Vívida
Aceptar el
dolor es, con mucha diferencia, mejor que vivir asolada por él.
Vívida no
entendió jamás el significado de tales palabras y en consecuencia a ello es
acosada constantemente por su propio ser al que manifiesta como la oscuridad.
—Mientras
en mi voz exista amor –dijo, grabando una nueva nota de voz para sus audio-poemas,
era buena, pero no famosa como ella quería ¿y cómo serlo? No grababa más que
miseria…–.
«Basta», se
dijo a sí misma, sintiendo el advenimiento de la oscuridad, solo la provocaba
sin darse cuenta. Últimamente se hacía presente con cada cosa que pensara o
dijera; sucedía cuando se concentraba en sus compañeros poetas, en su ser,
sentía que la veían como una amateur suertuda en la escena de audio-poemas o
cuando pensaba en aquellos primeros amores que la habían abandonado por su incesante
búsqueda de un enfoque dramatúrgico con el que se pudiera expresar como
realmente deseaba. Necios, imbéciles y, nuevamente, mil veces necios. No
entendían que Vívida solo buscaba comprensión, ¿quizá la veían como una joven
soberbia añorante de fama? O ¿quizá imaginaban que lo hacía únicamente por el
dinero?, aunque ciertamente estaba escasa de ello…
«Basta.
Basta. Basta» forzó a la calma, su peor error. No hizo más que empeorar. Se
puso de pie y, empezando a sudar frió, se dispuso a andar en círculos por la
habitación que utilizaba como estudio. Las vidrieras contenían sus múltiples
libros que usaba a modo de referencias. Entre ellos su mayor inspiración: un
compendio que contenía, en su mayor parte, los poemas de Allan Poe.
—Mientras
en mi voz exista amor –repitió, sintiéndose tonta y sentimental. ¿En serio
había personas a las que les gustaban sus poemas? No llegaban a la altura de
aquel genio. No eran más que… «¡Basta!»–. Mientras en mi voz exista amor
–repitió con voz queda, un nudo en la garganta, mirando la portada del libro con
el cuervo garabateado en grafito sobre fondo gris–, que el mundo sepa de mi
vivir.
Una frase
tonta e inútil. No armonizaba con la anterior y solamente la hacía quedar como
una idiota que buscase una frase de lo más artística para incluirla
forzosamente donde fuera y así verse muy poética. “Soberbia inútil”.
«Basta,
Vívida, por favor –se dijo a sí misma, tomando una bocanada de aire, buscando
la tranquilidad que podía proporcionarle el olor a papel y cuero de sus libros–.
Concéntrate.»
—Mientras
en mi voz exista amor –susurró. El su móvil sonó… Puso los ojos en blanco, era
su madre–.
—Eh, Vívida
–empezó diciendo, sin saludar. Nunca tenía esa consideración con ella a pesar
de ser la hija mayor, era como si no le importará. El mundo giraba alrededor su
hermana menor–. Tu padre está planeando una comida, él quiere que vengas.
«¿Tú no?»
—¿Cuándo
será? Estaré ocupada esta semana –respondió, tenía poco de verdad y mucha
mentira en esa frase–.
—Justamente
el día trece… —dijo su madre en tono molesto y añadió–: ¿Qué te mantiene
ocupada toda la semana?
—El
trabajo, necesito terminar un poema para la sección de misterio.
—Una
tontería –Corrigió. Siempre era lo mismo, odiaba que Vívida no tuviese un
“trabajo de verdad”–. Deberías dejar esos sueños y ganarte la vida como tu
hermana.
«Oh… ahí
vamos»
—Tenías
futuro como psicóloga… De verdad eras buena, Vívida –siguió diciendo,
irritada–.
«Solo
cuelga y ya, por favor»
—¿Pero en
cambio que hiciste? –preguntó, retórica y respondió–: Dejarte convencer por ese
poetucho de quinta.
«No me
recuerdes a ese hombre, por favor, solo detente»
—Busca un
trabajo que pueda darte una buena vida, Vívida —concluyó su madre. Esas
llamadas eran como el suplicio que había vívido Poe con el cuervo enviado por
Satanás–. Y ven a la comida –colgó, sin despedirse–.
Vívida se
dejó caer en el asiento acolchado, el que daba a su escritorio, con el teléfono
en mano, mirando al ventilador en el techo.
—“Dejad que
a mi corazón llegue un momento de silencio” –citó una de las famosas frases del
poema antes de echarse a llorar. Maldición, ¿era necesario recordarle todos sus
fracasos?–.
¿Por qué
todo era tan difícil? ¿Por qué tenía que doler tanto si lo único que ella hacía
era perseguir sus sueños? Sí, en efecto, se había visto influenciada por su ex
novio, pero igualmente los poemas hablados eran algo que ella amaba y que tenía
en mente llevar a cabo hacía mucho tiempo. Algo que se le daba muy bien, pero que
no conseguía ganar suficiente para alcanzar la gloria que ansiaba y acallar a
su madre.
“Y si la
llegas a alcanzar, no vivirás para verlo”, había dicho una vez la mujer y tal
vez llevará razón. Tal vez Vívida nunca alcanzaría la gloria de ser escuchada
en todos los rincones del mundo… como su inspiración. Miró nuevamente al libro
mientras giraba en la silla. Lloró.
«¡Basta,
basta!» se repitió, golpeándose las sienes e intentando detener el llanto, se aferró
a uno de sus hombros y con la otra mano empezó a grabar sus lamentos.
—Mientras
en mi voz exista amor –dijo con voz entrecortada y lágrimas escurriendo por sus
ojos, haciendo correr el rímel de la noche anterior–, dejadme morir en paz
–paró de grabar y borró la nota de voz–.
¿Ahora
pensaba nuevamente en su muerte? ¿Tanto le costaba recitar una buena frase?
Sabía, que decir, pero era tan imposible cuando ni ella misma lo sentía de verdad.
«Solo dilo, Vívida, y acabemos con este sufrimiento». No pudo.
Echó a
llorar, intentando alejar los pensamientos que la oscuridad traía consigo.
¿Por qué
simplemente no buscas un trabajo donde paguen mejor? –susurraban–. O Busca simplemente
a alguien que te mantenga. Total, lo único que sabes hacer es grabar tu voz,
que tampoco es tan buena siendo sinceros.
Imbécil.
Necia. Decepcionaste a todos con tu decisión, todos te abandonaron por seguir
el camino de los fracasados.
«Nadie cree
en mí, ni yo lo hago», pensó, haciéndose un ovillo en el asiento.
Poco
significaban sus esfuerzos para controlar la oscuridad de su interior cuando
esta simplemente llegaba rompiendo todos los pilares que Vívida había que
creado en pos de detener su andar. Lo mejor que podía hacer era fingir que no
estaba ahí, aunque eso solo la hacía llegar con más furia.
—Es muy
difícil seguir –sollozó. Al menos sus días como estudiante había sido
medianamente buenos, durante ese tiempo no la acosaban sus demonios internos ni
la oscuridad trepidante–. Déjame ir –le susurró–.
Y como si
la oscuridad tuviese vida, contestó–: ¿Y quién sentirá lastima por ti,
Vívida? No tienes a nadie más que a mí.
No mentía.
Tenía conocidos a los que podía llamar amigos, cierto, pero ¿ellos la
considerarían una? Apenas se comunicaba con ellos y se reunían muy pocas veces
por culpa de ella. No, no la considerarían una amiga. «Detente, sabes que no es
verdad, Vívida».
—Mientras…
en mi voz exista amor –intentó una vez más, suspirando entre cada palabra, esta
vez le habló a su oscuridad como no había hecho antes–. Seguiré… buscando
versos que acunen tu alma sollozante y así, quizás, poder morir en paz, pero mientras
en mi voz exista amor, mientras tu alma siga sufriendo y no encuentres paz, Vívida
estaré en aliviar tu dolor. Aunque bien sé que en mi voz no existe amor.
Por fin, Terminó
con aquel corto poema y la oscuridad acalló, satisfecha.
Mientras en mi voz exista amor.
Muerte, sombra susurrante de vestido oscuridad,
vienes a mi buscando la paz, sin mostrar piedad,
como un lúgubre bardo o una fúnebre danzante
sueltas tus alabanzas cual pasión de amantes.
Muerte, sombra oscura de piedad,
arrebátame la vida pues he dudado, agobiada en dolor,
más sin embargo he de suplicar oscura bondad
mientras en mi voz exista amor.
Seguiré buscando versos que acunen tu alma sollozante y
así, quizás,
poder morir en paz, pero mientras en mi voz exista amor,
mientras tu alma siga sufriendo y no encuentres paz,
Vívida estaré en aliviar tu dolor.
Aunque bien sé que en mi voz no existe amor.
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