La Divina Dualidad. VI

 

VI

Promesas

 

Las llagas e hinchazones afloraban las plantas de los pies de Ushi sin nada que las detuviera. Apenas habían transcurrido dos días de marcha desde el escape de Ciudad Dual, dos días que continuaron viajando sin parar. Únicamente se detenían a dormir y comer un par de minutos para luego continuar el recorrido al trote.

Dos días fueron más que suficiente para hacerle saber que ella era una dama de cuestiones delicadas. Fugaz sir capitán sin una triza de tacto.

Estaba tan agotada que apenas sentía sus pies calzados en las áridas tierras, era como si deslizara sobre él, las pantorrillas inflamadas y sus piernas un embrollo de venas abultadas. Aun así, no podían detenerse o “los perros de Zheng”, como sir capitán los llamaba, los alcanzarían. Durante las medianoches escuchaban los gritos de aquellos grupos al ser capturados. Gritos de desasosiego y agonía.

Recordaba con terror el primer día de andar. Corrieron durante horas sin parar, incluso muy caída la noche siguieron corriendo, evitando volver la mirada al santo hogar profanado.

Gritos, chillidos y más gritos.

Hombres rugiendo de furia, pilares de humos tan altos como el convento mismo y monstruosos rugidos de cañones. Todo ello mientras corrían.

Los dejaron a su suerte. Abandonaron a sus hermanos.

—No –susurró, negando con su cabeza. Debía olvidar aquel día, debía olvidar esos pensamientos.

Se concentró en la tarea que el capitán le había encargado: asegurarse de que Alegár no interfiriese en las labores de Limin. El muchacho no se despegaba de su amigo y estaba siendo un incordio para sir capitán.

Alegár era mucho más bajo que ella a pesar de tener la misma edad, década y media, lo cual solo hacía que Ushi se sintiese más atraída para molestarlo, para tomarlo. Su porte era similar al de la nobleza Lanateña, trotaba con cierta condescendencia y distinción. Detrás de él podía apreciarlo mejor, los cabellos dorados y lacios, increíblemente más hermoso que los de Adelí.

—¡Alegár! –gritó con toda intención de asustarlo, sujetándolo con fuerza por un brazo que muy a duras penas tenía músculo. Un poco más de ejercicio y sería de lo más pintoresco.

—¡Eh, basta! –respondió, zafándose de la presa. Su voz era dulce y suave, pero con un tono muy varonil a su manera.

—Tranquilo, rey de oro –dijo Ushi con una risotada–. ¿Te pone nervioso una niña en pleno desarrollo?

—Eres pesada y apestas –contestó Alegár de lo más despectivo, regio y soberbio.

—Todos apestamos –respondió Ushi en un alarido, fingiendo sentirse ofendida–. Llevamos dos días sin bañarnos, imagina cuando tengamos una semana. Recuerda que los hombres siempre huelen peor.

—Las mujeres apestan más –dijo, con total honestidad.

—¿Te asustan las mujeres? –bromeó Ushi, tomándolo nuevamente por el brazo, haciéndole ruborizar.

Desde que tenía memoria, recordaba afanes así por parte de Alegár, era muy diferente de Limin y aquel era su encanto. Ojalá fuese suyo, lo quería para ella sola.

—Me asusta que puedas contagiarme de tu estupidez –respondió Alegár, esta vez no se separó de ella.

Ushi sonrió ante el gesto. Alegár podía ser algo raro, pero no por ello perdía su caballerosidad. Anduvieron un par de minutos hasta que él inicio nuevamente la conversación.

—Ushi –llamó, un poco avergonzado–. ¿Cómo es? –preguntó, con la mirada baja y un rubor tenue en las mejillas amarillentas.

—¿Eh…? ¿Ros-?

—¡No! –espetó, rojo de pies a cabeza. Tomó aire y siguió hablando–. No me refiero a eso, Ushi.

«Oh», Alegár miraba en dirección a Adelí, quien iba de la mano de Alisian, escoltada por Limin y sir capitán.

—Quieres preguntar cómo es ver con los ojos de otro –respondió, frígida, concentrándose en esas especies de halos que bailaban cambiando de formas.

«Restos de la psicosis.»

Alegár asintió, los ojos caídos potenciaban la tristeza que a veces el muchacho podía transmitir. Era normal su incertidumbre: un ojos-gema jamás renunciaría a su don por alguien más. Las gemas oculares eran lo más amado por Axies, su regalo para los elegidos que guiarían al resto de la humanidad a través de las puertas del palacio celeste. Para aquellos muchachos perder los ojos significaba perder su conexión con Dios.

«Y aun así Adelí lo hizo por mí.»

—No es diferente. El mudo es igual que siempre –respondió, mintiendo–. El color de mis iris fue lo único que cambió.

La edad de Alegár no le impidió comportarse como el caballero que pretendía ser, mantuvo en sí mismo el abrazo de Ushi. Que afable podía ser.

—Mira tanto del mundo como puedas –dijo, sin más.

Ushi esbozó una sutil sonrisa de pena y asintió. Suspiró mientras lo dejaba detrás y se integraba al grupo donde marchaban sus hermanas. Alegár tenía razón, Adelí había dado todo para asegurar que viviera y lo menos que ella podía hacer, para devolver aquel favor, era mirar todo del mundo.

 

La piel de Limin ardía bajo el cuero de su uniforme. El andar se había prolongado unas horas más de lo previsto y ahora el sol del mediodía Akxeshano les apuraba a peinar la zona dónde acamparían, a las afueras del río de montañas. El capitán afirmaba que finalmente podrían descansar un poco, pues las cercanías de aquel lugar eran convenientes para huir o luchar si topaban con alguna patrulla del rey.

Escalar el río de montañas era toda una fugacidad, tenía infinidad de rutas que variaban dependiendo de la altitud que tuviesen ciertas elevaciones que lo conformaban, esto propiciaba un terreno completamente irregular y, hasta cierto grado, peligroso.

Limin agradeció a los antiguos Hijos de la Fugaz por haber colocado numerosas barandillas de las cuales sostenerse, sin ello probablemente ya estaría muerto. El capitán Frederick había ordenado investigar los primeros cuatrocientos metros de la entrada, así que en ese momento se encontraba escalando las zonas montañosas más elevadas de aquel río falso. En los declives paralelos se hallaba Ruli, su compañero lancero. Ambos tomarían posiciones elevadas que permitieran visualizar patrullas en la lejanía.

—Un poco más –se decía a sí mismo–, sigue trepando y luego te entrenarán con tu lanza divina. Fugaz traje de cuero, no hace más que rostizarme.

Anhelaba volver a sentir los milagros alterando su cuerpo. Sería todo más fácil si fuera un ojos-gema; utilizaría la dotación de la tenacidad, pasaría a la velocidad divinizada y tan sencillo como si de un juego de niños se tratase, pero era imposible, el capitán mantenía el arma bien resguardada. Y con toda razón, Limin conocía las posturas que convocaban las dotaciones, sin embargo, su cuerpo no estaba entrenado para ellas. Solo conseguiría darse muerte a sí mismo. Al menos escalando tal irregular montaña podía acostumbrarse a ciertas tensiones que sufría el cuerpo al emplearse las dotaciones.

Sus dedos empezaban a pintar las grisáceas rocas de marrón rojizo. Con un último impulso se aupó a una zona lo bastante elevada, tenía una superficie casi plana con pequeños montículos de blancas piedras puntiagudas que se coronaban en formas irregulares. Se dejo caer en una de las zonas que mejor permitían ver el panorama, situando el arma –una lanza común– en las piernas.

Frente a sí disfrutaba la entrada del río montañoso, no era más que una extensión de tierra yerma con árboles adustos y moribundos que luchaban por sobrevivir en aquel lugar sin esperanza silvestre. Pudo ver las montañas que hacían de muralla para Ciudad Dual, su antiguo hogar. La imagen estaba distorsionada en la distancia, pero podía notar bien la destrucción causada, aún se alzaban pilastras de humo arrogante. Arrogantes y traidoras como el rey Zheng.

Ruli del mismo modo había alcanzado la cima. Era mayor que Limin por seis años y diestro en el uso de los milagros de dotación. Las historias contadas de él eran igual de impresionantes que las del capitán; con solo veintiséis años estaba situado como uno de los mejores lanceros de todo el ejército de La Divina Dualidad, su arte era impresionante y en la lucha: imparable.

El sol bañaba su piel negra, dándole la apariencia de un ónice resplandeciente. Lo llamaban “Ascendente”, por sus facciones y cualidades, Ruli Shey Long era la vivida imagen de Axies en Akxesh, si solo sus iris fueran negras en fondo blanco sería, sin dudas, la reencarnación de Dios. En cambio, estas eran de rubíes con unas pocas facetas como los ojos-gema de la misma familia, solamente Adelí había contado con miles de esas hileras geométricas.

Al darse cuenta de que Limin lo estudiaba, el hombre soltó una sonrisa de oreja a oreja mientras agitaba el brazo en una señal de saludo, luego con un gesto informó que su visión no mostraba peligros.

—Para llamarse ascendente luce aterrador –susurró, devolviendo el saludo y la misma seña para informar.

Volvió su mirada nuevamente a las llanuras del río, tenían suerte al no dejar huellas tras los pasos. Mientras se concentraba en cualquier cosa para olvidar lo sucedido, su mirada se encontró con la de Alisian. La maravillosa mujer tenía los opacos ojos fijos en él, lo miró durante unos pocos segundos y luego esbozó una ligera sonrisa a modo de regalo. Un precioso y hermoso regalo.

La sangre fluyó y se calentó rápidamente desde sus pies hasta el punto más alto de la coronilla rizada. La vergüenza se apoderó de él más velozmente que el miedo cuando conoció los pies de la muerte. Desvió la mirada.

«Oh Divida Dualidad. Su piel blanca, su cabello… Demasiado bella.», olvidó que debía vigilar.

 

«Por la fugacidad, ¿qué demonios le sucede?», pensaba Alisian con un gesto de frustración en el rostro. Había llorado por él, trabajo demasiado en pos de formar tal grupo dónde estuviesen juntos, ¿y aun así se atrevía a ignorarla?

Bufó, haciendo lo propio y viró su vista en un gesto de ignoro. Se concentró en su hermana. Adelí se hallaba sentada en el centro del campamento, rodeada por el equipaje con el que cargaban, de esa manera lograban evitar que se hiciese daño de alguna manera. Viajar con alguien en la ceguera desde luego era muy difícil.

Se acercó a ella para hacerse un espacio entre el circulo de sacos y tomó asiento en el apretujado sitio. Un abrazo.

—¿Alisian? –preguntó Adelí sorprendida, no estaba acostumbrada a que las personas llegaran de improviso a su espacio personal.

—Soy yo –respondió Alisian, apretujándose más–. ¿No me has reconocido por mi olor?

—Apestas a sudor – profirió, con un gesto de asco fingido que apenas se entreveía por la venda que vestía.

Alisian rio ante la broma de su hermana, había necesitado tanto de sus ocurrencias, necesitaba demasiado de algo que la hiciera alejarse de toda pena.

—¿Quieres hablar? –preguntó.

—Soy una carga –respondió Adelí, con voz queda–.  No estoy aportando nada, no puedo hacer nada. Solo puedo quedarme aquí sentada.

«Otro cambio en su humor.»

—Nos estamos adaptando a ti, hermana. No eres la carga que dices ser –respondió Alisian con un abrazo consolante.

Adelí chasqueó los dedos, tal vez buscaba distracción a los tenues zumbidos que llegaban a sus oídos. Henshi había dicho que su psicosis llegaría de poco en poco con síntomas leves, luego se volvería de lo más horrible. Conocía a Adelí desde que era apenas un retoño y en sus palabras había profunda tristeza y miedo, estaba cambiando para mal. Durante las caminatas no hablaba, la mayor parte del tiempo ignoraba cuando alguien se dirigía a ella fingiendo no haber escuchado y cuando se detenían a descansar simplemente echaba a dormir.

—Y está aún este problema –añadió, refiriéndose a su psicosis.

—Nos adaptaremos a ti –repitió Alisian.

—Lo sé, les escucho decirlo –tragó hondo–He estado pensando, cuando lleguemos a Kyranvie, pediré el favor del Gran Guía –su ausente mirar se posó en las rocas del suelo.

—¿Estás dispuesta a la carga que conlleva? –preguntó Alisian. Los favores de maese Krien muchas veces traían consigo más problemas que soluciones.

—Nunca más seré ojos-gema, lo tengo claro, pero… –no pudo terminar de hablar, nuevamente chasqueaba los dedos.

Alisian miró al cielo, al sol, donde se hallaba Axies en forma de un halo oscurecido. La divinidad era tan incomprensible. Sin embargo, ciertamente el guía Krien podía ayudarla; el milagro de Adelí contenía incoherencias por donde se estudiase. En primer lugar, era imposible que sus ojos pudieran ser intercambiados por esas venas de Ushi, eran “opuestos” al fin y al cabo, Ushi tenía iris opacos sin facetas y Adelí claros y múltiples veces facetados. El éxito de su milagro debía al uso total de su divinidad, durante segundos, Adelí fue Dios en Akxesh.

—Estará encantado de ayudarte, hermana, tengamos fe –concluyó Alisian en un abrazo con el doble de fuerza. Sintió la respiración entre cortada, lágrimas cayendo, uñas en blanco y negro hundiéndose en su ropa.

—No me arrepiento –Adelí sollozaba, intentando hablar por encima del llanto–. Lo haría de nuevo, si todo se repitiera, lo haría de nuevo.

—Lo sé –respondió con el tono de más consuelo que pudo.

—No hay nada, Alisian –la aferró a su pecho, implorando que el latir de su corazón consiguiese calmar el devenir de su hermana–. No veo nada –volvió a repetir.

Alisian se mantuvo a su lado todo el tiempo hasta que cayó presa del cansancio, en Kyranvie podrían ayudarla, tratarían su psicosis.

 

Los días transcurrían con una lentitud sin precedentes. Desde el primer día de ceguera, Adelí vagaba por el mundo sin tener noción del tiempo o del rumbo. Su sendero no era más que un vacío absoluto, ni el brillante sol de Axies era capaz de penetrar.

Sentía ser una carga para todos. Sir Frederick debía llevarla a hombros cuando los caminos se hacían angostos para evitar que pisará al vacío y se matase. Cuando se debía descansar, la dejaban con un rodeo de equipaje y la abandonaban, sin compañía hasta que alguien le diese alimento. La peor parte era, sin duda, hacer sus necesidades fisiológicas. No se enteraba si alguien la observaba, por lo que muchas veces aguantaba hasta donde su cuerpo pudiese permitirlo. Eso había valido para ensuciarse a sí misma.

Una semana entera transcurrió desde que partiesen de Ciudad Dual. Días que para ella fueron tan lentos como los años. Empezaba a hartarse de estar sola en aquel mundo sin luz, pero también se hartaba de imaginar que sentían lastima por ella. Sin embargo, no quería estar sola. Se contradecía. Sus únicos momentos disfrutables eran cuando escuchaba a Alegár entrenar el manejo de la lanza. Al parecer sir Frederick lo hacía luchar junto a Limin; luego de un par de minutos se enfrascaban en una lucha fiera con el grito de la madera contra madera, el llanto de las rocas al romperse bajo los pies y el lamento del polvo acariciando su rostro.

Nuevamente por las noches regresaba a sus usuales temores. Los sueños se entremezclaban con recuerdos de toda la vida y situaciones que nunca había experimentado como si fuera espectadora en la vida de alguien más. Siempre, en la lejanía de un páramo observaba a una mujer de piel pálida, bella y misteriosa, era entonces cuando despertaba.

La mañana del octavo día llegó, despertó antes de que el sol pudiese acariciarle las mejillas ovaladas. Se palpó el rostro, notándose la piel reseca con grietas causadas por la poca hidratación. Algún día perdería su belleza oriental, Henshi le había dicho que la psicosis traía consigo cambios en las facciones. Fugacidad.

Se sorprendió al notar un fuerte, y agrio, olor a sudor y hierro, también asomaba un ligero aroma a aceite para armas.

—¿Eres tú, Limin? –preguntó, irguiéndose para buscar con las manos el rostro del visitante.

—Wei se encuentra trepando montañas –respondió Frederick con la voz rasposa, permitiendo que Adelí palpara su rostro.

—Su piel es áspera –dijo Adelí, luego de centrarse en lo que reconoció como su barbilla.

—Es difícil afeitarse con la navaja –rio el inquisidor–. Te he traído algo –añadió, colocando un tubo de madera en las manos de Adelí, bien liza y lustrada al parecer–. Una flauta; por esta zona hay pocos árboles húmedos que se dejen moldear, pero cuando los encuentras puedes hacer cosas como estas. En el convento les enseñaron la música, ¿verdad?

—Ahora encajan estos agujeros –señaló, avergonzada, pasando los dedos a lo largo del instrumento–. Ciertamente, sir, nos enseñaron los cantos de ángeles en el Espejo.

—Perfecto. Me gustaría escuchar música durante nuestros descansos. ¿Conoces algo de Uk’Noól? –preguntó el capitán, tomando asiento a su lado.

—Uk’Noól... –reflexionó, recordando las lecciones de su infancia–. Lo tengo un poco arraigado, pero creo poder hacerlo.

—Me alegra escucharlo –rio el hombretón–. Disculpa que este anciano tenga gustos antiguos.

—Nada de qué preocuparse, sir. Uk’Noól es trovador de Dios, un clásico entre los más devotos –respondió Adelí, conteniendo una sonrisa.

—Un clásico entre clásicos –convino Frederick–. Su Sinfonía del Espejo ayuda al entrenamiento de los soldados. Los relaja –añadió. Adelí asumió que estaba recordando sus días más jóvenes–. Bien, ahora si me disculpas debo ir a entrenar a los alcornoques. Por la noche Wei tendrá un encuentro con Ruli, ¿tocarías para nosotros?

—Lo haré, sir –respondió con la emoción de sentirse útil para alguien. Quizá el capitán había notado sus desasosiegos. Cuando perdió su olor en la distancia, empezó a tocar la sinfonía. Una composición simple, pero excelsa como ni una otra, y que ayudó a calmar los zumbidos en sus oídos.

 

La luz del sol comenzaba a car sobre el torso desnudo de Limin acompañado de una ligera llovizna. El cambio de estaciones estaba por llegar después de todo.

El sudor corría con fuerza cuando terminaba una sucesión de katas y poses de combate. Se enfocaba principalmente en reducir el tiempo en que era capaz de hacer sus posturas; hasta el momento solamente había logrado alcanzar los ocho segundos. Ruli lo superaba haciéndolo en tan solo seis. A su lado se encontraba Alegár, el pobre chico siempre fue el más débil entre débiles y nunca había empuñado un arma hasta esos días, por lo que su marca era de veinte segundos.

Cerró los ojos para concentrarse, siguiendo con su rutina durante unos pocos minutos hasta que una flauta empezó a tañer una melodía que se introdujo en lo más profundo de su ser. Las notas eran lentas al inicio, cada una tocada con sumo cuidado como si alguien hilase una vieja máquina de costura. Lento, sereno, apaciguado. Compases lentos, paz absoluta. Asumió la postura del toro, sintiendo los tendones intentar entretejerse a sí mismos trayendo consigo un ligero escozor. No se dejó distraer.

Los compases aceleraron de un momento a otro y Limin floreó al unísono adoptando la postura del lince. El cuerpo se relajó, sintió los latidos de su corazón tan lentos, el fluir de su sangre irregular, el movimiento de sus ojos cesó. El arma se encabritaba trazando arcos por encima de su cabeza o alrededor de su torso; el viento lo acariciaba meciendo cada vello de su áspera piel. Las heridas intentaban cerrarse inútilmente, los raspones y arañazos ansiaban unirse con la piel de la cual habían sido separados.

El flautista cambió a ritmos furiosos, trayendo consigo los recuerdos del combate que habían destrozado la vida de Limin y todos sus amigos. Recordó a los hombres que asesinó, los golpes que dieron a Ushi y sus ojos siendo arrancados. El grito de sufrimiento de Adelí cuando fue Dios, intercambiando su divinidad por la vida de su preciada amiga.

Recordó el llanto de Alisian.

Adoptó la postura del dragón, el calor brotando de su cuerpo cuando la sangre bombeó animosa por la furia. Los músculos se inflamaron ligeramente, el uniforme se tensó y la fuerza naciente le confirió el poder para acabar con quien fuera.

Atacó.

La velocidad maximizó el impacto y la falda de la montaña que golpeó se astilló junto al cuerpo de la lanza partiéndose. Incluso los animales cercanos huyeron asustados. La melodía se detuvo, solo entonces abrió los ojos para mirar el destrozo.

—Lo… siento –dijo, avergonzado. Al momento sintió su vista irritada, tal vez debido al polvo que entro en sus ojos.

—Deberías medir tu fuerza, muchacho –respondió el capitán, dejando caer al suelo su bebida llena de guijarros.

Los ojos del capitán se posaron en Adelí, quien hasta entonces seguía en shock por el ruido que Limin había provocado, entonces notó que era ella quien estuvo tocando todo el tiempo.

«Así que aún recuerda esas canciones», pensó, dejando salir una sonrisa.

—Señorita Lin, espero que siga tocando para nosotros –Añadió el capitán, sonriente–. Hay que irnos, el ruido podría llamar la atención –añadió, levantando todo el equipaje que podía cargar por sí mismo y empezando a andar. El resto hicieron lo propio.

Anduvieron bajo el rocío durante diez horas más sin detenerse, hasta que la luz del sol empezaba a teñir de rojizo el suelo por donde caminaban. A tal punto habían transitado una cuarta parte del rio de montañas, solo bastarían semanas para estar a las afueras y cercanías de Lanatar.

Se detuvieron en una pequeña explanada que formaban dos pendientes entretetijas, al centro se hallaban nuevamente los montículos de piedra blanca y unas pocas manchas de sangre seca.

—Ruli, Limin, al frente con sus equipos de entrenamiento. Wei, usarás tu arma divina –ordenó el capitán con la voz más ronca que pudo, quizá estaba fingiendo para parecer amenazador.

—¡A la orden! –respondieron ambos, dando media vuelta.

—Los demás coloquen el equipaje de acampada y que alguien haga algo de comer, me muero de hambre –añadió con una risotada de las usuales.

Todos se concentraron en lo que debían. Únicamente Adelí fue la única en estar sentada sin una sola responsabilidad. Limin se acercó, sorprendiéndose de que Adelí virara el rostro más rápido de lo esperado.

—¿Necesitas algo? –preguntó, intentando buscarlo con las manos.

—¿Cómo sabías que era yo? –preguntó él, permitiendo que acariciara sus mejillas.

Adelí se demoró en responder, casi parecía no querer hacerlo.

—Solo lo sabía –acabo diciendo, sus manos temblaban. Fugacidad, la ceguera-psicótica era de temer.

—Bien –respondió Limin–. De hecho, sí necesitaba algo, ¿podrías tocar nuevamente esa melodía? –pidió con una sonrisa.

—Esperaré el repique de las armas a modo de señal, me ayuda también –dijo ella con una sonrisa en el rostro–. No te hagas tanto daño, por Alisian, ya sabes.

—Es increíble, ¿no? –preguntó Limin avergonzado, cambiando de tema.

—¿Alisian? –silabeó, casi en un ronroneo.

—La canción –matizó Limin. Adelí era demasiado punzante con sus bromas–. Es simple y repetitiva, pero de alguna forma me serena. ¿Lo sientes también?

—La música siempre es tranquilizadora, debiste poner atención a las lecciones. –respondió, soplando una nota suave y limpia.

»No sabía que tuvieras un arma divina –añadió luego de unos segundos de silencio, con un gesto asqueado antes de que Limin pudiese decir algo más.

—Axies me bendijo en esa batalla –respondió Limin, palpándose el corazón–. Fue Dualidad, milagros para un normal.

—Las armas divinas son pecados, no deberías usarla –escupió al suelo.

—Un pecado es igual una bendición –añadió Limin, poniéndose en pie y yendo en busca de su arma–. Todo estará bien, no te preocupes.

—Me preocupo por mi hermana, de tu salud dependen sus sonrisas –respondió Adelí, despidiéndolo con un gesto desdeñoso.

Limin asintió con una sonrisa y un despido y se alejó al trote. Ciertamente las armas divinas eran pecados, incluso Axies había tenido errores al dar vida a los Akxashanos.

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