Zasfir El Cuentavidas
¿Te has preguntado alguna vez de cómo surgen cuentos e historias? Todos conocemos al autor, ciertamente, pero desconocemos el nacimiento propio de la idea que dará vida a ese hecho que te hará suspirar de placer, ira, tristeza o aburrimiento. Aquí es donde entra Zasfir, El Cuentavidas, como le llaman en un Levante tan lejos del Oriente que todos conocemos. Zasfir, a diferencia de las vidas que relata, es un hombre dotado de felicidad, bondad e incluso demasiada virtud, tanta que la vida misma le envidia, ¿cómo puede existir tal hombre sin una pizca de pesar en su vida? Existe porque simplemente es Zasfir.
Su función en el mundo es guiar a los hombres por el camino de la inverosimilitud, ese sendero donde no hay dolor, sufrimientos o amargura, una vida imposible, pues. Nuevamente, por eso la vida le envidia, ella quiere que los hombres sientan tanto el mal como el bien, que perduren y desfallezcan, que amen y que odien. Pero Zasfir dice: “¡No! El mundo ya ha dolido demasiado”. Entonces se dedica a convencer al mundo de vivir de acuerdo a lo imposible: postrarse ante un solo sentimiento de amor.
“¿Qué sentiremos entonces cuándo nuestros amados mueran?”, preguntan los hombres a Zasfir, él responde sin más una de sus tantas historias. Eso es, Zasfir habla a partir de los sentimientos y los vuelca provocando que replanteen nuevamente su pregunta, los hombres ahora cuestionan: “¿Mis difuntos quisieran verme triste?”
—¡Hey! ¡Zasfir ha llegado! –gritaron los niños de esa ciudad arenosa al verlo aparecerse en el mercado de especias–.
Era día de cuentos, no lo había olvidado. Ya casí llegaba el atardecer, buen momento para contar vidas.
—Zasfir, ¿contarás algo hoy? –preguntó uno de los muchachos de piel cobriza–.
—Ciertamente, mi buen tunante–respondió Zasfir con el ánimo de siempre. Sí, ese hombre nunca estaba desanimado–, ¿quién sería si no contara vidas? ¡Arremolinen pues, traigan a sus familias y amigos, Zasfir ha llegado!
En un par de minutos el mercado se había llenado de tantas familias que era difícil contarlas, sonrió entusiasmado, aquel público era su vivencia y motivación, ansiaban oír, una vez más, su arte.
—¿¡Y bien!? –preguntó al gentío con una enarbolante sonrisa de oreja a oreja–. ¿Qué les acongoja hoy? ¿Dónde esta esa herida que les deprime?
La gente aplaudió, embelleciéndolo, al parecer incluso apreciaban su léxico.
—Penas, como siempre, Zasfir –dijo una mujer muy pequeña y con pocas curvas, sonriendo, cargando a su hijo por encima de los hombros. El muchachito irradiaba felicidad, bien, las historias de Zasfir funcionaban–.
—¿Penas, mujer? ¿Qué penas puedes tener con tal belleza? –respondió Zasfir, zarandeando su sombrero y quitándose el gabán para moverse con mayor libertad, con el bastón levantó granos de arena que brillaron como pepitas de oro al so de la mediatarde–. Puedo ver tu virtud, a tu hijo que te contagia de alegría. ¿Dónde está el pesar? ¡Habla, pues, mujer! Prometo curarte –sonrió–.
El público nuevamente vitoreó, motivando a la mujer a hablar sobre sus dolencias.
—Mi marido, Zasfir –acabó diciendo con un gesto de dolencia–. Partió de este mundo con la misma edad de mi hijo, el pesar me duele y el duelo destruye mi ser –añadió, siin dejar de sonreír–.
—¡Ven, joven doncella! –espetó Zasfir, animándola a dar un paso adelante. La mujer bajo al niño al suelo y se encaminó mientras el pueblo daba voces de victoria a la mujer–. Deja pues que Zasfir, El Cuentavidas, calme tu dolor.
La mujer dejó correr un par de lágrimas que Zasfir secó con su pañoleta. Al terminar dio un giro, levantando nuevamente la arena amarilla y miró al cielo azul, extendiendo los brazos. Miró nuevamente a la mujer y asintió, ciertamente era como ella, se parecían demasiado. Muy bien, era momento de hablar.
—¿Qué debería contar? –se preguntó Zasfir en voz alta. Algunos respondieron a su pregunta–.
—¡Del viento, Zasfir! –dijo un niño–.
—¡Del mar de plata! –dijo otro–.
—¡De la vida misma, Zasfir! –añadió uno más–.
—¡Necios! –gritó Zasfir–. ¿Cómo osáis comparar a tal dama con el viento cuando el viento se ha llevado el tiempo de su esposo? ¿Cómo osáis comparar a tal bella dama con el mar de plata cuando su marido nada en ese hogar de almas? –el público calló, sintiendo vergüenza–. Y una vez más ¿cómo osáis comparar a esta mujer con la vida cuando es esa celosa quien se ha llevado a su amado?
≫¡No! –gritó Zasfir, dibujando, con la arena, en el suelo a dos amados con las manos entrelazadas, aquel dibujo era la constelación de Amantes–. Esta mujer y su difunto marido son como Amanan y Teses.
—¿Y esos quiénes son? –preguntó un curioso. Perfecto, esos chicos le daban una buena algarabía sin saberlo–.
—Amanan era tan fuerte y galante como el sol, muchacho –sonrió a la mujer y tomándola de las mejillas, añadió– y Teses era tan jovial y bella como la luna. ¡En esta historia, Teses amaba al mundo pero ansiaba mirar las estrellas, tocarlas y gozarlas. En esta historia, Teseses es quien parte del mundo, viaja fuera de él y se pierde en la nada y en el todo!
—¡Mentiras! –dijo una niña risueña de cabellos bulbosos–. Solo existe un mundo Zasfir, todos lo saben
—¡Tú mientes, mujer de pocos años! –le recriminó Zasfir–. Pues el cosmos es tan vasto como la luminiscencia de tus jóvenes ojos. ¡Teses fue tentada por polvo espacial y viajó! ¡Visito mundos, estrellas y galaxias! Hasta que se perdió… nunca más pudo reconocer el camino de vuelta –susurró, dibujando a los dos amantes separados y a Teses como si fuese polvo–. ¡Entonces Amanan, dolido por la pérdida de su amada, decide abandonar de su planeta! Tomó sus pertenencias, provisiones y caminó por las escaleras que te llevan a las estrellas y anduvo… Anduvo sin miedo hacia la existencia.
El pueblo sonrió conmovido por la valentía de Amanan. La mujer sollozaba, pero irradiaba felicidad, imaginaba a su marido yendo a buscarla, escapando del mismísimo mar de plata.
—Amanan viajó por todos los recovecos del espacio –siguió diciendo Zasfir, con la mirada gacha y una sonrisa plena–. Miró entre los cinturones de asteroides y nado a través de los anillos que giran alrededor de los planetas, se internó entre la más profundas de las galaxias y habló con las eternas constelaciones. Pero Teses nunca apareció, ¿dónde podría estar? –preguntó, haciéndose visera con las manos, escudriñando entre las personas–.
—¡Ahí! –gritó una mujer, señalando al cielo. Ciertamente, la mitad de la constelación se empezaba a mostrar con las estrellas que la pintaban, extendiendo una mano esperanzada de ser estrechada. La otra mitad llegaba tarde como siempre–. ¡Ahí está Teses!
—Hablas con veracidad, mujer –sonrió Zasfir–. Pero Teses seguía en el cosmos y como dije antes: el cosmos es vasto. Amanan jamás la encontró, fue entonces que cayó en el incordio y renegó de la vida misma, del amor y de su dios. Amanan gritó: “¿¡Por qué osaste quitármela!? ¿¡Con qué derecho me niegas el amor, Altísimo!? ¿Qué te hemos hecho para merecer tal castigo? ¿Por qué nos separas?”.
≫Aquel dios no respondió y entonces Amanan también se perdió –añadió, señalando al cielo donde la otra mitad de la constelación pasaba de largo en una dirección inequivoca–. Teses, igualmente renegó y odió a la existencia misma. Incluso pensó que su amado la había abandonado en el vacío cósmico, que no había salido en su búsqueda –Zasfir agachó la mirada y se sentó en el suelo. Arriba, la constelación se separaba, las estrellas, que hacían de manos, no se tocaban ni entrelazaban–.
—¿Eh? –dijeron algunas voces y uno más valiente susurró–. ¿Así termina la historia?
—¿Tú que dirías buen hombre? –preguntó Zasfir, sentado en el suelo, mirándolo con el ánimo caído–. ¿Cómo podrías buscar a alguien en un vacío tan absoluto?
El hombre no respondió, todos perdieron el ánimo, pero antes de irse de la plazuela que era el mercado, Zasfir rio con fuerza y añadió:
—¡No! La historia no termina aquí, no para Zasfir El Cuentavidas –dijo, irguiéndose y haciendo arcos con su bastón para que la arena se arremolinará alrededor de él, luego pasó a través de ella, dejando una estela de colores azules por la luz de las estrellas y otros rosados y rojos por las antorchas.
La mujer a su lado –la esposa del fallecido–, gritó:
—¡Mirad! —señalaba a las nubes que empezaban a tentar una tormenta.
—¡Amanan rugió de dolor! –gritó Zasfir, y las nubes tronaron–. ¡Amanan lloró! –y la lluvia cayó sobre la gente–. Amanan recordó… “Hasta que la muerte nos separé” y volvió a vagar por todas las galaxias –a su espalda, la mitad masculina de la constelación nuevamente se movió en dirección a su otro yo-.
Los hombres vitorearon, las mujeres sollozaron y los niños gritaron sorprendidos. Las nubes eran un amasijo destellante de relámpagos y colores, de agua y viento, y Zasfir… él seguía levantando la arena hacia sí mismo como si de un telón se tratase.
—Y entonces Teses rugió –añadió mientras las constelaciones, las estrellas que la conformaban, brillaban con intensidad–. Y entonces Teses lloró –dijo en voz más alta. Esta vez el cielo destelló con relámpagos más poderosos y la lluvia se intensifico frenética, aun así, las familias no huyeron, la viuda mucho menos–. ¿¡Y qué hombre permite que su amada llore!?
—¡Ni uno! –gritaron ellos–.
—¡Corre, Amanan! –gritaron otros-.
Zasfir nuevamente danzó y con su bastón golpeó con fuerza el suelo haciendo saltar la arena a su alrededor en un millar de colores.
—Amanan siguió sus sollozos y por fin la encontró, hecha un ovillo a orillas de su planeta de origen, ella había visto y viajado tanto que ya no reconocía su hogar… –susurró con una sonrisa. Las estrellas por fin se encontraron en el cielo, uniéndose para formar la constelación de Amantes con las palmas entrelazadas–. Sin embargo, no pudieron regresar a su mundo. Pecaron, Teses fue tentada y Amanan renegó de su humanidad al abandonar el planeta en su búsqueda, incluso odio a su dios. ¿Su castigo? La eternidad -sonrió-.
Las gentes nuevamente callaron, sorprendidas, algunos incluso llevándose una mano a la boca para ahogar un gritito.
—Ahora, bello pueblo de Oriente, ¿creen que ellos dos están tristes? –preguntó a la multitud, todos rugieron una sola respuesta: “No”–. ¡Y ciertamente!, ¿cómo iban a estar tristes si ahora se amaban durante toda ña eternidad? ¡Así termina esta historia pueblo de Oriente! ¡Iros! –concluyó sonriente como cada vez que acababa una historia. Satisfecho de ver a esos hombres sonreír–.
El pueblo se dispersó rápido mientras buscaban refugio de la tormenta, algunos intentaron ofrecer monedas a Zasfir, pero como siempre, este las rechazó. A sus espaldas, la viuda estaba de rodillas con su hijo, los dos miraban las constelaciones entre lágrimas.
—Espero haberte curado, mujer –sonrió, ofreciendo su mano para ayudarla a ponerse de pie–. Deberás entender que la muerte es solo un paso hacia la eternidad. Tú marido te espera, pero todavía te queda vida. Mucha vida.
—Lo has hecho, Zasfir. Me has curado–respondió ella, sollozante–. Gracias por siempre venir. Eres una luz en este mundo de lamentos, tú nunca lamentas o lloras. Jamás te has acongojado, ¿cómo lo haces, Zasfir?
—Cuento vidas, mujer –respondió Zasfir, despidiéndola con un abrazo–. Y esas vidas muchas veces son tristes. Las he vivido tanto que he aprendido a amar el dolor, a darle una oportunidad para consolar a otros, hoy fuiste tú, mañana serán otros.
La mujer sonrió, asintiendo, y se alejó del lugar a toda prisa, la lluvia caía furiosa. Cuando estuvieron lejos, Zasfir se dejó caer de bruces y miró las constelaciones ribeteadas por las nubes grises y los relámpagos blancos.
—Siempre fuiste persistente Amanan y tú, Teses, eras recurrente a esos típicos mohines. Se aman, ¿verdad?
Entrecerró los ojos y disfrutó de la tormenta. Una vez más, la vida le odió, pero le permitió seguir pastando a sus anchas pues el mundo siempre necesitaría a un Zasfir.
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