo se le tensó en menos de un segundo antes de que el primer golpe lo alcanzará. Ruli rugía, giraba y descargaba golpes como un tornado, cada impacto atronaba dentro de Limin como una tormenta en medio de la noche. Espero el momento oportuno, un segundo en que Ruli fuera lento, cuando lo encontró, enrosco su brazo en el arma y la arrebató posándose nuevamente como un lince.

Notas serias. Ritmo de vaivén, un ritmo peligroso. Le instaba a atacar, acabar con la presa que tenía por delante. La canción llegó a su punto clímax, provocando que cada vello de Limin se erizará y su cuerpo dejará de emitir esfuerzo contra el suelo, únicamente sentía el poco peso de sus huesos y órganos siendo atraídos por la fuerza de Axies al centro de Akxesh.

El viento rugió a su alrededor haciendo que el sudor frío se desprendiera de su cuerpo. Una silueta húmeda permaneció en el sitio donde Limin no se encontraba más.

Nada lo distrajo, sus ojos estaban fijos en un nebuloso Ruli, sin darse cuenta, las dotaciones estaban aupándose en su cuerpo tan poderosas que sus vistas empezaban a escocer.

 

Los instintos de Ruli reaccionaron instantáneamente, cada célula se puso en alerta exigiéndole adoptar una postura que asegurara su supervivencia, de no ser así moriría. Utilizó la dotación de tenacidad, la postura del toro lo salvaguardaría.

El arma de Limin golpeó su pecho y por un momento desestabilizó la férrea postura. La punta roma estalló en cientos de virutas, provocando que el cuerpo y la culata fueran las siguientes en hacer pedazos. Aquello no detuvo para nada a Limin, las puntas de sus dedos impactaron consiguiendo que huesos, articulaciones, músculos y tendones quedaron vueltos un amasijo de carne ensangrentada. El resto del brazo recibió el mismo destino hasta que se detuvo, por fin, en su clavícula derecha.

Ruli cayó de espaldas a causa del impacto, con la postura completamente destrozada al igual que algunas de sus costillas. Limin siguió su camino hasta que aterrizó por fuerzas de la naturaleza Axiana, el dolor que llegó por fin pudo sacarlo del trance en que se hallaba.

Chilló de dolor.

 

El canto de la flauta empezó a detenerse, se despedía.

—¡No pares de tocar! –gritó el capitán.

Adelí siguió tocando, sorprendida, sin entender que sucedía, había escuchado un profundo y fuerte golpe. Retomó desde el ritmo de paz en el que terminaba, dejando que cada nota fluyese sin una sola interrupción. De fondo escuchaba a Limin chillando de dolor, un sonido infernalmente ansioso, seguido escuchó el grujir de huesos uniéndose en una misma soldadura. Los músculos y ligamentos proferían un chapoteo de lo más asqueroso, trepando y reptando para acoplarse entre sí mismos.

Escuchó las pisadas de todos corriendo para auxiliar a Limin, solo Adelí permaneció en el sitio cesando su canción.

Ese fue el regalo que él les dio. Es peor que los dones que yo profiero –dijo una mujer de voz rasposa, el graznido de su psicosis por fin había empezado a hablar de manera adecuada. Su enfermedad empeoraba trayendo consigo escalofríos y miradas sobre ella. Miradas blancas.

Estaba lejos del grupo, pero aun así fue capaz de escuchar ciertas cosas, todos hablaban en tono desesperado.

—Está empleando nuevamente esa curación –dijo Henshi, su voz ronca era la más lejana–. Esta sanando, ¿ve, capitán? ¡Los ligamentos regresan a su sitio!

«Dijeron que había sanado de repente», pensó, recordando lo sucedido días atrás cuando fueron atacados por la guardia de la ciudad.

—Rehidrata sus ojos, Henshi –añadió sir Frederick con una risa, dejándose caer sobre el suelo con un golpe seco.

 

La mañana del noveno día llegó. Los sentidos de Limin regresaron ordenándole ponerse en pie para empezar con su rutina de entrenamiento y respectiva guardia por la zona. Envaró, estirando todos los músculos de su cuerpo, los huesos le crujían un poco, pero todo estaba en orden, apenas recordaba el entrenamiento de ayer, ¿se había desmayado? Su última memoria le mostraba frente a Ruli y luego… nada. Al parecer el hombre lo había apalizado tanto que perdió la memoria.

Empezó a vestir su camisola hasta que se percató de las miradas sobre él.

—¿Pasa algo? –preguntó, haciendo intermedios entre las palabras y dejando salir un gesto de confusión.

—Solo un detalle sin importancia, muchacho: el hecho de que estuviste a punto de morir y… ahora estés como nuevo –respondió el capitán, mirándolo de arriba abajo.

Se miró el brazo intentando recordar el combate del día anterior. Encontró fragmentos en su memoria, una música aullante, viento, un rugido trémulo y a él sobre un charco de sangre, su brazo completamente descuartizado. Se palpó asustado, no había rastros de daño, los músculos estaban firmes y sus huesos duros como la piedra. Sano y como nuevo, tal como había dicho el capitán.

No respondió.

Sir Frederick suspiró resignado—: Está claro que no lo sabes. He estado hablando con la señorita Fu y con Ruli, conocemos los milagros de dotación y sus detonantes, pero no logramos comprender aquel que usas para curarte. Y te recuerdo que nunca has recibido entrenamiento para usarlos.

—Cómo hemos dicho antes, capitán –empezó a decir Alisian, hablando mientras mascaba una hogaza de pan seco y duro–, la sanación existe bajo la segunda orden de milagros santos. Sin embargo, no para uno mismo, sino para otro ser.

—¿Recuerdas el estado mental en que te hallabas? –preguntó Ruli, intimidaba demasiado con esas cejas poco pobladas y la quijada endurecida.

—No lo recuerdo –respondió Limin con firmeza–. No recuerdo nada a partir de haber tomado la postura del lince.

Sir Frederick rascó su cabeza haciendo una mueca de cansancio. Miró a Ruli y a Alisian nuevamente, esta última suspiro quedamente y siguió hablando.

—Limin –le llamó con su habitual sonrojo–. Las dotaciones cuentan con un proceso de evocación diferente a los de sanación. Los segundos buscan extraer el poder de nuestra sangre, usando los ojos como catalizador, de esa forma los ojos-gema alcanzamos un estado divino infinitesimalmente menor y expulsamos el don para sanar a alguien.

—Eh… –respondió, abrumado por tanta información, al fin y al cabo, no lo comprendió del todo, no era un ojos-gema.

—Olvídalo –dijo, con una mueca en los labios carnosos–. Como sea, los milagros de dotación son todo lo contrario; en lugar de expulsar la divinidad, la canalizamos por todo nuestro cuerpo para alterarlo. Así nos dotamos de fuerza, velocidad y resistencia.

A su lado, Ruli empezaba a colocarse en la postura del toro, haciendo que se tornara visiblemente más fornido. Recordó las lecciones para ojos-gema: la eficacia de los milagros dependía de que tan bien dominaran su divinidad.

—El primero de ellos es la dotación de la tenacidad –habló Ruli–. Debemos tener una claridad mental absoluta, sin restricciones. La postura indicará a la sangre de Axies que ansias músculos y piel capaces de detener golpes que otros no soportarían.

»La segunda dotación es la de fuerza. En tu mente no debe haber más que determinación, sin titubeos, sin miedos. La pose del dragón será tu cerradura para acumular el don, al abrirla los músculos absorberán la sangre de Axies haciendo tus impactos sean docenas de veces más poderosos –ahora era de un tamaño increíble, mucho más musculoso que sir Frederick, de pronto empezó a perder masa y recobrar su complexión ordinaria.

—Recuerdo usarlo durante la batalla en el Barrio de las Lágrimas –respondió Limin–. Fue cuando quedé incapaz de ponerme en pie y caí inconsciente.

—Esa dotación de regeneración evitó que tu cuerpo estallará –puntualizó Alisian–. El milagro de la fuerza no amortigua el impacto que reciben tus órganos y huesos, sino que transfiere la carga del golpe por todo el ser –añadía, mostrando con unas simples posturas como la energía fluía a través del cuerpo–, por eso conviene usarla luego de emplear la dotación de tenacidad.

Limin asintió a las lecciones de milagros, al menos si aprendía bien no se haría matar él mismo.

—La última dotación corresponde a la velocidad. No requiere una postura específica, simplemente se exige que por el cuerpo ya este fluyendo la sangre de Axies. El estado mental es indiferente –Ruli no era experto con aquella postura así que sus articulaciones se quejaron cuando la adoptó. Ciertamente la dotación de velocidad no empleaba una pose, pero los ojos-gema decían que era conveniente usar la del lince para aprovechar la ventaja del suelo.

»Debes comprender que tu peso no desaparece, ni te haces más liviano. La dotación altera a tu juicio, provoca que tu cuerpo se relaje a tal grado que apenas sientas el empuje de Axies contra el suelo –siguió diciendo mientras se envaraba. Definitivamente era incomodo hablar con los brazos y piernas bien erizados–. Tu mente será engañada para hacerle creer que te has vuelto menos pesado, sin embargo, si no controlas aquella velocidad terminarás partiéndote algún hueso.

—Tal como te pasó –dijo Alisian, llevándose otra hogaza de pan a los labios.

—Tal como me pasó –matizó él.

—Tu regeneración, la entendemos como una dotación, una que desconocemos. Esperábamos tu despertar para averiguar más, pero a groso modo Fu y yo hemos podido deducirlo –tomó asiento en el suelo, dejando caer los hombros y haciendo corazón con las palmas rosadas–. Se necesita una mente relajada, libre de todo pensamiento.

—Y ahora practicaremos –añadió Alisian con vos dudosa.

—¿Ahora? –una punzada de miedo atravesó a Limin. No quería volver a hacerse pedazos el cuerpo.

Sir Frederick rugió una risotada al verle asustado.

—No contigo, muchacho. Ruli se ofreció a demostrar las teorías, la señorita Lin nos apoyará con su música, ¿no es así, señorita? –dijo.

Al fondo de ellos llegaban Ushi y Adelí, esta última temblaba más que el día anterior. Henshi caminaba a su lado, cargando un fardel de primeros auxilios, miraba temeroso a Ruli.

«Oh Axies, esto no va a salir bien», se dijo a sí mismo.

Sir Frederick dio la orden a Ruli para ponerse firme y adoptar la postura del dragón. A grandes rasgos debía recibir un golpe de lleno, pero de igual forma aguantarlo para evitar morir –la pose del toro simplemente haría rebotar el filo.

—Señorita Lin, puede comenzar –dijo, Frederick y al instante Adelí dejó fluir la misma canción de la noche anterior. Sintió espantarse su cansancio y temores–. Ruli, no escatimes con la dotación, usa tanta como creas conveniente y déjate serenar. Comenzaremos a tu orden. Todos los demás prepárense para ayudar a Henshi en caso de que el milagro falle.

Todos respondieron asintiendo y con firmeza, una muesca de dudas en los rostros.

Ruli aferró los parpados, adoptó la postura indicada y asintió cuando estuvo listo. Fugacidad, que enorme se veía usando la dotación, casi parecía otra persona. Sir Frederick por el contrario esperó unos minutos más, dejando que la serenidad lo envolviera también. Desenvainó el mandoble en una pose de corte vertical, con el filo del arma acariciando por completo el centro de su espalda. El cuerpo del mandoble reflejó el sol matinal y la inscripción rezó en la mente de todos. Con un rugido descargó el golpe cuando Ruli extendió los brazos a los costados.

El filo desgarró el hombro que intentaba oponer resistencia al arma. No bastó. El mandoble devoró la piel y los tendones en un amplio camino hasta que emergió, por la cintura, bañado en rojo vino. La sangre empapó el suelo seco de la montaña, todos intentando no ver la horrorosa escena. La herida estaba abierta de par en par, mostrando el interior sanguinolento del cuerpo. El hombre solo había hecho una expresión de dolor, luego su rostro volvió a estar en sereno.

Unos muy largos segundos de tensión transcurrieron sin que nada pasara, hasta que los tendones cercenados empezaron a estirarse provocando una mueca de escozor en los labios de Ruli. Se unieron entre sí mismos, las venas entretejieron y soldaron para detener a la sangre prófuga, los músculos se unieron con toda precisión y la piel cerró completamente dejando una fina cicatriz que luego desapareció en su totalidad. Ruli abrió los ojos para mostrar unos iris carmesíes que apenas tenían color y estaban de lo más nublosas. Se desplomó en la dura roca que sostenía sus pies.

—Bueno… Ha funcionado –dijo el capitán. El resto lo miraron con los ojos desorbitados y corrieron a atender a Ruli.

Los ojos de Ruli volvieron a abrirse luego de un par de horas, estaban rehidratados y ya no dolían. Notó la mirada de todo el grupo sobre él y compadeció a Limin, recordando que también había estado en tal situación.

Cuando por fin se halló cómodo para sentarse, comenzó a explicar.

—Es completamente diferente al resto de dotaciones –dijo, palpándose el lugar dónde debería estar la horrorosa herida, recordando al ser que lo habitó–. Se siente cómo si algo entrara dentro del cuerpo, una vez termina de curar… se va.

»Debo añadir que el desgaste es demasiado, ahora mismo, a pesar de la rehidratación, mis ojos están completamente agotados –siguió diciendo, usando una mano para hacerse visera contra la luz del gigante rojo–. Me es difícil incluso soportar al alba.

—Has hecho un trabajo increíble, Ruli –felicitó el capitán, dando una palmada sobre sus hombros–. Tú firmeza es admirable.

No respondió al halago. Simplemente miró hacia donde se encontraba Adelí.

«Esto no ha sido solo mío –pensó, sin desviar su mirada de ella–. Algo emergió de ella.» A un lado todos hablaban acerca de apurar el paso para llegar lo más pronto a Karanavi e informar el descubrimiento de aquel milagro. Durante unos momentos atisbó una tenue silueta blanquecina sentada junto a la chica. Adelí viró su mirada en dirección a él, la silueta asintió.

—¡Es cierto, Ruli! –gritó Limin. Agradeció su llamar, el escalofrió que le provocó aquella mujer era de lo más horroroso, casi asqueroso–. ¿Has entendido el proceso de la dotación?

Ruli se limitó a responder alejando, tanto como pudo, su vista de Adelí. Aún sentía sobre él una mirada muy pesada, cómo si alguien lo mirase desde todas direcciones.

—Muy poco –dijo–. Para empezar, no considero necesaria una postura, creo que funciona igual a la dotación de la velocidad; el proceso de activa cuando la sangre de Axies ya está recorriendo el cuerpo, el resto es cuestión de… abrir paso a la dotación –lo último lo dijo casi en una pregunta.

—¿Abrir paso? –preguntó Limin arqueando la ceja.

—La divinidad moviéndose por el cuerpo atrae una presencia de Axies externa, al menos así puedo explicarlo medianamente –añadió, intentando explicar a que se refería–. El resto es simplemente… dejarlo entrar. Capitán, quiero probar algo más –dijo.

El capitán asintió, escéptico sobre lo que haría.

Ruli pidió un bisturí a Henshi y seguidamente se hizo un corte superficial en la palma de mano. Tranquilizó su respiración armonizándola con los latidos de su corazón, nuevamente algo intentaba abrirse paso a su interior. Lo dejó entrar, esta vez era menos intenso que antes, la cosa palpó su palma y luego poco a poco suturó la herida. Al terminar escapo tan rápido como pudo. Aquella dotación no se sentía para nada como la divinidad de Axies.

—Sí…  Se necesita una amplia concentración –dijo, mirando como la curación llegó a su fin, la cosa que había compartido cuerpo con él se posó a un lado de Adelí. Ahora que miraba bien eran demasiadas siluetas, visibles solo si se empleaba un milagro, al parecer–. Y el gasto de don es relativo a la gravedad de la herida –dijo con los labios bien fruncidos, temeroso.

—Queda prohibido usar esta dotación, a menos que sea muy necesario –ordenó el capitán luego de asentir a la prueba de Ruli y notarlo de lo más nervioso–. Cuando lleguemos a Karanavi informaremos a maestre Krien.

Nerviosa, Alisian se puso en pie, pidiendo la palabra mientras las miradas se concentraban en ella. Limin la miraba con demasiado gesto de cariño. Que bello era ser joven, Len Hi había sido igual a Limin, hacía tantos años que no la veía.

—Sir, con su permiso, me gustaría estudiar el milagro por mi cuenta –dijo–. Mi vocación es precisamente esta, considero que puedo descubrir un poco más.

El capitán la miro de arriba abajo. La vestimenta de aquella chica seguía limpia, teniendo en cuenta los días de viaje que llevaban sobre aquel terreno polvoriento, eso demostraba su dedicación. Estudiar los milagros correspondía precisamente a emplearlos, así que, para investigar aquella dotación era necesario hacerse lo que él: lastimarse y curarse constantemente.

—Preferiría que no –respondió el capitán en un suspiro–. Sin embargo, no sabemos si nos encontraremos con patrullas de Lanatar al salir del río y podría sernos útil –matizó–. “Absolutamente para emergencias.”

—¡Entendido, sir! –respondió enérgica–. Me pondré directamente con ello.

 

———Δ———Ο——— Δ——— Ο——— Δ———

Adelí escuchó la conversación llegando a su fin y al grupo empezar a levantar el campamento. Habían perdido demasiado tiempo con Limin desmayado durante el entrenamiento y luego con la práctica de Ruli. Era hora de seguir la marcha, apenas quedaban un par de días hasta entrar a la mitad del río así que debían apurar.

Se irguió con cuidado y su ser le instó para hacer equilibrio, de esa forma evitaría caerse hacia el frente o de espaldas.

Bien, poco a poco.

Colocó las manos a los costados y con un empujón se puso en pie. Olfateó, intentando seguir con el olor a Alisian, había pasado poco tiempo desde que se bañasen por última vez, pero, aun así, su hermana seguía oliendo bastante bien.

«Agrio por la derecha, cómo limones a punto de fermentar: Limin, Frederick y Ruli», se decía a sí misma. Hubo dos olores que no distinguió, similares a como ella olía, asumió que serían Ushi y Álegar en la distancia, aquel par estaba muy unido últimamente, podía escucharlos de vez en vez y gracias a su venda no se enteraban de que los espiaba.

El resto de sus sentidos empezaban a adaptarse a la incapacidad visual, ayudándole a interpretar el mundo que la rodeaba. Poco a poco identificaba cuando alguien se acercaba a ella, como aquel día en que un cuadrúpedo estuvo pidiéndole comida. Le habría encantado verlo, Alisian dijo que se trataba de un zorro.

Un olor más, químicos y medicinas, grasas y plástico: Henshi. Sin dudas sería él. Había logrado ver su rostro antes de perder la visión, lo recordaba guapo y escupiendo bilis en el suelo, con sus ojos granate facetados e irritados. A pesar de ser seis años mayor se sentía atraída por él, agradecía los cuidados durante su recuperación.

Alisian al frente. Dijo su interior. Empezó el andar hasta que encontró la esencia de su hermana: aceites frutales, sudor, grasa. Se acercó a ella sin problemas, esquivando mantas que aún estaban por el suelo, lanzas y ciertos cuencos. No sabía cómo, pero entendía dónde pisar para no tropezar.

Te recuperas. Pronto cambiarás.

—¡Alisian! –gritó, cuando se encontró detrás de ella. Su intención fue claramente asustar y lo logró.

Alisian dejo salir un gritito asustado y el cuaderno, que apenas iba a meter a su bolso, cayó al suelo.

—¿¡A-Adelí!? ¿¡Cómo has llegado hasta aquí!? –preguntó airada–. Ni siquiera te he escuchado, casi me matas del susto.

—Es cierto… –respondió, confundida. Se dejo llevar sin pensar en que se pudo haber hecho daño. Su gesto de sorpresa quedó oculto por la venda que vestía.

Miente. No debe desconfiar de ti.

—Te olí, luego simplemente anduve hacía ti –dijo.

—Ya… –respondió Alisian, ¿no le creía?–.  Como sea, ¿pasa algo, Ade? Iba a ir a buscarte una vez terminara de guardar mis cosas, pero… te me has adelantado.

—Me aburría –respondió con una sonrisa, dejándose caer sobre una silla plegable que tenía detrás de ella. No abuses de tu suerte, te puedes hacer daño–. Es aburrido quedarse simplemente sentada sin hacer nada.

Álegar y Ushi miran, guardan silencio por gesto de Alisian. Bien.

—Entiendo –añadió Alisian, intentando ocultar una confusión extraña en sus palabras– ¿Puedo examinar tu herida, Ade? –preguntó, curiosa–. Desde que huimos no te hemos atendido, deberíamos darle un vistazo.

NO. NO LO PERMITAS.

—Eh… –siseó frustrada. Hubiese deseado nunca más tener que mostrar sus cuencas vacías, ¿y qué eran esos pensamientos? Le estaban dando jaqueca–. Está bien, solo por favor… que nadie más mire.

NO. NO. NO. NO. NO. NO.

—Es una promesa –respondió Alisian con un tono de lo más encantador, acercándose al fino y cobrizo rostro de Adelí.

La sintió despejando su cabello, retirando la ancha venda que cubría sus parpados casi planos por las carentes gemas oculares, los tenía bien apretados, negándose a mostrar su gloria perdida. Forzadamente acabó por aceptar abrirlos, Alisian ahogo un grito.

—Axies glorioso… –dijo y silabeo un rezo más que Adelí no escuchó. La respiración entrecortada.

—¿Alisian? ¿Pasa alg-go? –preguntó, asustada por el comportamiento de su hermana.

MAL. MAL. MAL. MAL. MAL. MAL. TODO MAL.

¿Qué era esa sensación incomoda? Sentía como alguien encabritándose cerca de ella, dentro de ella.

—Todo está en orden, hermana –respondió Alisian, tranquilizando sus palabras–. Has sanado completamente, la herida está un poco sucia a causa del polvo –MIENTE–. Te limpiare.

Adelí asintió, cerrando sus parpados al sentirse expuesta. Luego de unos minutos Alisian regresó y se dispuso a tallar alrededor de sus ojos, dejó caer un par de gotas dentro de las cuencas y con un paño extendió el líquido por todo el lugar.

¡NO! Esta vez sí que escuchó el graznido en su interior, poco a poco se fue apagando, dejándola simplemente con una sensación de abandono y temor. Estaba empeorando.

—Listo –dijo Alisian.

Adelí sonrió, ocultando el miedo que sentía recorrer su cuerpo.

—¿Te gustaría escuchar música mientras terminas de empacar? Soy buena con la flauta –añadió, necesitaba algo para distraerse de todos esos sentimientos arcaicos.

—Claro, mi dulce Ade –respondió su hermana, recuperando la compostura y tomando tanto aire como pudo, volvía a tener su tono refinado de siempre–. Deléitame, señorita.

Adelí sonrió, Alisian la ayudaba demasiado a olvidar su enfermedad.

 

La música de fondo comenzó a inundar la zona donde se hallaban. Esta vez Adelí no tocaba la recurrente melodía de los entrenamientos, en cambio, optaba por una típica canción caribeña de Yúan. Un compás ternario que comenzaba con fuerza en las notas agudas y poco a poco descendía a las graves para, de improviso, retomar las agudas. Alisian la miraba con las cejas encarcadas, sir capitán movía las caderas y silbaba al son de la música. El resto únicamente silabaron, encaminándose hacía el sol que guiaba sus pasos a través de las montañas.

—Sir capitán –llamó Ushi, acercándose por el costado del inquisidor quién tuvo que mirar al suelo para poderla notar. Fugaz hombre, era enorme–. Tengo una petición.

—¿Qué desea, señorita Sōngshù? –preguntó el capitán, esbozando la sonrisa más sincera que podía.  Una pelusa de cabello asomaba sobre la coronilla del hombre, igualmente parecía tener más arrugas que antes.

—Dados los preceptos de la fe, es raro, pero, sir capitán, ¿podría entrenarme con las dotaciones? –preguntó en voz baja, casi apenada. No era propio que una chica tan delicada pidiera algo así.

—Podría, sin embargo, hay algunos que claramente le serán difíciles de emplear, señorita –respondió el capitán con una risa–. Los milagros de fuerza y tenacidad requieren músculos bien trabajados o en su defecto llegar a dominar la cantidad de don que se deja fluir por su cuerpo al momento de usarlos. Si está dispuesta podemos empezar esta misma noche.

Los ojos de Ushi se ensancharon y su gran sonrisa iluminó el rostro del capitán. Estaba muy emocionada y añadió—: ¡Prometo ser un buen soldado, capitán! Incluso mejor que Ruli –dijo, divertida.

—El joven de oro será tu compañero de entrenamiento –rio–, él también está entusiasmado por controlar las dotaciones –respondió sir Frederick, compartiendo su sonrisa.

—Álegar es entusiasta –dijo, con un ligero rubor en las mejillas marrones–. Yo quiero poder defender a Adelí, ayudarla cómo ella hizo conmigo –jugueteó con su cabello, fugacidad, estaba creciendo tanto que casi alcanzaba sus hombros.

—Espero forjar una gran lancera con principios, señorita Sōngshù –sonrió el capitán, dándole una palmada en la cabeza–. La disciplina es lo que me motiva a entrenar soldados.

—¿Lancera? –preguntó Ushi a modo de burla–. Discúlpeme, sir capitán, pero he visto al señor Hang portar una especie de espada que se curva en la punta. Creo que es lo adecuado para mí –añadió con una sonrisa señalándose el cuerpo, ciertamente una lanza sería más difícil de manejar.

El capitán soltó una carcajada tan fuerte que todos le miraron con un gesto de sorpresa. Mientras recuperaba la compostura hizo gestos para afirmar que se encontraba bien, luego volvió a su conversación con Ushi. La estaba impacientando.

—Me alegra ver que tienes un análisis afilado. Hacía años que no tenía un soldado tan enérgico, la última fue Erilal.

«¿Erilal?»

—¿¡Erilal!? –preguntó Ushi con los pequeños ojos desorbitados–. ¿¡Usted entrenó a la emperatriz Imya!? ¡Antes de ser emperatriz ya era un ejemplo a seguir entre algunas chicas del convento! –añadió, sorprendida, intentando contenerse sin éxito.

—Durante su pubertad –dijo sir capitán–. La señorita Erilal era por entonces dos años menor que tú –añadió con melancolía–. Cuando cumplió diecisiete años había demostrado haber aprendido incluso más de mí.

—Nunca habría pensado que usted entreno a Imya, sir capitán –los cristalinos iris de Ushi demostraban su clara admiración tanto por el hombretón como de la emperatriz.

—Batallé durante muchos años con los Hijos de Fugacidad y pisé casi todos los reinos, a excepción de Lanatar –empezó a contar el capitán haciendo muchos gestos con las manos–. Cuando llegué a Karanavi ya me había labrado un renombre, así que el rey Eral me ofreció la oportunidad.

—Los locos –siseó Ushi al escuchar el nombre de ese grupo pagano, los Hijos de Fugaz eran lo peor que había pisado Akxesh. Ciegos, locos. Hijos míos–. Usted es increíble, sir.

—Me halaga, señorita, pero ha de saber que precisamente los halagos no funcionan para apaciguarme. Seré severo –sonrió.

—Y usted sabrá de mi terquedad, sir –contestó, inflando el llano pecho en pos de la arrogancia.

Ambos compartieron una risotada mientras caminaban a un horizonte rojizo y ondulante. Los demás miraban con una expresión de ecepticismo.

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