Historias cortas: Fídi

—Despierta, Fídi, querida mía –la voz de Tilltri era tan dulce como siempre. Aquel hombre había sido su perdición y su gloria. Casados tan jóvenes a pesar de los quejidos del padre de Fídi, su matrimonio era de ensueño–. Despierta que pronto partiré –dijo Tilltri.
Un sueño. Se dio cuenta con lo último que su marido dijo, ≪Tilltri partió hace mucho, Fídi≫, abriendo los ojos para toparse con la realidad. Ciertamente su amado esposo no estaba, el hombre marchó a la guerra hacía cinco años, y la casa se sentía tan vacía sin él. No tenían hijos, mucho menos familiares.
Fídi se irguió en el mullido colchón, estiró los brazos, consiguiendo algunos quejidos de parte de sus huesos, ¿era ya tan vieja para esos achaques? Diablos, no. Apenas estaba en su tercera década, aún no era tiempo para que sufriera por la edad. Se limitó a ignorar los quejidos de su cuerpo, poniéndose de pie para dirigirse al armario, si no apuraba llegaría tarde a su trabajo y esa sangre no se quitaría sola del uniforme de los soldados del rey. ≪Nos ha quitado tanto…≫
Ese día no se bañaría, necesitaba ahorrar monedas para el regreso de Tilltri y de todos modos no olía mal gracias al añil que usaban en las lavanderías, se limitó humedecer las partes importantes con la colonia de su marido. Vistió como ropa interior las típicas vendas para ocultar sus pechos de las miradas curiosas y unos bombachos, por encima irían sus pantalones de cuero de cerdo y el palla. Lo último en ponerse fueron las gruesas polainas de Tilltri, al menos esa prenda conservaba su olor.
En la planta baja de esa pequeña casa encontró, en la alacena, las bebidas favoritas de su marido, siempre daba un trago antes de ir al trabajo. Se hallaban desde vinos amargos, especiados, cervezas hirvientes y de las suaves; eligió el vino especiado, era su favorito. Dio un mordisco al pan ácimo y encaminó su andar en dirección a las lavanderías.  
—¡Fídi! –gritó uno de los taberneros que la tenía en alta estima–. ¡Gracias por ocuparte de mis atuendos! Por favor dile a Vilvi -su mujer- que simplemente te pago por la ropa.
La mujer del tabernero ciertamente rabiaba con las mejillas rojizas, ¿no sabía lavar y eso la enfurecía? Bueno, no quería meterse en asuntos ajenos.
—Es como su marido dice, Vildi –dijo, con una gran sonrisa fingida y se alejó a toda prisa de la callejuela–.
Calles abajo otro hombre gritó su nombre, esta vez el sujeto parecía mucho más entusiasta.
–¡Fídi, ven más tarde! —saludaba Dar-yl, el hombre que pintaba usándola de musa–. ¡Tengo nuevos tintes, Fídi! Vienen de occidente, ¡occidente Fídi! ¡El frente!
Fídi sonrió entusiasmada, si el comercio de occidente se había reactivado entonces el frente había dejado de guerrear. 
—¡Iré más tarde, Yl! – respondió con gritos–.
—¡Tilltri vuelve, querida! –se despidió mientras corría, avisando a todo el puerto de las buenas nuevas–.
Fídi lo miró alejarse y su sonrisa se apagó poco a poco. ≪Ojalá –pensó con el corazón hecho un ovillo–, ojalá que sí≫
Las lavanderías eran su escape y aceptación de la realidad. En aquel lugar las mujeres iban a limpiar uniformes y armaduras de los hombres que luchaban en occidente. Era horrible, demasiada sangre maloliente y hedionda a oxido del acero.
Ella era la mejor del lugar, todas sabían lavar, pero nadie como ella. Dominaba la grasa animal y la lejía, el añil y los tintes, era majestuosa.
—Te lo digo, Fídi –seguía hablando una de sus amigas a un lado, apenas le ponía atención, pero era buena gente–, ¿y qué si occidente ha dejado de guerrear? Han pasado cinco años, Fídi, cinco.
—Tilltri es fuerte –respondió Fídi, recordándolo con una sonrisa. Su marido era gallardo con el sable–. Volverá.
—Era un soldado raso, querida –añadió la mujer regordeta con un suspiró–. Deberías mirar hacia adelante, lo más probable es que hayas enviudado.
–Ni si quiera lo imagines –respondió Fídi, tallando una mancha marrón de sangre. Se extendía por donde debía estar el esternón del hombre–. No lo digas.
—¡Bah! Tranquila, Fídi. Como sea, piensa en mi primo, mujer –dijo la mujer con una risita–, forma parte de la guardia personal del duque Yune, pronto lo ascenderán a caballero. ¡Te lo digo!
–Llevamos dos años con lo mismo, Rinjk –suspiró Fídi, estaba cansada de ese tema–. Estoy casada y Tilltri volverá –concluyó. 
Terminó de lavar y salió del lugar dando por finalizado su turno. A espaldas escucho suspirar a Rinjk, “jamás tendré a una cuñada tan bella como Fídi”, dijo. Aquello le provocó una sonrisa traviesa.
La tarde empezaba a caer cuando llegó al estudio de Dar-yl, dentro, el hombre admiraba a la luz del ocaso sus nuevos tintes y pinturas. Estaba enloquecido con ellos. Incluso Fídi se quedó pasmada al verlos, brillaban por toda la estancia con vividos colores pasteles.
—¡No te quedes ahí, Fídi! ¡Venga, entra, mujer! –dijo su amigo, entusiasmada de verla. La guió sin preguntar hasta una silla que estaba frente al caballete del hombre, ahí, él colocó el retrato inacabado de la mujer–. ¡Pinturas de occidente, querida! Tilltri estará maravillado. –añadió con una amplia sonrisa–.
—Estará contento cuando vea mis retratos, Yl –rio Fídi, tomando el habitual porte que Yl le pedía–. Te pagará en oro puro.
—Odio el oro, querida. Lo sabes –respondió con un gesto despectivo–. El mejor pago que puede darme es no monopolizarte. Te pintaré hasta el último de tus días.
Fídi sonrió. Dar-yl era raro, nunca aceptaba pagos de nadie, simplemente se limitaba a pintar y elogiar a todas las damas. Más a Fídi, siempre la elogiaba demasiado, incluso cuando se movía lo más mínimo.
—¡Ahí, mujer! Mantén esos ojos –dijo al ver los ojos melancólicos de Fídi. Ese mirar que añoraba a Tilltri.
Al acabar le mostró la pintura. En efecto, mostraba todos los rasgos a fondo de Fídi, desde la sonrisa que había dado al entrar hasta la mirada de tristeza en su rostro. Con las pinturas de occidente había logrado detallar a la perfección su sedoso cabello de ocre rojizo y sus pómulos ondeados, ¿tan caprichoso era su mirar?
—Lo detallaré para la llegada de Tilltri –dijo con una sonrisa-. Tendrá tantos para admirarte –añadió, despidiéndola pues la noche ya caía en el puerto-.
El frío era de lo peor en las costas norteñas, el viento se arremolinaba siempre como si fuese una tormenta y el salitre rasgaba los rostros de todos. Lo peor era el olor a mar, nunca se acostumbró a ello.
Fídi llegó a su hogar, frío, solitario, como siempre. Tomó asiento, quitándose las polainas y dando un profundo trago al vino que había dejado en la mañana. Por fin sintió sus efectos, el pequeño mareo y el ignoro del paso del tiempo. ≪Cinco años, eh≫, quizá Rinjk tuviera razón y debía dar vuelta a la página, los soldados rasos eran los primeros en morir o se quedaban en los pueblos con alguna mujer más joven. Ella ya tenía tres décadas, quizá Tilltri había reflexionado en ello y por eso no volvía.
Bebió hasta que el vino pudo hacerla dormir, ahí, sentada a un lado de la mesa, dejó que sus penurias se le resbalarán de la piel. 

A la mañana siguiente sintió las caricias del sol sobre su piel, un calor reconfortante y cariñoso. Al abrir los ojos vio, en frente de sí, el retrato que Dar-yl le había pintado. Flotaba. No, no lo hacía, unos dedos encallecidos la sostenían.
—No aceptó mi plata -dijo Tilltri, revelando su rostro curtido por encima de la pintura–. Ha dicho que le pague dejándote ir cada tarde –sonrió. Esa barba que era más que pelusa le resultó hermosa-.
—Si hubieras tardado más en venir, me habría acabado todas las botellas –respondió Fídi con una fina sonrisa–.

Comentarios