Nuevamente enero amanece sin ti. Nuevamente tu voz no está
en los despertares de mi ser, nuevamente escribo una carta con solo dos
palabras y cientos de letras.
Nuevamente no es más que una prolongada despedida.
Nuevamente enero amanece sin ti.
Siento a la luz bañar mis parpados, me inunda de vida, es
cierto, pero al notarte ausente me vuelvo hacia las sábanas, afligido. No es
que sienta decepción, jamás lo sentiré luego de haberte conocido, es solo que un
despertar sin ti no es más que un inquebrantable declive al martirio de la
añoranza. Poco a poco el corazón me susurra tu recuerdo, añorante de ti,
añorante de tus ojos de cobre.
Es cierto que duele, la no-despedida de Mariam fue el eco
resonante de todos mis miedos, de todos mis tormentos. Hoy distante, mis vidas
–como alguna vez dije antes– son todas de sí, no hallaréis más que mensajes
incapaces de descifrar, solo los ojos de Mariam pueden. Solos sus ojos de
avellana con parpados de bronce son capaces de leer las penurias amantes que
por ella –y para ella– doy vida.
No confundan el designio de esta mi esquela. No precisa de tristeza
ni lamentos, sino más bien de esperanza. Cuan tenue fuera, solo de esperanza.
Esperanza por mi musa Mariam De La Cruziana, dama citada por los ángeles y engrandecida
en los anillos celestes en esta galaxia de nebulosas azulencas y centelleos en quemado;
esperanza por su pronto regreso, esperanza por su bien volver. Esperanza y
agradecimientos, una mota más a los ya dados y los que en cierne daré, ya que inspiración
nunca deja de ser.
Ayer, hoy y mañana, no puedo más que sentirme agradecido con
cada parpadear huyente de la luz solar. Agradeciendo el llegar de tal dama a la
vida de un desdichado –y mal llamado vate–, agradecido de traer consigo sus
propios pesares para así volverlos sonrisas que sus labios penosos pudiesen
aflorar. Agradecido de ella, Mariam, y de todas sus penas.
Tiempo, pediría que fuese tan fugaz como los suspiros en
arena, así no tendría que esperar tu regreso, así estarías aquí cuando dejase
salir todos mis sollozos en un simple quedo. Así, estarías aquí, tan orgullosa como
siempre y tan soberbia como encantadora pudieses ser, ¿¡y cómo si no!? Si musa
como tú no hay más, si dama como tú no hay más. Mariam, soberbia y galante,
pide ahí –dónde sea que estés– que en nuevas vidas las ocasiones nos sean sobrantes
eternos, que nunca haya más espera para los amantes de cobrizo y que –por
favor, has de exigir – jamás nadie encuentre corazones. Solo nuestros se permitan
ser.
Cómo todo, esto es para ti, esta vida nueva lleva tu nombre
y como en anteriores, un solo mensaje de dos palabras que serás capaz de
comprender, ahí dónde estés, pues el constante dictado de ambas fue distintivo
incomprendido para el resto, pero en nosotros una mera despedida –hasta otra
vida–.
La primera de cientas formas de amar, las cuales juré dar. Mil
vidas en las que te osé retratar.
Permite a tus ojos de bronce leer mi esquela, a tus labios
de escarlata iluminarse y a tus mejillas de oval ensancharse. Mariam, permítete
ser, y entonces el espero no será más que un despertar, de nuevo, en enero.
De tu falso vate, ilegítimo escritor y artífice de vidas
condenadas. De quien solo ha sido tuyo y siempre tuyo.
Zasfir
Usurero del pesar, la tristeza y los dolores, tu cuentavidas.
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