La Divina Dualidad. II

 

II

Rubíes

 

El descenso del convento estaba constituido enteramente por una enorme escalinata a la cual en los costados se se habían equiparado vías férreas por donde transitaban tranvías de madera y acero. En ellos se distribuían envíos tanto de animales como de mercancías y donaciones. Aquel nuevo medio de transporte estaba siendo toda una bendición para el Convento y el palacio del rey Zheng. Los vehículos esperaban a sus pasajeros mientras eran cargados con el grano producido por el convento para venderlo en los mercados de la ciudad.

—Al menos ahora han puesto cojines –se quejaba Ushi al momento de tomar asiento. El descenso sería largo y aburrido, así que ir sentadas directamente sobre la madera era un incordio.

El espacio que ocupaban, estaba adornado con una mesa para cuatro personas y asientos de lo más rústicos. Las ventanas estaban talladas sobre la misma madera del tranvía y no contaba con marcos o pestillos.

—No pueden hacer demasiado, Ushi. Estos tranvías funcionan muy bien, ¿por qué no usarlos hasta su limite? –sonrió Alisian, tomando asiento igualmente y estirando los brazos hasta donde el pequeño techo de placas permitía.

Ushi guardó silencio y con una sonrisa dejó caer sobre la mesa su juego de cartas favorito. Las cartas contenían dos bandos opuestos de ángeles y demonios con una marca al costado que indicaba la fuerza de cada uno.

—¿Qué piensan de Alegár? –preguntó, revelando la carta de un diablillo–. Vengativo de siete puntos –declaró.

—¿Te interesa? –preguntó Adelí, distraída, concentrándose en el juego. La carta que colocó era la de una persona que rezaba a un montículo de piedras blancas–. Te apoyo con un Idolatra de dos puntos.

—Demasiado imbécil, como Limin –dijo Alisian, sacando su carta y dejándola sobre las de sus amigas–. Arcángel de quince puntos, gano –añadió sin más.

Adelí y Ushi la admiraron con cierto descontento en el rostro. Era una carta de muchos puntos así que no había forma de contrarrestar su ataque, ¿qué probabilidad había de qué en la primera ronda Alisian tuviese tanta suerte?

—¿Qué? Axies me sonríe –añadió, intentando ocultar una sonrisa ególatra en sus curiosos labios–. Como sea, Alegár no –siguió con el tema de Ushi.

»Idolatra de cinco punto –siguió diciendo para inicar la siguiente ronda. En la estampa, ahora se mostraban muchas más personas adorando el montículo de piedras blancas–.

—Apoyo tu régimen con Guerra de once puntos –añadió Ushi, dejando caer la imagen de un guerrero acornado, ataviado con una armadura negra y un mandoble en llamas–. Alegár sí –contrarió picara–. Imagina los resultados, Alisian; niños de gemas oculares tan verdes como las florestas.

—Me niego al régimen de Alisian con una Potestad de seis puntos –dijo Adelí con una sonrisa dirigida a su hermana Ushi–. Demasiados ojos verdes, ¿qué tal Bai? Sus iris son citrinos. Podrían dar luz a una nueva variedad.

—Bai Lí es otro más del montón –respondió Alisian antes que Ushi–. Vengativo de seis puntos y con esto el régimen aumenta de poder, has perdido Adelí.

Ushi rio para sí misma y añadió—: Traiciono al régimen y Axies envía un Arcángel de quince puntos para juzgar a la humanidad. Alegár me interesa, es diferente al resto de ojos-gema. Lo quiero para mí.

—¿No me estabas apoyando? –preguntó Alisian preocupada mientras entrecerraba los puños en una señal de enojo–. Alegár…

—Te sentencio con un Concepto, esta vez de diez puntos –sonrió Adelí, dejando sobre la mesa la representación de una esfera de luz negra–. Yo pienso que Alegár podría ser un buen enlace, presenta las formalidades y que decida la directora, Ushi –respondió a su hermana.

Alisian se puso roja al verse derrotada y las fulminó con su mirada brillosa y opaca, añadió—: Si quieres a Alegár entonces tómalo. El tema me distrae así que me concentraré.

El juego prosiguió durante largos minutos del trayecto. En total, jugaron quince partidas con una clara victoria de Alisian sobre sus hermanas.

—Imposible –suspiró derrotada Ushi, dejándose caer sobre el duro asiento que apenas amortiguaba su espalda–. No puedes ser agraciada y a la vez suertuda, es muy injusto.

«No la debimos enfurecer durante toda la mañana», sonrió Adelí para sí misma.

—La experiencia y la bendición de Axies es lo que da victorias, hermanas –sonrió Alisian con modestia fingida–. Queda poco para llegar a la estación, venga, empaquemos todo.

La estación Zhengyín, como siempre, estaba abarrotada por un constante flujo de civiles y mercaderes de todas partes del mundo que visitaban el convento la ciudad. Luego de pasar el abarroteo, finalmente consiguieron salir a las avenidas principales de la capital de Zheng. La vegetación se había extendido más allá de los matorrales y ahora mostraban una cantidad inerte de palmeras, asperezas y densos follajes tropicales. Adelí aspiraba cada vez que el aire soplaba y llenaba sus pulmones con el aroma del río que atravesaba la ciudad. El canal principal fluía por el subsuelo de las cordilleras y se extendía, de norte a sur, en línea recta hasta donde la vista llegase. Las tierras cercanas al palacio, en diferencia, eran completamente yermas. La flora escaseaba y apenas unos pocos acueductos eran visibles. Las zonas de cultivo peinaban toda la zona y los caminos para las carretas zigzagueaban por doquier, dejando huellas desagradables y bulbosas.

Descender a Ciudad Dual era tal maravilla, y visitar los cinco barrios un lujo que solamente el ejército dual podía permitirse gracias a sus labores de escolta, pues los ojos-gema menores no podían exponerse tanto a la sociedad.

El Barrio longevo, era ocupado por quienes vivían a orillas del convento y por aquellas personas que estaban provistas de un buen mercado para intercambios. Abundaban hogares de belleza austera y atractivos relacionados a la misma flora tropical de la zona. Los Suburbios, cercanos a la estación Zhengyin, eran habitados por la clase media-alta que vivía en comodidad gracias al constante flujo económico que se movía por el lugar.

Camino Real, se encontraba a las escalinatas del palacio del rey y en el lugar habitaban únicamente miembros de la corte. Sus viviendas eran de lo más encantadoras y a la vez egocentristas en belleza. Abundaban los techos curvos hacia el sol y los pilares de gruesa madera rojiza ribeteadas en oro. Las zonas cercanas a Camino Real, tenían como nombre el Barrio de las Sonrisas. La mayoría de sus gentes eran trabajadores de las grandes mansiones de la corte, soldados del reino y mercaderes que transportaban sus mercancías a la estación, o simplemente aspirantes a la política.

Por último, en el centro de Ciudad Dual, marginados y olvidados, se encontraba el pueblo del Barrio de las Lágrimas. Orillados a vivir en las murallas cercanas a las salidas de la ciudad, viviendo tales condiciones en consecuencia de la presión militar del convento y Zheng, una disputa de cientos de años.

El poder de La Divina Dualidad era incomparable con cualquier otra religión que osace surgir en tiempos modernos. Tenían una poderosa fuerza militar distribuida en todos los conventos de Akxesh, llamada Ejército dual y conformada principalmente por marginados sociales, huérfanos y ojos-gema que se enlistaban como caballeros a la antigua usanza. Todos deseosos de luchar en nombre de su fe. Sin embargo, enorme era igual el poder del rey Irin Zheng VI. Su corte manejaba la red con mayor influencia política y la extendían sin temor por todos los reinos de Akxesh, militarmente todos sabían que en una guerra a gran escala el reino oriental podía aplastar a todos, excepto su aliado Karanavi.

Aunque al rey Irin bien poco le importaba el Barrio de las Lágrimas, era claro que jamás permitiría que la fe se impusiera sobre ellos, así que mantenía un frente de soldados dispersos para resaltar su famoso dicho: “Implacable solo Zheng”. El pueblo rezagado se encontraba en el centro de toda esa tensión. El convento no podía reformar la zona ni dar provisiones, y atenciones, como se precisaba, pues eso llamaría la atención del rey. En cambio, ayudaban únicamente a quienes estuviesen en peores condiciones.

Adelí y sus hermanas anduvieron un largo trecho, atravesando cada pórtico que señalaba el cruce entre barrios. Al entrar en su destino, les esperaba la quinta división del ejército dual, comandado por un hombre que fácilmente rondaba los dos metros de altura.

—Se presenta el inquisidor Frederick Long –saludó un normal casi del tamaño de un edificio–. La quinta división de La Divina Dualidad será quien les escolte en este día –Frederick, el capitán de la división, rio al ver la impresión en sus rostros y siguió hablando–. Veo que hoy nos han mandado muchachas jóvenes. No deben temer, pues, en mi división están los más devotos soldados.

Frederick eran tan fornido como alto, de cabeza calva y facciones que delataban una vida de combates. Sus ojos eran del color de la miel con las típicas líneas dispersas que tenían los normales.

«Esos músculos son idénticos a la cabeza de Ushi», pensó Adelí, divertida y sorprendida.

A espaldas, Frederick llevaba un mandoble sin funda de cuero, en su lugar había un carcaj de madera que lo sujetaba con tiras de cuero. Estaba claro que tal arma había sido forjada especialmente para que solo él pudiese blandirla. La hoja era ancha y con ciertos ribetes que la hacían devastadora, en el plano y en acero negro, tenía grabada la frase: Divina Dualidad, Justicia de Axies. En la guarnición una representación del Espejo.

—Entendido, sir… Estaremos a su cuidado –habló Alisian con voz queda y rara de actuar. Miraba de cierta manera al grupo de soldados y agachaba su mirar de vez en vez.

Limin formaba parte de la comitiva, por fin lo habían aceptado como lancero del ejército. Vestía un uniforme que constaba de una cota de mallas debajo de un ajustado, pero ágil, chaleco de cuero, hombreras y brazales de placa de acero entretejidas y espinilleras de cuero reforzado. Todo el conjunto relucía en colores blancos, azules y negros, su lanza seguía el mismo patrón: larga y fina, de madera reforzada con acero azabache y la punta en acero blanco.

—Marchemos, sir –dijo Adelí, mirando de arriba abajo a Limin. Era tres años menor para su segunda década, pero se veía igual de maduro que Alisian.

Frederick asintió con una sonrisa y empezó a gritar ordenes a sus hombres. Él iba al frente y a cada costado se apostaban dos lanceros entre los que se encontraba Limin, en el centro de aquella formación marchaban Adelí y sus hermanas. Protegiendo los flancos, formaban cuatro inquisidores con espadas anchas y pesados escudos, ¿cómo eran capaces de andar con tanto metal encima? Las dotaciones fortificaban los músculos, cierto, pero fugacidad, esos hombres sí que estaban bien entrenados.

—Ha sido culpa mía –susurraba Alisian con un castañeo en los dientes–. Hice un milagro sin darme cuenta… hice un milagro… Mis ojos, Ade –la voz se quebraba cada vez más en advenimiento al llanto.

—No. No ha sido tu culpa, hermana –respondió Adelí, tomándole la mano y aupándose tan cerca para evitar que fueran escuchadas–. Tus ojos están bien –dijo, luego de darles un vistazo–. Sabes que los milagros no cumplen deseos, es solo que Limin… siempre ansió pelear por la fe –intentó consolarla.

—Cierto, Alis –añadió Ushi, abrazándola detrás–. Esto no es obra de los milagros y mucho menos de tu parte, eres una de las mejores en su empleo. Axies lo sabe, hermana.

—Cierto –respondió aún tartamudeando–. Habría sentido el cambio en mí… –asintió con pesar–. Limin siempre ha sido testarudo.

La multitud se agolpó en la plazuela de barrio apenas avistaron los colores del convento, en los puños sus estampas de racionamiento. Adelí salió de la formación acompañada por Limin y otro joven lancero, el resto del grupo esperaban a una distancia segura para actuar en cualquier circunstancia.

—Hemos traído raciones para un día completo –espetó Adelí a las personas formaban a su alrededor–. Debo pedirles que formen una fila,  los empaques serán entregados uno por familia, sin repetir –el pueblo pareció asentir con amargura en el rostro. Un empaque no bastaría para familias numerosas–. Los excluidos ahorren sus estampas, mañana vendrá otro grupo de hijos de Axies con más raciones –terminó su anunció y procedió a entregar los alimentos.

El proceso fue lento y cansado y algunas veces medianamente peligroso, aunque Limin siempre estaba ahí para intimidar con su rostro endurecido. La fila fue haciéndose más corta con el transcurso del tiempo a medida que cada familia iba tomando sus raciones. Rostros manchados de polvo, ropas harapientas, niños en los huesos marcados por la desnutrición. La vista era horrible.

«Un día de sufrimiento asegura un día de comida», reflexionó Adelí entregando su empaque a una mujer de cabellos largos y el rostro cincelado. Era bella, pero su aspecto poco podía resaltarlo.

—Que dios Axies bendiga a los ojos-gema –rezó la mujer, llevaba un niño a cada mano que muy a duras penas alcanzaban la media década, se vían mejor alimentados que la madre–. Ustedes los mantienen con vida –señaló–, gracias, ojos-gema.

—Permítase enviarlos al convento –respondió Adelí, estudiándola con la mirada–. Estarán mejor atendidos y alimentados, lo único que le pedirán es trabajar en los huertos o bien dedicarse a las zonas de limpieza y embellecimiento.

La mujer agachó la mirada y miró a los lados, seguido se centró en los soldados del rey que daban patrulla por la zona. Ahí tenía su respuesta.

—Su majestad el rey Irin no lo consentirá –respondió la mujer, apretujando las raciones contra su pecho. El niño, ahora libre de las manos de su madre, se aferraba a las faldas mirando con miedo los iris rubíes de Adelí.

—Podemos…

—No –le interrumpió la madre con un sollozo que se convirtió en llanto–. La guardia mantiene sus ojos en nosotros, pero rezaré por ustedes, siempre. Lo juro –salió de la fila acompañada por sus hijos.

Los siguientes en la fila fueron una semejanza de lo ocurrido: padres que daban toda la ración a sus hijos para mantenerlos con vida hasta que la situación mejorase. Aunque nunca lo haría.

—Tienes un corazón enorme, pero estas personas no pueden escapar de esta vida –dijo Limin a su espalda.

Adelí miró sobre el hombro en su dirección, entendiendo un poco el porque del gusto que Alisian sentía por aquel soldado. Limin no era precisamente su tipo de hombre ideal, pero Adelí no podía negar la belleza del muchacho. El sol chispeaba en caricias sobre su piel bronceada, dejándole pequeñas manchas decoloradas que no hacían más que engrandecer su apariencia. El porte con el que formaba era de un autentico guerrero, con la lanza bien erecta y apuntando al cielo.

—Aun así, es nuestro deber ofrecerles una oportunidad, algún día todo cambiará –respondió Adelí mientras daba otro de los empaques a un padre–. ¿Por qué te has enlistado?

—¿Eh?

—En el ejército, bobo. ¿Por qué te enlistaste? –preguntó nuevamente, al menos quería tener noción para poder consolar a su hermana.

—Soy un normal, Adelí. A diferencia de ti, mi vida es lo único que puedo dar al hogar –respondió con firmeza.

—Y por Alisian –añadió ella con una sonrisa.

«Forman una mala dualidad, ambos lo niegan», pensó, al notar como Limin se avergonzaba. El muchacho, mayor a ella por un año, se limitó a seguir en firme con un claro rubor en la comisura de los labios.

Terminando la distribución de alimentos, el grupo de Adelí se reintegró a la comitiva para continuar el recorrido. La siguiente parada sería propiamente a orillas de las murallas en donde algunas familias comenzaban a reunirse con el fin de que sus hijos recibieran estudios y el adoctrinamiento de Axies, eso les aseguraba estampas de alimentos. Fue Ushi quien se separó, acompañada por dos inquisidores y cuatro lanceros. La enseñanza era la parte más peligrosa del recorrido, pues los hombres del rey vigilaban que no se cometiera habladurías contra la corona o se provocara a los locales a exigir un mejor trato. Nada más acercarse la tensión aumentó. Los soldados del rey se dispersaban de manera que pudiesen rodear a los hombres del convento. Estos, que acompañaban a Ushi, formaron en medialuna en caso de una posible refriega. Era prioridad defender la vida de un ojos-gema sobre cualquier cosa.

—Estará bien protegida, señorita –dijo Frederick al notar el nerviosismo de Alisian, le preocupaba que los hombres empezasen a matarse entre sí con Ushi en el medio de todo–. Darán su vida para asegurar la de ella, si es necesario.

—Confiamos en ustedes, capitán –respondió Adelí al notar que su hermana era incapaz de hacerlo.

Continuaron su andar por el resto del barrio, de vez en cuando, Alisian volteaba a sus espaldas con el temor de que los soldados del rey atacasen sin previo aviso. La última parada del recorrido no era precisamente un área abierta, sino más bien, consistía en un zigzagueante descenso por escalinatas maltrechas que los guiaban a las viviendas en peor estado.

—Hogar número treinta y dos. Dos adultos y un menor de edad, dos mantas asignadas –aclaraba Alisian a la familia mientras los lanceros se hacían cargo de las mantas sucias y entregaban las nuevas.

—Longevidad a los ojos-gema –agradeció el padre–. Longevidad a vuestra bondad.

—Es nuestro deber de estirpe, no debe agradecer –respondió Alisian en un pobre intento por sonreír.

El hombre no se ofendió al notarlo, al contrario, volvió a agradecer y acto seguido la familia entregó una larga y angosta manta en color amaranto, tan roja y violeta como los vinos.

—Tenga –dijo–. Las manos de mi mujer han tejido para ustedes –concluyó el hombre y volvió al interior de su hogar.

—La siguiente está dos lotes más adelante –dijo Alisian, cruzándose la tela entre sus hombros y la cintura. Echó a andar por detrás del capitán Frederick.

—No tienes que temer si estoy aquí –dijo Limin a su lado al notar que nuevamente miraba con temor en la dirección contraria.

—Mi miedo surge de tu presencia –contestó Alisian, volviendo su mirada al frente.

—Eres bueno, muchacho –añadió Frederick con una risotada–, pero necesitas controlar esa galanura.

Limin asintió avergonzado y guardó silencio el resto del camino. La entrega de mantas fue medianamente rápida a diferencia de la distribución de alimentos e inclusive más segura de lo que pensaba Alisian, pues el ejército del rey apenas se internaba en las callejuelas.

—¿Crees que esté asustada? –preguntó, dirigiéndose a Adelí. Ambas hablaban entre susurros mientras hacían el trabajo.

—Estará bien –respondió–. Puede no decirlo, pero el amor que le tiene a esos niños la hace valiente –añadió con una sonrisa–. Además, hemos hecho este recorrido antes, su principal problema será la terquedad de sus alumnos.

Aquel no estaba siendo el mejor día de Alisian y Adelí lo sabía, así que intentó animarla de alguna forma. No funcionó.

—Sigue siendo demasiado pequeña –añadía Alisian con una mirada de melancolía cuando se fijó en los niños que correteaban entre los escalones descendentes–. Me asusta su porvenir.

—Somos ojos-gema –consoló Adelí con porte regio, imitando a una princesa que había conocido en uno de los libros fantasiosos que la iglesia les permitía leer–. Axies nos protege aun más que a los normales.

Alisian asintió con gesto dolido. Usar aquel termino no era adecuado para el resto de personas que nacían sin ser ojos-gema, pero su hermana necesitaba consuelo. Al menos que Axies le permitiera tales palabras en pos de una buena acción.

Transcurrieron dos horas hasta que terminaron. El sol brillaba en todo su esplendor y alumbraba cada rincón del Barrio de las Lágrimas. Hombres y mujeres aprovechaban ese momento del día para secar sus harapos y curtir cuero, otros tantos empezaban a dirigirse a sus trabajos en los prados del rey Zheng o en las mansiones de la corte. El grupo de racionamiento de la iglesia, por su parte, se dirigía al punto de enseñanza en las murallas. Lugar donde se reintegrarían al grupo que escoltaba a Ushi, eso daría por finalizado el día de labores. A lo lejos, Adelí pudo notar que su joven amiga se encontraba sentada en el suelo rodeada por niños de casi todas las edades. Algunos acompañados de sus padres. Ushi había tendido una manta sobre el suelo y en ella colocado los libros y figuras de religión. Mientras se acercaba pudo escuchar las lecciones de la chiquilla.

—Fue así como Dios Axies aceptó su Dualidad y se convirtió en la supremacía –decía Ushi mostrando una estatuilla del hombre que era Axies–. Fue la creación y la destrucción en un solo ser. Creó este mundo y a su gente mientras aniquilaba a los demonios blancos, Dios fue salvador.

—¿Puede Axiess ser malo? –preguntó un niño regordete de ojos marrones y mofletes rosados.

—Inconcebible, Zhin –respondió Ushi en voz alta y corrigió con una risita–. Axies no es la bondad ni la maldad. Simplemente es.

»Antes de Axies no existía nada. Solo había nada a donde el mirar llegase. Su espíritu nació como una respuesta a esa nada y entonces él la destruyó con su magnificencia, ahí surgió la creación. Luego, a Akxesh llegó el frío de dioses y el calor de demonios, en consecuencia –lo que contaba Ushi no era más que doctrina básica del origen de la creación, el tema era más complejo–. Nada podía vivir en ese ambiente, Axies lo tenía bien claro, fue entonces que unió a los dioses en un mismo ser y creó la luna. Los demonios blancos fueron castigados, sufriendo las llamas durante toda la eternidad y así nació el sol. Y entonces la Dualidad, por fin todo tenía su contrario y el hombre emergió y en su ser el bien y el mal.

Ushi se envaró al notar la llegada de su escolta.

—Ahora es mi momento de partir –dijo mientras guiñaba el ojo y daba un abrazó a todos los chicos.

—¿Vendrás de nuevo? –preguntaba el chico al que había llamado Zhin.

—¡Pues claro! –respondió Ushi con una sonrisa sincera, muy sincera–. Eres mi mejor alumno, Zhing –concluyó, reintegrándose a la compañía de la quinta división.

Ushi exhibía aprensiones en el rostro. La chica no tenía gusto por la enseñanza, sin embargo, se le daba muy bien, así que debía sentirse mal por mentirle a ese chiquillo. La Dualidad era dolorosa.

—Serás una buena guía –dijo Alisian cuando Ushi estuvo lo bastante cerca. La hermana menor se abrazó a ellas y exhaló un largo suspiro.

—No merecen esta vida –dijo, hundiendo el rostro en el pecho de Adelí y mirando sobre el hombro a los muchachos–. Están malnutridos y muchos no entienden su propia edad. Es difícil cuando solo el convento da la cara por ellos y el rey no –terminó, con tristeza en el rostro.

Un instante bastó para que Adelí notará que algo iba mal. El capitán Frederick soltaba un gruñido a la guardia dual y estos formaron alrededor de ellas como si de una manada de lobos se tratase. La razón: un gran número de hombres del rey se había emplazado por la retaguardia del grupo sin dar previo aviso.

—Esta gente está donde debe estar. Tú vendrás con nosotros, muchacha –dijo un hombre, acercándose, con voz galante y altanera–. Mi nombre es Tao Liu Lŭan capitán de la guardia de la ciudad, estás arrestada por escupir falacias en contra de su majestad el rey Zheng.

La plazuela quedó en silencio. El capitán de la guardía vestía una armadura negra en la cual destilaban cintas gruesas y delgadas en color sangre. El rostro encajó con su vestir cuando se retiró el casco y lo posó bajo el brazo. Era moreno, serio y arrogante con apenas unas cuantas cicatrices de batalla, de cejas pobladas y ojos verdosos. Era menos alto que Frederick, pero, estaba claro que, en él, su habilidad con la espada no dependía de la altura que tuviera.

—¿Cuenta con una orden de aprehensión escrita, capitán? –respondió Frederick a la amenaza–. De no ser así, por favor aparté, los ojos-gema deben regresar a su hogar.

El hombre no hizo ademan de moverse y tampoco se mostraba dudoso, era como si esperara algún tipo de enfrentamiento.

—Frederick Long, el titán –saludó con una formal inclinación–, no lo veía desde hace diez años cuando acabamos con aquel grupo pagano que asolaba la capital. Se hacían llamar…

—Hijos de la Fugaz –respondió Frederick, cruzando los brazos.

—Hijos de la Fugaz –repitió Lŭan con una risotada que sus hombres convinieron–. La fe declaró que eran ciegos, es curioso, ¿no crees? –preguntó, mirando en dirección de Ushi–. Eran ojos-gema.

—No me corresponde mancillar la memoria de los muertos –respondió Frederick cada vez con la mirada más endurecida–. La única verdad es la de nuestra fe, y yo soy uno de sus soldados.

Adelí entendía que Frederick estuviese tan a la defensiva. Al ser despojados, en el nacimiento, de los brazos de sus madres, el mundo nunca había llegado a conocer el poder que los ojos-gema traían consigo. El capitán de la quinta división no podía permitirse que un grupo de ojos-gema fuera despojado del convento que los mantenía seguros.

—En fin, capitán –suspiró el caballero de armadura Zheng–. Resulta ser que tu protegida ha soltado calumnias contra la corona en más de una ocasión desde el momento en que ha empezado con su adoctrinamiento –sostuvo con aire irritante– Sabes bien que ello es considerado alta traición y debe ser enjuiciada bajo las leyes del reino.

«¿¡Enjuiciada!? ¡Somos ojos-gema y es solo una niña!» pensaba con desesperación mientras volteaba ver a su hermana quien se aferraba a Alisian con una mirada de terror en el rostro. Frederick suspiró resignado, claramente no quería empezar un conflicto en aquel lugar aun si eso significaba que Ushi fuera ejecutada.

—Los ojos-gema solo pueden ser juzgados bajo el derecho canónico. Recibirá condena en la plaza del convento como se acostumbra desde hace siglos –respondió Frederick, sosteniendo la mirada del hombre, casi alcanzándolo incluso con este montado en su semental–. Los hijos de Axies no pueden ser juzgados fuera de su santo hogar.

«No puede llevarse a Ushi, nadie puede llevarse a un ojos-gema», se repetía Adelí, sintiendo el sudor frío correr por su piel de tigre.

El caballero posó una mano sobre el pomo de su espada y esbozó una sonrisa.

—No empieces una guerra, inquisidor –dijo sin más.

—Es precisamente eso lo que deseo evitar. Sin embargo, comprenderás que no puedo permitir que te la lleves –soltó Frederick, esperanzado en que Lŭan cambiara de parecer. Este solo levantó un puño.

Los sentenció.

—Es una pena –dijo.

A espaldas del grupo se escucharon filos desenvainando, seguido por chillidos de dolor. Cinco de los veinte niños fueron asesinados por los caballeros de la guardia de la ciudad, los restantes pronto estarían igual de muertos. Lo siguiente sucedió aún más rápido para Adelí. Por un lado, escuchó a Ushi gritar el nombre de aquel niño regordete y sus pisadas al precipitarse por el yermo de la plazuela. La retaguardia del convento solo pudo reaccionar para defender a las hermanas que se habían quedado dentro de la formación, únicamente Limin, y otro lancero, partieron a correr detrás de Ushi.

Lŭan aprovechaba la situación para cargar contra la comitiva de la fe. Dejando poco margen de respuesta para los inquisidores quienes adoptaron la postura del toro para soportar la carga. El mismo Frederick desenvainó su monstruoso mandoble y se defendía de los estoques de Lŭan.

Adelí únicamente escuchaba los quejidos del metal contra metal, gritos de familias que huían para ponerse a salvo –algunos heridos en su intento por socorrer a sus hijos asesinados–. La formación que mantenía la retaguardia era firme y apenas permitían que mirará todo el conflicto. Cuando escuchó los llantos de Alisian, su mente se aclaró.

—¡Ushi! ¡Mi hermana! –gritó a los devotos que las escoltaban para sacarlas del lugar, los empujó intentando abrirse paso entre ellos–. ¡Fugacidad!

Intentó buscar ayuda en Alisian, en su mirar se mostraba una expresión de horror.

—Limin… ¿Cómo? –susurraba esta.

———Δ———Ο——— Δ——— Ο——— Δ———

—¡Zhin! –gritaba Ushi, soltándose de sus faldas. Limin echaba a correr detrás de ella con una maldición.

Sangre. Chillidos de metal. Muerte.

Los ojos opacos de Alisian intentaban buscar con desesperación a Ushi y también a su Limin, después de perderlos de vista por el rodeo de la retaguardia.

«No-no-no-no-no. ¿Por qué todo se ha vuelto así de repente, Axies?», pensaba con terror. No podía detener sus lágrimas, no podía ver morir a aquellos dos. Adelí estaba a su lado, segura, y lo sabía porque los lanceros las protegerían, pero el bullicio del momento no le dejaba sostener su piel o la ropa de la única hermana que se había quedado a su lado.

«No te los lleves, Axies. Por favor, a ellos no.» Su hermanita iba directamente a la boca del lobo y ella no podía protegerla. Por un momento Adelí pudo detener el andar de la retaguardia e intentó mirar a los hombres que daban muerte a esos niños en las murallas, en sus ojos la verdad que ansiaban. Esperaban que Ushi fuera directamente hacia ellos. No querían enjuiciarla, aquello solo había sido una excusa que darían al pueblo de Ciudad Dual. En aquellos ojos inyectados de sangre se dio cuenta de que ansiaban las gemas oculares de un ojos-gema.

———Δ———Ο——— Δ——— Ο——— Δ———

—¡Zhin! –gritó Ushi desesperada, jadeante, llorando.

«Mis niños no, por favor, Axies. Mis niños están muriendo, Axies, mis hijos están muriendo», pensaba a la carrera mientras las lágrimas corrían frías por sus mejillas arcillosas. En la lejanía escuchaba el llanto de Zhin, estaba vivo. Sangraba por el costado, pero vivía. Fue entonces que los caballeros del rey cargaron hacía ella y cuando por fin se dio cuenta de la estupidez que había cometido.

Se quedó congelada en el sitio, de pie, mirando como aquellos hombres ansiaban poseerla.

———Δ———Ο——— Δ——— Ο——— Δ———

«¿¡Todo esto en mi primer día!? ¿¡Es alguna clase de fugaz broma, Axies!?», pensaba con terror Limin mientras corría detrás de Ushi, intentando alcanzarla.

«¿¡Fugacidad!?» Ushi se había quedado petrificada y los seis soldados del rey se abalanzaban sobre ella, para Limin apenas quedaba un tramo hasta alcanzarla.

—Por Alisian y por Axies –susurró, apenas tenía diecisiete años y no había presentado las formalidades para emparejarse con Alisian, pero moriría defendiendo a Ushi por ella. Alisian no merecía tal dolor, así que Limin lucharía en pos de su amiga.

—¡Vivimos y morimos! –gritó cuando su mirar se encontró con el de su compañero, detrás dejaron a una Ushi en total terror.

Los atacantes se dividieron y atacaron en tridente a cada uno de los muchachos. Limin se sorprendió de lo rápido que asimiló el daño que su cuerpo sufriría, al parecer el entrenamiento del capitán había dado frutos. Durante un pequeño instante dudó, cierto, sin embargo, una determinación serena surgió de él y se apoderó de su cuerpo. El poder se concentró en sus ojos.

Detuvo los tres impactos. El primero con la culata de su lanza, el segundo con el cuerpo de esta y el tercero con la punta. Sus ojos ardían, quemándole las cuencas y su visión se nublaba rápidamente. Los hombres abrieron los suyos de par en par, sorprendidos de como el muchacho no cedía a la presión del ataque.

«Yo…» Sus pensamientos fueron más lentos que su cuerpo el cual ya actuaba empleando la siguiente postura, para cuando terminó de intentar pensar, su cuerpo se encontraba realizando dos milagros de dotación física.

Con una velocidad impropia de él, trazó un arco en diagonal y cortó a la altura del cuello de uno de los lanceros. Sus propios huesos se astillaron por el cambio brusco de velocidad y algunos incluso se partieron en muchos trozos. El dolor no importó, Ushi se encontraba detrás de él y no permitiría a nadie llegar a ella. Adoptó un porte defensivo para combates de corto alcancé y con fuerza empujó su arma hacia el pecho del soldado que tenía delante, aquel que había apuntado a su abdomen. La punta, que antes fuera blanca, salió tintada en sangre espesa y rojiza. Los ojos del pobre diablo se desorbitaron y cayó al suelo de espaldas.

Nuevamente asumió otra postura, esta vez la del dragón, una dotación más, haciendo que sus músculos se hincharan levemente y con un arrebato de poder desplazó la lanza hacia la derecha partiendo huesos, carne y uniforme del último de sus enemigos. En cuestión de segundos, Limin había abatido a tres soldados curtidos en batalla. Habían sido destrozados por él en su primer combate real.

«Esta fuerza no es mía, soy un normal», pensó a medida que sus ojos comenzaban a perder color, tiñéndose en gris y los músculos desinflamándose, trayendo consigo un dolor insufrible.

Un regalo, lucha –dijo una voz masculina en su interior. Lejana y dolida, familiar.

Cuando reaccionó, una lanza le perforaba el abdomen de lado a lado. Solo entonces recordó que no luchaba contra tres enemigos, sino contra seis. Su compañero yacía muerto junto a uno de los lanceros, de los tres a los que se había enfrentado. Dos vivían, uno atravesaba el estomago de Limin y el otro cargaba contra Ushi.

Limin barrió, torpemente, mientras caía al suelo con el cuerpo destrozado y la mirada perdida. El hombre cayó a su lado sin aflojar la tenaza, induciendo a que el arma se partiera por la mitad y causara un agudo dolor. Ambos se enfrascaron en un intercambio de golpes, Limin reaccionaba rápido, gracias a las dotaciones, pero seguía hecho polvo por las mismas. Con su último arrebato de fuerza asestó un puñetazo en la boca del lancero, destrozando por completo la mandíbula del hombre –junto a sus dedos– que cayó muerto al instante.

—Ushi –susurró. Su visión se perdía por completo, todo frente a él empezaba a perder vida. El cuerpo no se movería más, lo había llevado hasta el limite junto a su vida.

Un regalo inútil –dijo una mujer de pie frente a él. Pies blancos, uñas negras. Limin cayó inconsciente.

 

—¡Ve con Ushi! – chillaba Adelí, dirigiéndose a un moribundo Limin, Alisian tenía una expresión horrorizada en el rostro. Limin había acabado casi con todos los lanceros, pero a cambio su cuerpo era una masa de huesos rotos y músculos reventados. Su sangre salía por demasiados sitios.

La retirada era firme y no hicieron caso a los constantes chillidos de Adelí. Fugaces normales, fugaces y malditos normales, Ushi corría peligro y sabían que no llegarían a tiempo para salvarla.

En un momento durante la carrera del caballero Zheng, lo vio arrojar su arma y empuñar una especie de daga con la hoja cóncava. Similar a un cucharon, pero con la punta afilada. El hombre llevó a Ushi al suelo de un puntapié y golpeó su tierno rostro.

Un golpe.

Dos golpes.

Tres golpes.

Ushi cayó inconsciente, escupiendo una mezcla de sangre y saliva, lágrimas de dolor desbordaban de su mirada perdida con la misma sangre que le había salpicado. El instrumento del hombre arrancó uno de sus ojos jade y luego el otro. El grito de sufrimiento se prolongó por todo el Barrio de las Lágrimas.

—¡Los tengo! –gritó el soldado, corriendo y guardando las gemas oculares en una petaca atada a su cinto. Se reunió con la guardia del rey esquivando a duras penas el mandoble de Frederick.

—¡Imbéciles, esto se ha demorado demasiado! –gritaba el caballero de armadura negra. Adelí no recordaba su nombre, no recordaba nada, no entendía nada–. ¡Nos largamos, muchachos! –dijo, arrebatando la bolsa al soldado y partiendo al galope.

Con esfuerzo Adelí logró safarse de la defensa de su retirada y corrió hacia Ushi. «Por favor, Axies por favor… que haya vistó mal», deseaba para sí misma, negando lo sucedido. Estaban en zona de peligró así que el grupo fue tras de ella intentando detenerla, algunos se agrupaban junto a Limin, intentando recomponer a duras penas su cuerpo. Frederick se encontraba en el suelo junto a Ushi, intentando con todas sus fuerzas detener los espasmos.

—¡Henshi, rápido! –gritaba, pidiendo ayuda a lo que parecía un médico de combate. Al hombretón le hacía falta el dedo corazón de la mano izquierda, tenía profundas heridas en el rostro y al parecer había perdido media oreja, aunque bien podría estar cubierta de sangre, ¿cómo había sobrevivido?

—Maldición –susurró el tal Henshi cuando llegó–. ¡Mantenga la presión, capitán! ¡Necesito aplicar Sangre de Axies y suturar! –el joven tenía heridas por doquier y se notaba resignado por Ushi.

«Sus ojos… Oh Axies» No conseguía concentrarse. Las gemas oculares eran la posesión más precia de un ojos-gema, un distintivo que demostraba su linaje con Dios Axies. Lo que habían hecho esos hombres del rey era una aberración, el pecado más horrible que jamás pudiese existir. Alisian gritaba a lo lejos bañada en lágrimas mientras los refuerzos del convento por fin llegaban e intentaban tranquilizarla. Adelí escuchó a una mujer gritar que necesitaban suturar a Limin por muchos de sitios imposibles, sedarlo y colocarle camisas de fuerzas para evitar que la sangre siguiese escapando o que su cuerpo no encontrara una forma a la cual regresar. Estaba teniendo más espasmos que Ushi. Al levantar la mirada se reencontró con la mirada de Frederick—: ¡Reacciona, muchacha! ¡Mantén consciente a tu amiga o morirá!

—No… No –respondió Adelí tragando saliva y con manos temblantes–. Sosténganla con fuerza, por favor –sabía que debía hacer. Dudaba, pero era la única forma de salvar a su hermana; un milagro de segundo orden detendría le hemorragia y los espasmos.

Encajó los dedos de su mano derecha dentro de las cuencas vacías y sangrantes de Ushi, esta chilló y se sacudió. Henshi vomitó bilis a un costado. Adelí igualmente estaba asqueada, aquella arma extraña había arrancado casi por completo todos los nervios y venas de Ushi. Fugacidad. Encontró lo que buscaba: sobrantes nervios ópticos y lo que quedaba del conducto hialoideo. Estaban destrozados, pero no importaba, serviría para el intercambio. Sentía la sangre viscosa, la piel tierna palpitante y por fuera Ushi era una mezcla de gritos y vómitos.

Llevó la mano izquierda a sus propios ojos, palpando directamente la esclerótica de cada uno y empezó con el milagro.

—Axies Chánshóu, el Dual, exijo un fragmento de tu poder para sanar a este ser, a cambio te ofrezco… mis ojos, «mis amados ojos rubí»–. Sus iris se iluminaron junto a las cuencas vacías de Ushi. Sintió sus propias gemas oculares arder, quemando cada nervio, vena y carne que los atara a ella. Los sintió derretirse, transformándose en piedra fundida y pasar a través de sus dedos, descender en su brazo y abrirse paso por los pechos hasta alcanzar el brazo derecho. La piedra fundida cayó goteando en las cuencas de Ushi. El fogonazo de luz apenas permitió mirar lo horrendo de la situación.

Los milagros eran la forma más pura de la Dualidad: sufrir para cambiar algo.

Aquello no dolía tanto en comparación a lo que sucedería al terminar el milagro; Adelí sufriría, en un instante, todo el dolor que su amiga había pasado en vida. Sería una descarga de sufrimiento puro a cambio su supervivencia. Ushi viviría.

Adelí Zhahs Lin, ciega y sin el don de Axies, aulló de dolor.

¡Por fin! –gritó una mujer, en su mente, casi en un chillido–. ¡No temas, pues yo también soy Dios!

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