VI
Promesas
Las llagas e hinchazones afloraban las plantas
de los pies de Ushi sin nada que las detuviera. Apenas habían transcurrido dos
días de marcha desde el escape de Ciudad Dual, dos días que continuaron viajando
sin parar. Únicamente se detenían a dormir y comer un par de minutos para luego
continuar el recorrido al trote.
Dos días fueron más que suficiente para
hacerle saber que ella era una dama de cuestiones delicadas. Fugaz sir capitán
sin una triza de tacto.
Estaba tan agotada que apenas sentía sus pies calzados
en las áridas tierras, era como si deslizara sobre él, las pantorrillas
inflamadas y sus piernas un embrollo de venas abultadas. Aun así, no podían
detenerse o “los perros de Zheng”, como sir capitán los llamaba, los
alcanzarían. Durante las medianoches escuchaban los gritos de aquellos grupos al
ser capturados. Gritos de desasosiego y agonía.
Recordaba con terror el primer día de andar.
Corrieron durante horas sin parar, incluso muy caída la noche siguieron
corriendo, evitando volver la mirada al santo hogar profanado.
Gritos, chillidos y más gritos.
Hombres rugiendo de furia, pilares de humos
tan altos como el convento mismo y monstruosos rugidos de cañones. Todo ello
mientras corrían.
Los dejaron a su suerte. Abandonaron a sus
hermanos.
—No –susurró, negando con su cabeza. Debía
olvidar aquel día, debía olvidar esos pensamientos.
Se concentró en la tarea que el capitán le
había encargado: asegurarse de que Alegár no interfiriese en las labores de
Limin. El muchacho no se despegaba de su amigo y estaba siendo un incordio para
sir capitán.
Alegár era mucho más bajo que ella a pesar de
tener la misma edad, década y media, lo cual solo hacía que Ushi se sintiese más
atraída para molestarlo, para tomarlo. Su porte era similar al de la nobleza
Lanateña, trotaba con cierta condescendencia y distinción. Detrás de él podía
apreciarlo mejor, los cabellos dorados y lacios, increíblemente más hermoso que
los de Adelí.
—¡Alegár! –gritó con toda intención de
asustarlo, sujetándolo con fuerza por un brazo que muy a duras penas tenía
músculo. Un poco más de ejercicio y sería de lo más pintoresco.
—¡Eh, basta! –respondió, zafándose de la
presa. Su voz era dulce y suave, pero con un tono muy varonil a su manera.
—Tranquilo, rey de oro –dijo Ushi con una risotada–.
¿Te pone nervioso una niña en pleno desarrollo?
—Eres pesada y apestas –contestó Alegár de lo
más despectivo, regio y soberbio.
—Todos apestamos –respondió Ushi en un
alarido, fingiendo sentirse ofendida–. Llevamos dos días sin bañarnos, imagina
cuando tengamos una semana. Recuerda que los hombres siempre huelen peor.
—Las mujeres apestan más –dijo, con total
honestidad.
—¿Te asustan las mujeres? –bromeó Ushi,
tomándolo nuevamente por el brazo, haciéndole ruborizar.
Desde que tenía memoria, recordaba afanes así
por parte de Alegár, era muy diferente de Limin y aquel era su encanto. Ojalá
fuese suyo, lo quería para ella sola.
—Me asusta que puedas contagiarme de tu
estupidez –respondió Alegár, esta vez no se separó de ella.
Ushi sonrió ante el gesto. Alegár podía ser
algo raro, pero no por ello perdía su caballerosidad. Anduvieron un par de
minutos hasta que él inicio nuevamente la conversación.
—Ushi –llamó, un poco avergonzado–. ¿Cómo es?
–preguntó, con la mirada baja y un rubor tenue en las mejillas amarillentas.
—¿Eh…? ¿Ros-?
—¡No! –espetó, rojo de pies a cabeza. Tomó
aire y siguió hablando–. No me refiero a eso, Ushi.
«Oh», Alegár miraba en dirección a Adelí,
quien iba de la mano de Alisian, escoltada por Limin y sir capitán.
—Quieres preguntar cómo es ver con los ojos de
otro –respondió, frígida, concentrándose en esas especies de halos que bailaban
cambiando de formas.
«Restos de la psicosis.»
Alegár asintió, los ojos caídos potenciaban la
tristeza que a veces el muchacho podía transmitir. Era normal su incertidumbre:
un ojos-gema jamás renunciaría a su don por alguien más. Las gemas oculares
eran lo más amado por Axies, su regalo para los elegidos que guiarían al resto
de la humanidad a través de las puertas del palacio celeste. Para aquellos
muchachos perder los ojos significaba perder su conexión con Dios.
«Y aun así Adelí lo hizo por mí.»
—No es diferente. El mudo es igual que siempre
–respondió, mintiendo–. El color de mis iris fue lo único que cambió.
La edad de Alegár no le impidió comportarse
como el caballero que pretendía ser, mantuvo en sí mismo el abrazo de Ushi. Que
afable podía ser.
—Mira tanto del mundo como puedas –dijo, sin
más.
Ushi esbozó una sutil sonrisa de pena y
asintió. Suspiró mientras lo dejaba detrás y se integraba al grupo donde
marchaban sus hermanas. Alegár tenía razón, Adelí había dado todo para asegurar
que viviera y lo menos que ella podía hacer, para devolver aquel favor, era
mirar todo del mundo.
La piel de Limin ardía bajo el cuero de su uniforme.
El andar se había prolongado unas horas más de lo previsto y ahora el sol del
mediodía Akxeshano les apuraba a peinar la zona dónde acamparían, a las afueras
del río de montañas. El capitán afirmaba que finalmente podrían descansar un
poco, pues las cercanías de aquel lugar eran convenientes para huir o luchar si
topaban con alguna patrulla del rey.
Escalar el río de montañas era toda una
fugacidad, tenía infinidad de rutas que variaban dependiendo de la altitud que
tuviesen ciertas elevaciones que lo conformaban, esto propiciaba un terreno
completamente irregular y, hasta cierto grado, peligroso.
Limin agradeció a los antiguos Hijos de la Fugaz
por haber colocado numerosas barandillas de las cuales sostenerse, sin ello
probablemente ya estaría muerto. El capitán Frederick había ordenado investigar
los primeros cuatrocientos metros de la entrada, así que en ese momento se
encontraba escalando las zonas montañosas más elevadas de aquel río falso. En los
declives paralelos se hallaba Ruli, su compañero lancero. Ambos tomarían
posiciones elevadas que permitieran visualizar patrullas en la lejanía.
—Un poco más –se decía a sí mismo–, sigue
trepando y luego te entrenarán con tu lanza divina. Fugaz traje de cuero, no
hace más que rostizarme.
Anhelaba volver a sentir los milagros
alterando su cuerpo. Sería todo más fácil si fuera un ojos-gema; utilizaría la
dotación de la tenacidad, pasaría a la velocidad divinizada y tan sencillo como
si de un juego de niños se tratase, pero era imposible, el capitán mantenía el
arma bien resguardada. Y con toda razón, Limin conocía las posturas que
convocaban las dotaciones, sin embargo, su cuerpo no estaba entrenado para
ellas. Solo conseguiría darse muerte a sí mismo. Al menos escalando tal
irregular montaña podía acostumbrarse a ciertas tensiones que sufría el cuerpo
al emplearse las dotaciones.
Sus dedos empezaban a pintar las grisáceas
rocas de marrón rojizo. Con un último impulso se aupó a una zona lo bastante
elevada, tenía una superficie casi plana con pequeños montículos de blancas piedras
puntiagudas que se coronaban en formas irregulares. Se dejo caer en una de las
zonas que mejor permitían ver el panorama, situando el arma –una lanza común–
en las piernas.
Frente a sí disfrutaba la entrada del río montañoso,
no era más que una extensión de tierra yerma con árboles adustos y moribundos
que luchaban por sobrevivir en aquel lugar sin esperanza silvestre. Pudo ver
las montañas que hacían de muralla para Ciudad Dual, su antiguo hogar. La
imagen estaba distorsionada en la distancia, pero podía notar bien la
destrucción causada, aún se alzaban pilastras de humo arrogante. Arrogantes y
traidoras como el rey Zheng.
Ruli del mismo modo había alcanzado la cima.
Era mayor que Limin por seis años y diestro en el uso de los milagros de
dotación. Las historias contadas de él eran igual de impresionantes que las del
capitán; con solo veintiséis años estaba situado como uno de los mejores
lanceros de todo el ejército de La Divina Dualidad, su arte era impresionante y
en la lucha: imparable.
El sol bañaba su piel negra, dándole la
apariencia de un ónice resplandeciente. Lo llamaban “Ascendente”, por sus
facciones y cualidades, Ruli Shey Long era la vivida imagen de Axies en Akxesh,
si solo sus iris fueran negras en fondo blanco sería, sin dudas, la
reencarnación de Dios. En cambio, estas eran de rubíes con unas pocas facetas
como los ojos-gema de la misma familia, solamente Adelí había contado con miles
de esas hileras geométricas.
Al darse cuenta de que Limin lo estudiaba, el
hombre soltó una sonrisa de oreja a oreja mientras agitaba el brazo en una
señal de saludo, luego con un gesto informó que su visión no mostraba peligros.
—Para llamarse ascendente luce aterrador
–susurró, devolviendo el saludo y la misma seña para informar.
Volvió su mirada nuevamente a las llanuras del
río, tenían suerte al no dejar huellas tras los pasos. Mientras se concentraba en
cualquier cosa para olvidar lo sucedido, su mirada se encontró con la de
Alisian. La maravillosa mujer tenía los opacos ojos fijos en él, lo miró
durante unos pocos segundos y luego esbozó una ligera sonrisa a modo de regalo.
Un precioso y hermoso regalo.
La sangre fluyó y se calentó rápidamente desde
sus pies hasta el punto más alto de la coronilla rizada. La vergüenza se
apoderó de él más velozmente que el miedo cuando conoció los pies de la muerte.
Desvió la mirada.
«Oh Divida Dualidad. Su piel blanca, su
cabello… Demasiado bella.», olvidó que debía vigilar.
«Por la fugacidad, ¿qué demonios le sucede?»,
pensaba Alisian con un gesto de frustración en el rostro. Había llorado por él,
trabajo demasiado en pos de formar tal grupo dónde estuviesen juntos, ¿y aun
así se atrevía a ignorarla?
Bufó, haciendo lo propio y viró su vista en un
gesto de ignoro. Se concentró en su hermana. Adelí se hallaba sentada en el
centro del campamento, rodeada por el equipaje con el que cargaban, de esa
manera lograban evitar que se hiciese daño de alguna manera. Viajar con alguien
en la ceguera desde luego era muy difícil.
Se acercó a ella para hacerse un espacio entre
el circulo de sacos y tomó asiento en el apretujado sitio. Un abrazo.
—¿Alisian? –preguntó Adelí sorprendida, no
estaba acostumbrada a que las personas llegaran de improviso a su espacio
personal.
—Soy yo –respondió Alisian, apretujándose
más–. ¿No me has reconocido por mi olor?
—Apestas a sudor – profirió, con un gesto de
asco fingido que apenas se entreveía por la venda que vestía.
Alisian rio ante la broma de su hermana, había
necesitado tanto de sus ocurrencias, necesitaba demasiado de algo que la
hiciera alejarse de toda pena.
—¿Quieres hablar? –preguntó.
—Soy una carga –respondió Adelí, con voz queda–. No estoy aportando nada, no puedo hacer nada.
Solo puedo quedarme aquí sentada.
«Otro cambio en su humor.»
—Nos estamos adaptando a ti, hermana. No eres
la carga que dices ser –respondió Alisian con un abrazo consolante.
Adelí chasqueó los dedos, tal vez buscaba
distracción a los tenues zumbidos que llegaban a sus oídos. Henshi había dicho
que su psicosis llegaría de poco en poco con síntomas leves, luego se volvería
de lo más horrible. Conocía a Adelí desde que era apenas un retoño y en sus
palabras había profunda tristeza y miedo, estaba cambiando para mal. Durante
las caminatas no hablaba, la mayor parte del tiempo ignoraba cuando alguien se
dirigía a ella fingiendo no haber escuchado y cuando se detenían a descansar
simplemente echaba a dormir.
—Y está aún este problema –añadió, refiriéndose
a su psicosis.
—Nos adaptaremos a ti –repitió Alisian.
—Lo sé, les escucho decirlo –tragó hondo–He
estado pensando, cuando lleguemos a Kyranvie, pediré el favor del Gran Guía –su
ausente mirar se posó en las rocas del suelo.
—¿Estás dispuesta a la carga que conlleva?
–preguntó Alisian. Los favores de maese Krien muchas veces traían consigo más
problemas que soluciones.
—Nunca más seré ojos-gema, lo tengo claro,
pero… –no pudo terminar de hablar, nuevamente chasqueaba los dedos.
Alisian miró al cielo, al sol, donde se
hallaba Axies en forma de un halo oscurecido. La divinidad era tan
incomprensible. Sin embargo, ciertamente el guía Krien podía ayudarla; el
milagro de Adelí contenía incoherencias por donde se estudiase. En primer
lugar, era imposible que sus ojos pudieran ser intercambiados por esas venas de
Ushi, eran “opuestos” al fin y al cabo, Ushi tenía iris opacos sin facetas y
Adelí claros y múltiples veces facetados. El éxito de su milagro debía al uso
total de su divinidad, durante segundos, Adelí fue Dios en Akxesh.
—Estará encantado de ayudarte, hermana,
tengamos fe –concluyó Alisian en un abrazo con el doble de fuerza. Sintió la
respiración entre cortada, lágrimas cayendo, uñas en blanco y negro hundiéndose
en su ropa.
—No me arrepiento –Adelí sollozaba, intentando
hablar por encima del llanto–. Lo haría de nuevo, si todo se repitiera, lo
haría de nuevo.
—Lo sé –respondió con el tono de más consuelo
que pudo.
—No hay nada, Alisian –la aferró a su pecho,
implorando que el latir de su corazón consiguiese calmar el devenir de su
hermana–. No veo nada –volvió a repetir.
Alisian se mantuvo a su lado todo el tiempo
hasta que cayó presa del cansancio, en Kyranvie podrían ayudarla, tratarían su
psicosis.
Los días transcurrían con una lentitud sin
precedentes. Desde el primer día de ceguera, Adelí vagaba por el mundo sin tener
noción del tiempo o del rumbo. Su sendero no era más que un vacío absoluto, ni
el brillante sol de Axies era capaz de penetrar.
Sentía ser una carga para todos. Sir Frederick
debía llevarla a hombros cuando los caminos se hacían angostos para evitar que
pisará al vacío y se matase. Cuando se debía descansar, la dejaban con un rodeo
de equipaje y la abandonaban, sin compañía hasta que alguien le diese alimento.
La peor parte era, sin duda, hacer sus necesidades fisiológicas. No se enteraba
si alguien la observaba, por lo que muchas veces aguantaba hasta donde su
cuerpo pudiese permitirlo. Eso había valido para ensuciarse a sí misma.
Una semana entera transcurrió desde que
partiesen de Ciudad Dual. Días que para ella fueron tan lentos como los años.
Empezaba a hartarse de estar sola en aquel mundo sin luz, pero también se
hartaba de imaginar que sentían lastima por ella. Sin embargo, no quería estar
sola. Se contradecía. Sus únicos momentos disfrutables eran cuando escuchaba a
Alegár entrenar el manejo de la lanza. Al parecer sir Frederick lo hacía luchar
junto a Limin; luego de un par de minutos se enfrascaban en una lucha fiera con
el grito de la madera contra madera, el llanto de las rocas al romperse bajo
los pies y el lamento del polvo acariciando su rostro.
Nuevamente por las noches regresaba a sus
usuales temores. Los sueños se entremezclaban con recuerdos de toda la vida y
situaciones que nunca había experimentado como si fuera espectadora en la vida
de alguien más. Siempre, en la lejanía de un páramo observaba a una mujer de
piel pálida, bella y misteriosa, era entonces cuando despertaba.
La mañana del octavo día llegó, despertó antes
de que el sol pudiese acariciarle las mejillas ovaladas. Se palpó el rostro,
notándose la piel reseca con grietas causadas por la poca hidratación. Algún
día perdería su belleza oriental, Henshi le había dicho que la psicosis traía
consigo cambios en las facciones. Fugacidad.
Se sorprendió al notar un fuerte, y agrio,
olor a sudor y hierro, también asomaba un ligero aroma a aceite para armas.
—¿Eres tú, Limin? –preguntó, irguiéndose para
buscar con las manos el rostro del visitante.
—Wei se encuentra trepando montañas –respondió
Frederick con la voz rasposa, permitiendo que Adelí palpara su rostro.
—Su piel es áspera –dijo Adelí, luego de
centrarse en lo que reconoció como su barbilla.
—Es difícil afeitarse con la navaja –rio el
inquisidor–. Te he traído algo –añadió, colocando un tubo de madera en las
manos de Adelí, bien liza y lustrada al parecer–. Una flauta; por esta zona hay
pocos árboles húmedos que se dejen moldear, pero cuando los encuentras puedes
hacer cosas como estas. En el convento les enseñaron la música, ¿verdad?
—Ahora encajan estos agujeros –señaló,
avergonzada, pasando los dedos a lo largo del instrumento–. Ciertamente, sir,
nos enseñaron los cantos de ángeles en el Espejo.
—Perfecto. Me gustaría escuchar música durante
nuestros descansos. ¿Conoces algo de Uk’Noól? –preguntó el capitán, tomando
asiento a su lado.
—Uk’Noól... –reflexionó, recordando las
lecciones de su infancia–. Lo tengo un poco arraigado, pero creo poder hacerlo.
—Me alegra escucharlo –rio el hombretón–.
Disculpa que este anciano tenga gustos antiguos.
—Nada de qué preocuparse, sir. Uk’Noól es
trovador de Dios, un clásico entre los más devotos –respondió Adelí,
conteniendo una sonrisa.
—Un clásico entre clásicos –convino
Frederick–. Su Sinfonía del Espejo ayuda al entrenamiento de los soldados. Los
relaja –añadió. Adelí asumió que estaba recordando sus días más jóvenes–. Bien,
ahora si me disculpas debo ir a entrenar a los alcornoques. Por la noche Wei
tendrá un encuentro con Ruli, ¿tocarías para nosotros?
—Lo haré, sir –respondió con la emoción de
sentirse útil para alguien. Quizá el capitán había notado sus desasosiegos.
Cuando perdió su olor en la distancia, empezó a tocar la sinfonía. Una
composición simple, pero excelsa como ni una otra, y que ayudó a calmar los
zumbidos en sus oídos.
La luz del sol comenzaba a car sobre el torso
desnudo de Limin acompañado de una ligera llovizna. El cambio de estaciones
estaba por llegar después de todo.
El sudor corría con fuerza cuando terminaba una
sucesión de katas y poses de combate. Se enfocaba principalmente en reducir el
tiempo en que era capaz de hacer sus posturas; hasta el momento solamente había
logrado alcanzar los ocho segundos. Ruli lo superaba haciéndolo en tan solo
seis. A su lado se encontraba Alegár, el pobre chico siempre fue el más débil
entre débiles y nunca había empuñado un arma hasta esos días, por lo que su marca
era de veinte segundos.
Cerró los ojos para concentrarse, siguiendo
con su rutina durante unos pocos minutos hasta que una flauta empezó a tañer una
melodía que se introdujo en lo más profundo de su ser. Las notas eran lentas al
inicio, cada una tocada con sumo cuidado como si alguien hilase una vieja máquina
de costura. Lento, sereno, apaciguado. Compases lentos, paz absoluta. Asumió la
postura del toro, sintiendo los tendones intentar entretejerse a sí mismos
trayendo consigo un ligero escozor. No se dejó distraer.
Los compases aceleraron de un momento a otro y
Limin floreó al unísono adoptando la postura del lince. El cuerpo se relajó,
sintió los latidos de su corazón tan lentos, el fluir de su sangre irregular,
el movimiento de sus ojos cesó. El arma se encabritaba trazando arcos por
encima de su cabeza o alrededor de su torso; el viento lo acariciaba meciendo
cada vello de su áspera piel. Las heridas intentaban cerrarse inútilmente, los
raspones y arañazos ansiaban unirse con la piel de la cual habían sido separados.
El flautista cambió a ritmos furiosos,
trayendo consigo los recuerdos del combate que habían destrozado la vida de
Limin y todos sus amigos. Recordó a los hombres que asesinó, los golpes que
dieron a Ushi y sus ojos siendo arrancados. El grito de sufrimiento de Adelí
cuando fue Dios, intercambiando su divinidad por la vida de su preciada amiga.
Recordó el llanto de Alisian.
Adoptó la postura del dragón, el calor brotando
de su cuerpo cuando la sangre bombeó animosa por la furia. Los músculos se
inflamaron ligeramente, el uniforme se tensó y la fuerza naciente le confirió
el poder para acabar con quien fuera.
Atacó.
La velocidad maximizó el impacto y la falda de
la montaña que golpeó se astilló junto al cuerpo de la lanza partiéndose.
Incluso los animales cercanos huyeron asustados. La melodía se detuvo, solo
entonces abrió los ojos para mirar el destrozo.
—Lo… siento –dijo, avergonzado. Al momento
sintió su vista irritada, tal vez debido al polvo que entro en sus ojos.
—Deberías medir tu fuerza, muchacho –respondió
el capitán, dejando caer al suelo su bebida llena de guijarros.
Los ojos del capitán se posaron en Adelí,
quien hasta entonces seguía en shock por el ruido que Limin había provocado,
entonces notó que era ella quien estuvo tocando todo el tiempo.
«Así que aún recuerda esas canciones», pensó,
dejando salir una sonrisa.
—Señorita Lin, espero que siga tocando para
nosotros –Añadió el capitán, sonriente–. Hay que irnos, el ruido podría llamar
la atención –añadió, levantando todo el equipaje que podía cargar por sí mismo
y empezando a andar. El resto hicieron lo propio.
Anduvieron bajo el rocío durante diez horas
más sin detenerse, hasta que la luz del sol empezaba a teñir de rojizo el suelo
por donde caminaban. A tal punto habían transitado una cuarta parte del rio de
montañas, solo bastarían semanas para estar a las afueras y cercanías de
Lanatar.
Se detuvieron en una pequeña explanada que
formaban dos pendientes entretetijas, al centro se hallaban nuevamente los
montículos de piedra blanca y unas pocas manchas de sangre seca.
—Ruli, Limin, al frente con sus equipos de
entrenamiento. Wei, usarás tu arma divina –ordenó el capitán con la voz más
ronca que pudo, quizá estaba fingiendo para parecer amenazador.
—¡A la orden! –respondieron ambos, dando media
vuelta.
—Los demás coloquen el equipaje de acampada y
que alguien haga algo de comer, me muero de hambre –añadió con una risotada de
las usuales.
Todos se concentraron en lo que debían. Únicamente
Adelí fue la única en estar sentada sin una sola responsabilidad. Limin se
acercó, sorprendiéndose de que Adelí virara el rostro más rápido de lo
esperado.
—¿Necesitas algo? –preguntó, intentando
buscarlo con las manos.
—¿Cómo sabías que era yo? –preguntó él,
permitiendo que acariciara sus mejillas.
Adelí se demoró en responder, casi parecía no
querer hacerlo.
—Solo lo sabía –acabo diciendo, sus manos temblaban.
Fugacidad, la ceguera-psicótica era de temer.
—Bien –respondió Limin–. De hecho, sí
necesitaba algo, ¿podrías tocar nuevamente esa melodía? –pidió con una sonrisa.
—Esperaré el repique de las armas a modo de
señal, me ayuda también –dijo ella con una sonrisa en el rostro–. No te hagas
tanto daño, por Alisian, ya sabes.
—Es increíble, ¿no? –preguntó Limin
avergonzado, cambiando de tema.
—¿Alisian? –silabeó, casi en un ronroneo.
—La canción –matizó Limin. Adelí era demasiado
punzante con sus bromas–. Es simple y repetitiva, pero de alguna forma me
serena. ¿Lo sientes también?
—La música siempre es tranquilizadora, debiste
poner atención a las lecciones. –respondió, soplando una nota suave y limpia.
»No sabía que tuvieras un arma divina –añadió
luego de unos segundos de silencio, con un gesto asqueado antes de que Limin
pudiese decir algo más.
—Axies me bendijo en esa batalla –respondió
Limin, palpándose el corazón–. Fue Dualidad, milagros para un normal.
—Las armas divinas son pecados, no deberías
usarla –escupió al suelo.
—Un pecado es igual una bendición –añadió
Limin, poniéndose en pie y yendo en busca de su arma–. Todo estará bien, no te
preocupes.
—Me preocupo por mi hermana, de tu salud
dependen sus sonrisas –respondió Adelí, despidiéndolo con un gesto desdeñoso.
Limin asintió con una sonrisa y un despido y
se alejó al trote. Ciertamente las armas divinas eran pecados, incluso Axies
había tenido errores al dar vida a los Akxashanos.
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