Preludio
Fui hombre. Fui Dios. Fui Concepto.
Milenios atrás dejé de ser un hombre completo.
Un Dios completo. Nos dividimos, yo soy su Concepto… Nos dividimos y ahora yo
soy el Concepto de su Divinidad.
Mi mente se fragmenta, sentado en esta colina,
donde la piedra es tan negra que la luz no llega a ella y justo en el centro se
transluce hasta volverse de un forraje tan blanco cual polvo cósmico, me he
dado cuenta, por fin, que mi mente se fragmenta. El conocimiento se acumula sin
fin en mi eterno ser, destruyéndome.
Pronto perderé mi capacidad física, ¿o la he
perdido ya?
Lo sé todo y a la vez olvido tanto, sin embargo,
recuerdo muy bien el mal que causé. Pequé. No entiendo cómo, no sé porqué, pues
mi existencia es perfecta y aun así pequé. Reforjé los santos mandatos de
Akxesh, corrompí la Santa Dualidad, los forcé a adorarme. Los creé, los cambié…
El cielo es blanco… Ahí se encuentra el Santo
Palacio de Divinidades, mi hogar. Los seres, sin forma, de menor rango danzan y
revolotean por todas partes mientras muy de cerca son cuidados y orientados por
seres superiores de extensos cabellos y armaduras caballerizas que refulgen aun
cuando la luz no les golpea. Sus instrumentales sobrepasan mi infinita
existencia, desconozco sus formas, desconozco demasiado acerca de ellos. Mi
poco entendimiento divino es incapaz de asimilar tal maravillosidad y puedo decir
que perdí mi poca cordura cuando conocí a los seres de mayores jerarquías, seres
de pura energía como yo mismo.
El tiempo por fin es incierto para mi.
Lo siento.
Debajo de mi ser se alzan asquerosos seres amorfos,
las fauces del averno y… Fue sorpresivo. Oscuro, una marea negra. Dolor y
sufrimiento eternos, aquellos seres se mueven como lo hiciera un hombre sometido
al fuego mismo. Oscuro. Aterrador. ¿Ese es mi destino? Abandoné a Seixa, pedí a
Letalfrian un sacrificio por amor a mi ser. Debo ser castigado, debo pagar una
penitencia.
He asimilado que, tal vez, el averno sea el
lugar donde mi ser habite la eternidad. Es el último fin para los condenados,
un lugar donde reviviré constantemente el dolor de mis amados. El perfecto
castigo para un Dios.
Parpadeo una vez. Dos veces. Cada parpadeo se
siente como un millar de años para mí, me vuelve incapaz de reconocer como el
tiempo evoluciona a mis hijos en Akxesh. No puedo ver a mis hijos nacer, no
puedo ver a mis hijos crecer, no puedo ver a mis hijos morir.
En mi tercer parpadeo fui consciente de
cuantos intentaron ascender, no lo conseguían, morían. Pues no hay ser que
pueda ser uno y a la vez ambos en su existencia, solo Akxesh fue el único. Una
perfecta Dualidad… un Dios. Nadie llegará tan lejos como él… como yo, pues he
reformado las condiciones sacrificando una gran parte de mi poder. Nunca me
alcanzarán.
Disvario y olvido. Este lugar, Espejo como lo
he nombrado, puedo comprenderlo como el centro del cosmos e identificarlo como
lo que es: la génesis de toda creación. Los colores incomprendidos existen en
ese lugar, las formas nunca encuentran racionalidad y había vida como nunca
nadie conocería jamás, ni yo mismo en mi infinita existencia lo haría. No es la
vida que habita en los planetas de este universo, sino la existencia misma y su
contraria.
Nunca he estado solo en este lugar.
Hay alguien más, un ser que no comprendo, pero
que reconozco como mayor a mí. Su presencia es horrible y sé sin duda alguna
que su mero suspiro de tal fue capaz de crear esta vasta existencia que
habitamos. Supremo, lo llamé.
Ojalá pudiesen ver lo que yo, Letalfrian,
Seixa. ¿Me odian?, ¿y si es así por qué no puedo sentir pena o vergüenza? ¿Qué
he hecho?
¿Qué he hecho?
¿Qué he hecho?
¿Qué he hecho?
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