La penitencia ha tocado mis palabras a la media noche, una penitencia que algunos corazones ansían vivir. No encontraré recuerdo en la tristeza y el tedio, incluso después de haber trastocado mi corazón, no encontraría razones para redescubrirme hiriente; menos sería capaz de echar vistazos a un calendario que -algún día- nuevamente encerrará, en jaula de índigo, esa fecha que alumbre tu sonrisa.
La última vez ansié tanto el decir
como escribir, incapaz de curar un insomnio -tan nosotros- incitado por tu luz.
Y antes de una “Última vez", permite sincerarme de todo corazón, de todo
dolor.
La última vez era un día de luz fúlgida,
vistosas
y abarrotadas calles adoquinadas,
muros
encrespados, y personas acaloradas como
nuestro coexistido amor, cuando, encabritado
por
una impropia pasión decidí elegir
el camino más abandonado.
No puedo decir que la felicidad fuese
propia,
menos puedo decir sobre los
sentimientos que albergué.
Medité débil, lloré afligido e irrité
mi propio corazón,
forzando una mentira sobre la verdad
que ya comprendía:
“anestesia para el dolor”, lo voceé.
Una despedida que se negó.
“Suena a despedida”, dije y
mintiendo, “te creo”.
No reivindico, ni protestaré, en
cambio, lentamente comencé
el descenso demorado a los abismos
de hermosas tragedias,
deteriorando mi mente y corazón,
esperando meditabundo que
algún día tus curiosidades leyesen
apasionadas vidas, descorazonados devenires.
La última vez era mediodía, un
gigante rojo alumbrando esta
caribeña costa. Nosotros enamorando
transeúntes a medida
que errábamos con paso pólvora,
pronto estallaría la sinrazón.
La última vez, que sepas, no fue
hoy. La última vez, que sepas,
tan rápido y doloroso llegó. La
última vez, el desamor.
Labios rojos, parpados en cobre.
Colibrí aprisionada en oro, vestida
de miel y bruno, con pescadores en
añil; no preguntes porque
condenado fui a bautizarte musa la
última vez. Debo
afirmar que no renegaré, pues desde
entonces soy lo que soy.
Gracias a ti, por fin escucho a
este trémulo corazón.
La última vez, que sepas, no se nos
condenó.
“No es la última vez”, testificamos,
arrogantes e insignificantes,
y tal vez, no sea yo el semejante a
tu corazón, sin embargo, permite
a este pobre vate decir: “Probablemente,
podría no ser este el momento”,
solo así podré seguir engañando mi
insufrible corazón.
Fuimos, en momento equivocado,
quiero creer. La última vez
tal vez fuera posible el final de dos
existencias conviniendo
un solo corazón, proyectando una
larga agonía.
La última vez llegó, ardiente, una
tarde de enero, cuando es fácil
sospechar que sigue siendo invierno.
“Estaremos bien”, dijimos, en un sollozo
suspiro y prometiendo, para mi ser,
afirmé que en toda vida escrita
estarías. Desde entonces escribo
con la añoranza de un retratista
por su Gioconda y la tragedia de un literato
por su Beatriz. La última vez, aupando
sobre el ruido, se prometió
“La predilección y amor sincero ni
la distancia y tiempo desmoronará".
Y aquí me halló, perpetuando de
todo corazón, como la última vez.
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