La Divina Dualidad. I

 

I

Adelí Zhahs Lin

 

Los amaneceres de Zheng eran gloriosos como siempre, Axies lo impregnaba todo con su divino brillo dorado y dotaba a cada persona de la energía necesaria para llevar a cabo su vida en plenitud. En el Convento, la luz del alba llegó desde la ventana este de la habitación de Adelí. Embelleció toda la estancia con su encegador refulgir y reptó por las paredes tapizadas hasta descender sobre el escritorio de estudio donde la joven mantenía sus libros duales. Finalizó su recorrido fluyendo desde el asiento de madera negra y cojines blancos, trepó el mullido colchón y, por fin, cuando la luz se posó sobre sus parpados, Adelí despertó.

Nunca había podido mantener el sueño durante otro momento más o pedir sus cinco minutos. Cuando el sol la acariciaba, ella despertaba.

Parpadeo una vez, dos veces y tres veces. En su tercer parpadeo se envaró del lecho y miró soñolienta a su alrededor, intentando descifrar donde había dejado el maletín que le ayudaría a llevar a cabo su rutina diaria. Buscó durante unos buenos minutos hasta que por fin lo halló debajo del lugar donde dormía; siempre lo escondía en un lugar diferente antes de dormir para, así al menos, hacer una cosa diferente cada mañana. Al abrir el maletín encontró su hábito junto con los guantes y el juego de maquillaje que tanto le encantaba. Al igual que sus útiles de baño, pues primero habría de enjuagarse el sudor de la noche anterior. El agua cayó sobre su morena piel humectando cada poro que encontró, el lacio cabello negro se empapó rápidamente y los restos de maquillaje del día anterior se fueron destintando en hileras por todo su rostro diamantado. Nadie dudaría retratar en lienzo tal maravilla que era Adelí. Tenía un bello cuerpo para su edad siendo casi tan alta como su amiga Alisian, pero con menos curvas, pechos pequeños y de caderas anchas. Destacaban sus ojos rasgados y profundos, rojos como los soles en los cuentos fantasiosos que los bardos se inventaban. Su cabello y cuerpo eran atractivos, sí, pero nada se comparaba con sus iris, pues solamente dos de cada diez ojos-gema conseguían nacer con esa extraña cualidad.

Mientras se secaba frente al espejo de cuerpo completo, se enamoró nuevamente de sí misma. Su esbelta figura y sus ojos rubíes con cientos de facetas –muchas más de las normales– eran hechizantes. Vistió su ropa interior de encaje negro y sobre esta un camisón blanco el cual ajustó a su cintura con un ancho cinto de cuero que llegaba a la altura de su ombligo.

Como era una costumbre en todos los Conventos de La Divina Dualidad, cada niño debía vestir adecuadamente un uniforme acuerdo a las labores que su género mandará. En el caso de Adelí, ella vestiría un hábito de falda ancha que facilitara la limpieza de grabados alusivos de Axies en el suelo de mármol, arado de tierras, así como otras tantas tareas que se consideraban femeninas. Los hombres, por el contrario, vestían una casaca para clases de religión –donde asistían todos los orfelinados–, pero para sus labores como el bañado de caballos, acarreo de ovejas y arreglo de daños al convento, entre otras, debían utilizar pantalones de pana rústicos con tirantes sujetos a los camisones para evitar así cualquier contratiempo.

Vestida, por fin, empezó a dar virtud a sus uñas; de izquierda a derecha, del meñique a la mitad del dedo corazón, estas estarían tintadas de azabache pedrusco, la mitad siguiente esmaltada de blanco puro hasta el pulgar. Seco el tinte, se dedicó al maquillaje. Sus ojos rasgados debían estar bien resaltados y delineados para hacer notar, aun más, su mirar carmesí. Dios Axies siempre observaba a sus hijos ojos-gema y enorgullecerse de sus gemas oculares era un mandato que él obligaba a cumplir. Se colocó un leve y fino degradado color durazno en los parpados, delineó sus ojos de rojo carmesí y espolvoreó sus pómulos de un rubor acorde al tono de su piel cobriza. Respecto a los labios, la fe estaba muy en desacuerdo sobre embellecerlos, sin embargo, en tiempos más modernos las mujeres empezaban a ignorar aquel mandato en sus vidas. Adelí optó por su color favorito: fresa opaca.

Una vez maquillada, tomó asiento para terminar de vestirse, colocándose los respectivos guantes blancos y negros con bordados en hilo de oro que dibujaban el santo Espejo. Ajustó sus zapatos blancos y se puso en pie para tomar sus libros. Teniendo todo listo, se despidió con tristeza de la suavidad del colchón. Antes de salir por la puerta recordó la parte superior del hábito y lo vistió rápidamente para no perder más tiempo, Alisian y Ushi ya debían estar por salir de sus habitaciones así que debía apresurarse.

«Demasiados lujos para vivir en un orfanato», pensó, dando una última mirada al interior de su habitación.

Recorrió anchos y largos pasillos admirando las paredes de granito tallado, donde cada cinco metros se encontraban estatuas representativas de Axies en su forma masculina y femenina. El hombre esculpido siempre estaba pintado con piel negra, globos oculares blancos y las pupilas e iris en azabache, la mujer era completamente opuesta a él. También era común encontrar imágenes del Espejo, el símbolo que representaba la contrariedad a como uno mismo se percibía.

En ciertas zonas, las pinturas adornaban casi por entereza el largo de los muros. En ellas se podían observar representaciones de Dios con sus túnicas blanquinegras. Múltiples jarrones de porcelana eran vistosos igualmente, en ellos se contaban fragmentos de la Ascensión del Padre Longevo a la Divinidad. Al cruzar la esquina de aquel mismo pasillo, en dirección a las escalinatas de obsidiana, se encontró con Alisian. Su amiga de mayor edad.

A diferencia de otros ojos-gema que Adelí conocía, Alisian tendía a ser un poco extraña. Era curvilínea por naturaleza y siempre la recordaba con una magnifica figura dotada de sensualidad, vistiese lo que vistiese, aunque el convento solo permitiese el uso de hábitos… Su cabello no era el habitual negro oriental, sino de un castaño blanquecino, ondulado y tan largo que acariciaba sus caderas. Las gemas oculares eran esmeraldas opacas, sin una una sola faceta.

—Adelí –saludó con un gesto de sorpresa. El tono de su piel era el mejor de sus encantos: tan clara que a través de ella se sombreaban las venas verdosas y azuladas, otra rareza en Alisian.

Desde el primer momento en que Adelí tuvo uso de raciocinio y memoria, recordaba a su amiga cuidando de ella, evitando que tropezara con sus propios pies y se hiciese daño. Le ayudaba con sus deberes escolares, daba lecciones de fe y alguna que otra vez le orientaba a usar los milagros de dotación, aunque Alisian fuese de lo más tonta con ellos.

Refinada como siempre, siguió hablando.

—Nuevamente, eres la primera en llegar a las escaleras. Me he levantado antes e incluso así no he podido llegar a tiempo –suspiró. El sudor escurría por su rostro acalorado.

—Quisiera mejorar mi técnica y despertar incluso un segundo antes –bromeó Adelí–. Podría cuantificar mi despertar y hacerlo motivo de estudio, ¿no crees?

—Aún no termino de comprender como es que despiertas sin más cuando el sol se posa en tu rostro –rio, enarcando una de sus finas cejas.

Adelí caminó a su lado manteniendo el tema de conversación acerca de sus manías matutinas y suspiró al darse cuenta de que pronto estarían cada vez más cerca del salón de estudio.

—¿Deberíamos saltarnos la lección de hoy? –preguntó.

El estudio era aburrido, aun cuando solo ahí las demás personas podían vislumbrar su excelsa apariencia.

—Quizá deberías poner seriedad a tus estudios y deberes. Te recuerdo que no has acertado adecuadamente las preguntas habituales y en las pruebas de conocimiento has fallado estrepitosamente –respondió con seriedad su hermana.  Fugacidad, a veces podía ser demasiado exigente–. Pronto será tu elección de laburo, no seas descuidada.

Adelí bufó, ciertamente tenía que pensar a lo que dedicarse. ¿Guía?, ¿soldado del ejército dual?, ¿cocinera o florista? No había demasiadas opciones.

—He alcanzado un sesenta de cien –puntualizó, ignorando el tema de trabajo–. ¿Quizá debí buscar el cincuenta-cincuenta? De esa forma sería igual de Dual que Dios Axies –bromeó, buscando claramente el enojo de Alisian.

—¿Ah sí? –respondió retorica su hermana–. Entonces debemos enviarte a Kyranvie para que te forjen como arma divina. Así no serías Dios.

—Deberían, sí –respondió con asco Adelí. Escuchar el tema de las armas divinas era repulsivo, un pecado que jamás debió permitirse a los ojos-gema–. De otro modo, si fuera Dios, impondría que todos vistiesen colores extravagantes y que nuestros hogares no sean meros cubos y torres izadas. Algo como Zheng –«Quizás eso último…»

—¡Adelí! –espetó Alisian, roja desde los dedos visibles hasta sus orejas.

«Sí, lo de Zheng fue demasiado».

El rojo en las mejillas de Alisian quedaba muy bien, pero, al ser muy devota a La Divina Dualidad, lo dicho por Adelí había sido prácticamente blasfemar.

—Debo ser más dura a la hora de guiarte. Me encargaré de que mis lecciones sean mucho más severas –continuó diciendo.

Adelí prefirió no seguir frustrando a su hermana, ya había conseguido el rubor de Alisian. Esbozó una sonrisa de victoria.

El salón de estudio era lo suficientemente grande como para albergar a seiscientos huérfanos, aunque en ese momento hubiese poco más de la mitad y solo un tercio (en la sala) fuese ojos-gema. En los últimos años no nacían muchos de ellos en Ciudad Dual, de todos los salones de estudios apenas alcanzaban a sumar más de medio millar. El resto de orfelinados eran normales, llevados a una necesidad de buscar alimento y hogar de manera gratuita.

De izquierda a derecha las paredes representaban, en pinturas, con marco de oro, el nacimiento, vida y ascensión de quien ahora llamaban Dios Axies el Dual. Siempre mostrado como hombre y mujer, de rasgos faciales exactamente iguales –exceptuando los ojos, piel y uñas–. Donde terminaba una parte de la historia del hombre, el siguiente recuadro proseguía con la mujer; mostrando su erudición, alistamiento en el primer ejército oriental y posteriormente su lucha en la Guerra de Reinos. Los recuadros finalizaban con su ascensión, aquel día donde el hombre que fue Axies se convirtió en Dios.

Las clases sobre religión empezaron y como cada día, Ushi no estaba presente. Llegaba tarde de nuevo. Justamente el tema de aquel día continuaba con “Etiquetas de vestimenta para los hijos de Dios”, lo que Adelí mejor dominaba. Sí bien, Alisian y otros tantos eran atractivos, ni uno se comparaba en nada con el estilo de de Adelí. Nadie podía opacar la manera en que ella se arreglaba y mientras se perdía en su autogalanura, la Guía se dirigió a ella.

—Señorita Lin, sobre la clase anterior, ¿podrías mencionar nuestro tintar en uñas? –preguntó la Guía con su habitual respeto y dicción amable.

Adelí sonrió altanera.

—Nuestro cuerpo debe ser la esencia de la Dualidad, Guía –respondió, retirándose los guantes y mostrando el perfecto esmaltado que portaba–. Nuestras manos deberán mostrar Igualdad y Dualidad en el mismo ser, es por eso que las pintamos de hueso y azabache y ambos en el dedo corazón –sonrió al notar que el resto de orfelinados le prestaban muchísima atención a su picante voz.

»Al contar con cinco dedos y no seis, debemos adaptarnos para ser completamente respetuosos a la naturaleza de Dios Padre Longevo.

—Correcto, señorita Lin –sonrió la regordeta mujer–. Los guantes se refieren, ¿a qué cosa? –preguntó, esbozando una sonrisa, motivando el estudio en los demás chicos.

—Enguantado blanco y negro, en izquierda y derecha respectivamente –respondió, mostrando el proceso a su público–. El bordado en hilo de oro es un concepto de Divinidad que el maestre Krien ha permitido para resaltar la existencia del Espejo. Ese que nos dice que Akxesh nos mira de manera diferente a como nosotros nos percibimos –de nuevo una sonrisa.

—Magnifico como siempre, señorita Lin. Esto me hace dudar al calificar tus pruebas de conocimiento. Deberías responder el escrito como lo haces al hablar –dijo la Guía, guiñando un ojo citrino.

Adelí asintió y tomó asiento para continuar con la sesión.

La puerta se abrió de par en par y por ella entraron dos personas. La primera era una encargada de limpieza, que no era ojos-gema, durante el turno de matutino, mientras que la segunda era… la otra amiga de Adelí. Aquella que no había llegado a tiempo para la sesión de estudio: Ushi. La chica enarboló una sonrisa de oreja a oreja en el momento en que era llevada a hombros por la intendenta. Siempre había sido la más pequeña de estatura con respecto a sus dos amigas y eso, aunque solo fuese un año menor que Adelí.

Era completamente oriental al igual que Adelí, de cabello tan negro y lacio por debajo de las orejas. No le gustaba llevarlo más largo, pues le incomodaba el sudor que este le provocaba. Sus ojos eran rasgados y jades y, al igual que cierto grupo de raros ojos-gema como Alisian, no tenía facetas en los iris, en cambio, estos eran completamente lisos y con franjas vibrantes del mismo color, tanto oscurecidas como aclaradas. Algo notable en ella. No iba maquillada la gran mayoría de ocasiones, lo consideraba una perdida de tiempo y afirmaba que Dios Axies la amaría se viese como se viese. Sin embargo, había cosas con las que un ojos-gema no podía contrariar: sus uñas iban debidamente esmaltadas.

—¡Señorita Sōngshù! –exclamó la guía con los brazos en jarras–. ¿Acaso piensa tomar estas acciones como una rutina?, ¿o es alguna especie de acuerdo con la intendenta para que la traigan a hombros? –preguntó exasperada y haciendo ruborizar de vergüenza a la mujer que cargaba con Ushi.

—¡Señorita Guía! –respondió Ushi, animosa aún a hombros de su acarreadora–. Lamento decirle que últimamente he tenido un pequeño encontronazo por las mañanas, ese es el motivo de mi demorar.

—¿¡Encontronazo!? ¿¡Alguien te ha hecho daño, Ushi!? –preguntaba la mujer, ansiosa y preocupada. Para ella todos eran sus hijos y a todos los amaba–. ¿¡Quién ha sido!?

Adelí río para si misma, desde su asiento, entendiendo a lo que se refería Ushi. Alisian le pelliscó las caderas para hacerla callar, seguido la recriminó con una mirada furiosa.

—¡Las sabanas, señorita Guía! –sonrió Ushi mientras se bajaba de la intendenta–. He de reconocer que, apunto de ser derrotada, ha llegado esta amable señorita en mi rescate. Deberíamos aumentarle el sueldo, pues también ayudó con mi baño, me vistió y esmaltó mis uñas, luego me ha cargado hasta aquí la muy normal –rio.

«“Normal”», repitió Adelí para sus adentros. Era la forma en que los ojos-gema se referían a aquellas personas que no habían sido bendecidas por el Padre.

La Guía se relajó con rapidez y enseguida enfureció, pero intentó no explotar en el aula. No recriminó a Ushi por el calificativo que dio a la mujer.

—Ushi… –empezó a decir–. Realmente deberías poner más empeño a las sesiones de estudio, mi objetivo es que algún día ocupes mi lugar –concluyó, esbozando una sonrisa maternal.

—Lo dudo, señorita Guía –respondió Ushi, chasqueando la lengua–. Adelí es más adecuada para el puesto, yo por el contrario me dedicaré a llevar a los chicos por el sendero del indecoro –añadió sonriente, sentándose a un costado de Alisian.

Alisian no dijo nada directamente, en consecuencia, pellizco nuevamente a una despistada Adelí.

—¡Eh! –susurró mientras se tallaba el piquete–. ¿A que viene eso?

—Sonríe. Al parecer no serás la única que recibirá lecciones más severas –contestó Alisian mientras que con una ceja arqueada miraba a Ushi, esta solo sonrío levantando los hombros.

La sesión de estudio prosiguió durante poco más de dos horas y al terminar el trio se dirigió a realizar sus labores matinales.

 

Los comedores podían albergar, cada uno de los cinco existentes, cerca de setecientas personas o incluso más. Era bien sabido que los conventos de La Divinad Dualidad se caracterizaban por un altruismo sin precedentes, pues no era necesario ser un ojos-gema para llevarse un bocado a la boca, aunque todo estaba dicho que los normales debían intercambiar sus estampas de racionamiento. Estampas que conseguían asistiendo al adoctrinamiento de Axies o aportando algún tipo de apoyo, o tributo, a los conventos.

—Te damos las gracias, Axies padre longevo, por estos alimentos que han llegado a nuestras manos y pueden alimentar el ser de quienes lo necesitan –recitaba Alisian mientras tomaba, de la caja de racionamiento, el empaque que correspondía a su desayuno.

—Seguiremos sacrificando nuestro ser para enorgullecerte y ser merecedores de tales alimentos –rezó Adelí conviniendo.

Alisian al ser la mayor de toda la mesa, en la que se encontraban en su mayoría ojos-gema, tenía la responsabilidad de guiar las plegarias que acompañarían al desayuno. Todos repitieron—: Te damos las gracias, Axies.

Los desayunos eran el único alimento que todos compartían en obligación. Nadie podía saltárselo a excepción del ejército, aunque ellos igualmente comían acompañados en sus caballerizas. Era una obligación consumir y vivir ese momento en compañía, fuera la circunstancia que fuera. El resto de alimentos podían tomarse en solitario o con quien uno correspondiese, pues, normalmente para el almuerzo, todos los orfelinados partían a cumplir sus deberes con Ciudad Dual.

—Amo los paquetes de racionamiento –disfrutaba Ushi en voz alta, avalanzandose sobre sus galletas y proteínas.

—Recuerda las etiquetas, Ushi –le corrigió Alisian, haciendo su gesto común de enarcar la ceja–.

Adelí rio para sí misma, Alisian tenía la costumbre de comportarse como una dama de corte. Su comportamiento perfecto no comprendía que algunas veces las personas debían soltarse más al mundo y abandonar las formalidades. Ser demasiado refinada la excluía de ciertos aspectos juveniles, además, que ahora por su entrenamiento como Guía, pasaba mucho más tiempo con la directora Xia, todo aquello provocaba que poca gente quisiese relacionarse con ella.

Las campanas resonaron en el momento exacto cuando el sol llegaba casi a estar en su punto alto, era momento de guardar sus cajas de racionamiento en sus respectivos lugares y dirigirse al transmisor para recibir sus labores del día.

—Odio cargar con esto, es la peor parte del desayuno –se quejaba Ushi, claramente haciendo un esfuerzo sublime por acarrear los empaques. Era un trabajo que Ushi y todos los demás debían hacer por ellos mismos. Nadie podía recibir ayuda al momento de llevar sus paquetes de racionamiento, pues como marcaban los mandatos de Axies: uno disfrutaba, pero también se esforzaba; las comidas eran deliciosas, pero el paquete increíblemente pesado.

Cientos de características como esas representaban la vida de un Akxshano. Uno podía ser tan galardonado como un rey, pero al menos una vez al mes debía trabajar una jornada completa en los campos de trigo o donar mucho de lo que hubiese producido en dos semanas de riqueza normal, aunque solo trabajase un día. Nadie podía disfrutar sin sufrir. Aunque el rey Zheng últimamente no hacía el menor caso al mandamiento, estaba enfrascado en una rebeldía injustificada que no hacía más que provocar conflictos con la fe.

Detrás de ellas escucharon un bullicio propiciado por unos cuantos ojos-gema descontrolados.

—¡Eh, Limin! –gritaba Alegár.

El chico era otro de los ojos-gema raros, su cabello titilaba completamente en dorado. Tenía la misma edad y altura que Ushi, siendo el más pequeño de su grupo de amigos y sus ojos esmeraldas lo hacían aun más bello y extraño. Aquella apariencia no había hecho más que provocar las burlas de ojos-gemas propios en apariencia Zheng.

—¡Déjamelo a mi, Limin! –volvió a gritar. Al parecer lo molestaban por su interés en alistarse al ejército de la Iglesia.

—Este es mio, Alegár –respondió Limin con la mirada enfurecida.

Alisian suspiró y dejó su paquete de racionamiento en el suelo para acercarse al grupo enfrentado. Limin volteó a verla alertando su presencia y rápidamente cayó en la vergüenza, inútilmente intentaba ocultarlo. Su piel cobriza se puso ligeramente rosada y sus ojos marrones no buscaban donde centrarse para evitar mirar el esplendoroso andar de la mujer.

—¿No puedes pasar un solo momento sin meterte en problemas? –dijo, mientras apartaba a los dos muchachos. Limin pretendía golpear a un ojos-gema que le sacaba tres años, probablemente terminaría molido a golpes al ser un normal.

Limin se limitó a hacer un gesto a su grupo para marcharse y Adelí notó que, mientras el grupo pasaba cerca de ellas, Ushi miraba concentrada a Alegár, luego le sonrió como si hubiese contado una especie de chiste, provocando un rubor en la piel aclarada del muchacho.

—Les ayudaríamos con sus cajas, pero no queremos ir en contra de Axies –bromeó Limin, notando la mirada de Ushi a su amigo–. Ten cuidado con ese imbécil, Alisian –añadió, devolviendo el gesto.

Limin era el claro ejemplo de un hombre dual: no era un ojos-gema, pero sí responsable, trabajador y estudioso, aunque también fastidioso, sarcástico y un buscaproblemas. Quizá era una de las razones por las que Alisian se sentía atraída hacia él como devota de Axies.

—Ojalá sean enlistados en el ejército y se vayan de aquí. Solo causan problemas –añadió en voz baja y con el ceño fruncido.

—Alisian –ronroneó Adelí, dejando salir una sonrisa bromista–. ¿Acabas de desear la muerte de Limin?

Alisian se envaró roja de furia, las venas resaltadas en su rostro y protestó—: ¡Para nada! ¡Mi deseo es que lo recluten y lo hagan limpiar cascos de caballos!

Ushi y Adelí rieron al ver como la calmada de su hermana se tintaba en rosa a medida que la furia amainaba. Ambas gustaban de hacerla enojar, pues su tono de piel embellecía demasiado en los sonrojos.

 

El transmisor no era más que una enorme pantalla con letras en añil mostrando una lista detallada de cada ojos-gema y normales con sus tareas asignadas. Adelí y sus hermanas estaban encargadas como grupo de racionamiento para el Barrio de las Lágrimas.

—Es la cuarta vez esta semana –suspiró Adelí, encaminándose al almacén donde encontrarían lo necesario para sus labores–. Ves, Ushi, terminarás siendo guía –bromeó.

—Preferiría que me asignarán a bañar caballos de por vida –respondió su hermana dejando caer los hombros y soltando un largo suspiro cansado–, ellos al menos no son tan necios cuando se trata de hacerme caso.

—No te quejes tanto, cuando crezcas lo suficiente y te vuelvas guía, te darás cuenta de todas las ventajas del trabajo –añadió Adelí, rodeándola por detrás con sus largos brazos.

—Eso esta bien, sí, pero tendré que vivir dando lecciones diarias y formando hombres devotos para el ejército –contestó Ushi, safandose del abrazo.

—Solo piénsalo; comida que no viene de una lata, una mullida cama y una tina con agua caliente en tu propio baño –Adelí seguía hablando con aire esperanzador y las manos en corazón.

—… Y luego por las noches divulgar la religión en la fugaz corte del rey y en todos lo barrios restantes de esta fugaz ciudad –maldecía, Ushi, llevándose las manos al cabello con intensión de halarselo.

—Ese es el santo mandato de Axies, Ushi –consoló Alisian–. Tenemos que sufrir para disfrutar. Te irá bien, ya lo verás, eres buena enseñando –sonrió.

Alisian repartió cada uno de los zurrones que les correspondían, el de Adelí era sobre todo más pesado al ser de raciones alimenticias y Ushi comprobada dentro del suyo los símbolos religiosos y las figuras alusivas que facilitarían la enseñanza a los chiquillos del barrio.

Caminaron a través de los arqueados y cupulosos pasillos en dirección a la puerta de marfil. Como ya era costumbre, las paredes estaban plagadas de representaciones a Dios: estatuas y pinturas hechas por los mimos ojos-gema. De vez en cuando se dejaban ver imágenes del maestre Krien; los ancestros de aquel hombre habían fundado y expandido la fe mediante los Conventos, donde se encargaron de hacer crecer y enseñar el uso de los milagros a los ojos-gema que nacían en Akxesh. Cada hombre nacido de aquel linaje afirmaba ser el portavoz de Dios Axies en el mundo.

La terraza del convento era uno de sus puntos más atractivos. Ahí se encontraban los huertos frutales y árboles de la misma familia, al igual que cientos y cientos de arbustos que rodeaban el lugar. Era un jardín de gran tamaño que resaltaba la magnificencia que podían llegar a ser algunos conventos. Los más grandes eran precisamente el de Karanavi, Zheng y Galinor. Tal era la grandeza de estos que solamente el jardín podía albergar en una emergencia a miles de personas y las habitaciones dar cabida para familias enteras.

Por fin llegaron a la puerta de marfil, enorme y majestuosa como ella misma. Medía cerca de nueve metros de altura y cuatro de ancho, con una puerta en blanco y la otra negra, ribeteadas por el centro en tinte de oro para coronar al Espejo. Precisaba de un mecanismo de timones y poleas que al ponerse en marcha eran capaces de abrir aquella monstruosidad arquitectonica de par en par. El esfuerzo de llevar a cabo tal proesa solamente lo podían conseguir los ojos-gema –dos en cada timón–, pues era tan pesada que los normales se arriesgaban a partir sus huesos o desgarrarse los músculos.

A las puertas se reunieron cerca de un cuarto de orfelinados de todas las edades. Los más mayores realizarían labores de escolta mientras que el resto, como el grupo de Adelí, proveerían de alimento, adoctrinarían y entregarían suministros higiénicos a quien estuviese en situaciones deplorables.

Al moverse los timones, el eco de las cadenas y la fricción de las puertas contra el suelo de piedra, emitieron un profundo aullido y fue entonces cuando las puertas empezaron su apertura. Los ojos-gema rezaban afirmando que el espíritu de Axies se manifestaba ahí mismo para protegerles cuando se mostraran al pueblo de Ciudad Dual, la cual se hizo visible frente a ellos en una oda a la esplendidez. Una vista que todos ansiaban cada día. El convento se alzaba construido en la unión de dos largas cordilleras que encerraban por completado a la ciudad y frente a sí mismo, en la otra unión, el palacio del rey Zheng VI con sus colores contrarios a la Dualidad: rojos, negros y platas.

Ciudad Dual era llamada así por ser la representación terrenal del Espejo.

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